¿Debate? Cuando las emociones entran por la puerta los argumentos saltan por la ventana. Así resumo las cotidianas situaciones que la llegada de Trump ha provocado en la opinión general, sea la selvática tuitera o la no menos agreste de algunos medios, digamos, serios. La tirria hacia el americano venía ya muy trillada. Pero esta adhesión inquebrantable y, ante todo, acrítica respecto a Zelensky tiene tonos hilarantes. En primer lugar por su estrechez de miras, por esa fiebre arrojadiza que impele a quien está en el lado correcto de la historia a señalar y etiquetar al levantisco, sin más razonamiento posible. Si recuerdo todo, insisto, todo lo ocurrido desde 2013/2014 en Ucrania paso a engrosar las filas de los putinistas (ahora putitrumpistas); paso a ser, vamos, un agente pagado por Moscú. En segundo término, el «debate» español sobre el asunto da la consuetudinaria talla. Así, encontramos (e iremos encontrando) circunstancias divertidas, como la que se produce mientras Zelensky acude de nuevo a Trump para firmar un alto el fuego. Cosas veredes. En último lugar, el tono acusatorio y encendido del antitrumpismo expresa una motivación local, de consumo interno: es otro capítulo de la cruzada contra la «extrema derecha», poner un cordón sanitario a esas opciones políticas votadas por tres millones de ciudadanos. Por cierto, de Donald hasta he leído que no está cuerdo. Poco saben del personaje, pero parece más rentable y fácil tirar de caricatura que de perspectiva. No hallo, sin embargo, vorágine alguna provocada por un Macron hiperventilado, soltando con alegría lo de las armas nucleares que tiene, botón de muestra del despiste, sobreactuación e inanidad europeos.
Aturdimiento europeo. Europa, atolondrada wokista, deshubicada entre las rozaduras ideológicas que le provoca Trump y su ceguera y mutismo sobre China, ha sacado esta semana de la chistera un plan de rearme tan imaginativo como costoso. Abramos todavía más la esquilmada cartera. Pero el conflicto en Ucrania confirma la futilidad de la UE como actor geopolítico, tras demasiados años de globalismo, fronteras abiertas al islam y cultureta inclusiva. Atrapada entre la retórica de valores buenistas y una invasión demográfica y cultural innegable, queda nuevamente en pelotas respecto a Estados Unidos. Recordemos que cuando los tanques disparaban en el este, las capitales del continente romántico se enfrascaron en debates estériles y sanciones tibias, mientras su dependencia energética —España es yonki del gas ruso— lastraba cualquier atisbo de autonomía estratégica. El anunciado rearme, cosa muy compleja, carísima y que requerirá de tiempo, lo celebran algunos comentaristas con una pasión enternecedora, si bien yo tiendo a sospechar un incierto futuro. También veo la necesidad política de nuestros líderes, tan inútiles como cínicos, de aparecer ahora cuales flamantes belicosos. De momento, el tío Sam sigue pagando la factura. Y por Canarias entran miles de varones en edad militar de los que nada sabemos ni a la UE parece importarle lo más mínimo.
8M. Aletargadas en el cómodo y lucrativo wokismo, y a pesar de que algunos líderes insinúan ya una tercera guerra mundial, algunas instituciones públicas siguen a lo suyo. Sábado fue día de salir a la calle vestido de violeta, con taparrabos, pelo mocho y pancarta creativa. También de hacer alguna performance de flácidas pero animadas arrobas y subirla a Tiktok, para gloria del feminismo combativo y tal. Después, unas cañas y cumplida otra jornada de históricas emociones. Este año han puesto hincapié en la menopausia, el tiempo pasa para todes. El Ministerio de Sanidad promocionaba en X a una tal Tania Manglano, fisioterapeuta iluminada: «El cambio de paradigma de la menopausia es generar en espacios de mujeres nuestra propia narrativa». No se puede ser más cursi y pelma.
Regalías. Cataluña es un lugar sorprendente. Yo no entiendo cómo no está abarrotada de politólogos, médicos forenses y parapsicólogos venidos de todos los rincones del mundo para estudiar el caso. Comunidad entregada al realismo mágico desde hace cien años, alcanza a día de hoy una nueva cumbre política, y van unas cuantas. Citémoslas someramente: de la mano de Cambó vivió la pasión del catalanismo reaccionario; después la del obrerismo violento, la del anarquismo con pistola y la de Companys, hombre gustoso de firmar sentencias a muerte; más tarde, tras el desastre de la República y la Guerra civil, Cataluña sería la región más franquista de España; continuidad simbólica, fue luego fervorosa pujolista. Y, a partir de la desintegración del catalanismo conservador de CiU, mutó en laboratorio de fórmulas desquiciantes. Llegaron los tripartitos y, con ellos, todos los males de este siglo kamikaze. O imbécil, porque la capacidad de imitación de los malos ejemplos más allá del Ebro resulta alarmante. Por circunstancias conocidas, Sánchez necesita ahora a Puigdemont, metáfora perfecta de la Cataluña contemporánea, así que, en lugar de poner algo de orden y cordura, esa se ve colmada de regalías. Las últimas: condonación de deuda (mutualización «solidaria») y concesiones sobre fronteras e inmigración. Premio al más malo de la clase.
Nuestro Magreb. Uno de los elementos llamativos del edén del wokismo que es Cataluña —récord nacional de okupaciones, delincuencia reincidente y naufragio educativo— se refiere a la inmigración. Ya en tiempos de Pujol, en algún despacho (o laboratorio) los catalanistas tuvieron una ocurrencia: habiendo llenado Franco de andaluces, murcianos y extremeños la capital catalana, y ante la llegada de hispanoamericanos cuando Aznar, la comunidad debía llamar a otros extranjeros, sobre todo que no hablaran español. Así, montaron una oficina en Marruecos, proclamaron aquello de «refugees welcome» y el centro de la Condal acabó siendo nuestro doméstico Magreb. Cuenta esta semana La Gaceta que agentes de la Policía Nacional han participado en una operación conjunta con Mossos y policía italiana en Barcelona, deteniendo a diez individuos por su vinculación a una organización terrorista que fomentaba la comisión de atentados, asesinatos y decapitaciones de «infieles».