Primeros pasos. Apenas setenta y dos horas después de ser investido, la cabellera dorada se puso a firmar órdenes desde el despacho oval. Era su manera de anunciarse por todo lo alto. Esas resoluciones, que tanto tiempo llevaba ansiando decretar, comenzaban a poner a cero el contador americano. Una manera simbólica, pero no tanto, de retroceder hasta el tiempo precedente al wokismo, desintegrador de una América real, exitosa y orgullosa de sí. También era su manera de advertir a los muchos adversarios, dentro y fuera de la nación, que iba a ejercer un liderazgo fuerte, como lo hiciera, por ejemplo, el añorado Reagan. En definitiva, Trump se postula como «guardián de la cultura Occidental» (en palabras de Roosevelt), pero en términos mucho más nacionalistas, introspectivos de una América que debe ser reconstruida desde dentro conforme a los valores fundacionales perdidos.
Trump y el vértigo. Algunos pensarán que su frase «lo woke es una mierda» tiene un sentido puramente ideológico. Pero no: es un lema, una convicción y un programa político en sí. Los primeros papeles que firmó, como decíamos antes, ponían negro sobre blanco el inicio de tal agenda. El desmantelamiento por la vía rápida de un régimen realmente existente y dominante, nunca votado por nadie. Una criatura que, con los tentáculos del feminismo, la inclusión, las minorías, la inmigración, el aborto, el ecologismo o la ideología de género ha conseguido introducirse en los Estados occidentales, no sólo en EEUU, como sabemos bien. Bien, la energética entrada de Musk -un hijo suyo, influido por la criatura, cambió de sexo y renegó del padre- en el equipo del presidente ya anunciaba el
Propósito antiwoke del nuevo gabinete. Para vértigo de algunos acomodados wokistas, las medidas inaugurales del mandato Trump han tenido como objeto cambiar la política inmigratoria (deportaciones y envío de más militares a la frontera con México), la salida del Acuerdo de París de 2015 (pistoletazo de salida para la ruina de Occidente excusándose en la falacia de los gases de efecto invernadero como causantes del cambio climático), abandono de la OMS (organismo financiado por las grandes farmacéuticas que tanto empeño puso en vacunar a todo quisque cuando el Covid) o el reconocimiento de la existencia (ver para creer) de sólo dos sexos, ya saben, de Adán y Eva a la biología.
You’re fired! Hay otro papel firmado por Trump que me produce un cierto gozo intelectual, si quieren antropológico. Se trata del despido del cocinero español José Andrés del Consejo Presidencial sobre Deportes, Fitness y Nutrición. Sí, han leído bien: fitness.
Nazi. Cualquier bobo podría comprobar, viendo el video, que el gesto de Musk no tiene ninguna intencionalidad hitleriana, sino romántica («os entrego mi corazón»). Entre otras cosas porque no es un nazi, como se desprende de su público y notorio apoyo a Israel. Pero la izquierda, hoy, tan alegre en su propagandística idiocia, debe pensar que todos somos de su condición.
España. Se anuncia, a bombo y platillo, una nueva era. Y uno, que ha venido repasando la actualidad desde que la posverdad diera un golpe de Estado transnacional, siente ánimos de seguir contando cosas. Ojalá dar fe de que el manido suicidio occidental, del que los mandatarios europeos son entusiastas, troca en reacción y nueva vitalidad. Si bien España lo tiene francamente jodido, pues sectores como la agricultura o la pesca han sido arruinados en una serie de decisiones políticas kamikaze sin precedentes. Trump tiene otra frase inaugural: «Me retiro de inmediato de esta estafa injusta y unilateral del Acuerdo Climático de París. Estados Unidos no saboteará nuestras propias industrias mientras China contamina con impunidad». No imagino todavía a nadie del PSOE o del PP manifestándose de tal modo.
Picores. La llegada a la Casa Blanca de Trump y su equipazo ha provocado diversas urticarias en el establishment español y europeo. Aquí, los grandes medios, de fe antitrumpista, se atolondraban ante el nuevo panorama. El neoyorkino, sibilino, festejaba con el grupo Village People, icono pop-gay al tiempo que sentenciaba la muerte de lo LGTB. Y un tal Bob Pop, animador en la SER, aclaraba al público zombie que «lo marica no quita lo rancio, hay gays privilegiados que se arriman a la ultraderecha». En parecida sintonía, Ángeles Caballero, cubría de oro la segunda profesión más antigua del mundo, el periodismo, con esta frase sobre la toma de posesión de Trump y la distinguida elegancia de su esposa: «Melania a veces parecía que rezaba porque la próxima vez el francotirador tuviera más suerte». Y en otra esfera, el canciller alemán, demócrata fetén, decía sobre Elon Musk: «Todo el mundo tiene libertad de expresión en Europa y puede decir lo que quiera. Lo que no aceptamos es el apoyo a la de extrema derecha».
Millás. Uno de los escritores más mediocres de nuestro tiempo, fantasmagórico escribiente que ensombrece la cuna patria de irrepetibles genios, ha salido a echar una mano. No sé qué es peor, que siga escribiendo noveluchas o que se eche al monte, o sea, del sofá al ordenador, para publicar mensajes en X. Millás, mójate, tío, debió pensar entre solariegas cabezadas. Y puso en la red social: «Todo el mundo tiene jefe menos los jueces. Cada uno va a su bola». Uno de sus últimos libros tiene un título clarificador: Sólo humo.
Adenda: América para los no americanos. Trump es un hombre resolutivo, eso le viene de su cultura empresarial. No es un político profesional a la europea que tiene en la cabeza todos los vicios de lo público y del funcionamiento del partido, hogar endogámico y, por tanto, corrupto. En su idealista imperfección la democracia americana resulta mucho más perfecta que la nuestra. Es cierta la afirmación de que cualquiera puede llegar a presidente de Estados Unidos, porque los dos grandes partidos son organizaciones abiertas, mucho menos jerarquizadas que las del Viejo Continente. De hecho, al candidato a presidir la nación no se le vota, sino que se elige a representantes. Y todo fruto de una institución tan límpidamente democrática, fundacional, popular como son los caucus, más tarde complementados por las famosas convenciones. Alguien podrá decir que las campañas electorales son financiadas por personas de la esfera privada, ricos empresarios. Sin embargo, esas aportaciones son declaradas, por tanto conocidas de todos, y, en muchos casos, el magnate en cuestión dona su dinero de manera repartida, algo para los republicanos, algo para los demócratas, siempre mayor cantidad al partido preferido. Esta tradición se ha visto alterada debido a la polarización de los últimos tiempos. Por ejemplo, Bill Gates sólo donó a los del burro y Musk a los del elefante, ambos animalitos representantes de sendas formaciones. Comparemos dicho sistema con el español, por ejemplo. Aparte de extraordinarios mangoneos personales, el grueso de la corrupción patria se explica precisamente por la compleja financiación de nuestras formaciones políticas. Decíamos que Trump es resolutivo porque viene de la empresa, y con qué éxito, por cierto. Todo lo contrario a Kamala, señora que ascendió en política gracias a su relación íntima con un hombre muy influyente en la organización demócrata. En este sentido, conectaba más con las elites políticas de aquí, ardientes antitrumpistas.