Recordaba estos días a cuántos españoles convencieron La Sexta et alii para que ansiaran la caída del último estadista gallego, Rajoy Brey. El golpe que fue aquella moción de censura de 2018. Golpe democrático a la democracia, a la vaga idea de ejemplaridad que se le supone. Episodio nacional, va destapándose hoy la ingente cantidad de mierda que proyectaban producir y esparcir los coaligados, PSOE, Podemos y nacionalistas. Tal cometido político ha sido cumplido con creces, vistos los informes de la UCO y el estado anímico de la peña.
Spanish Western. De la tesis doctoral al documento OTAN, a Sánchez no se le mueve un músculo facial. Percibimos en las fotografías y vídeos un ajamiento del rostro, un asomo cadavérico en plan villano de Sam Peckinpah. Su firma en la cumbre atlantista vale nada, excepto para la biografía. Así lo expresa él mismo: compromete a España y, acto seguido, dice que no va a cumplir. En realidad, teme enfadar a sus socios, quienes detentan realmente el poder desde sus nichos cantonales, marxistas, tabernarios. El beau Pedro se ha convertido en una figura domesticada, solitario que va de vez en cuando al Congreso no se sabe para qué y duerme en Moncloa. Hay en él un factor humano invariable y novelesco: pensándose Jean Valjean, protagonista de Los miserables, soporta todas las humillaciones. Todavía imagina, quizás, convertirse en símbolo de resilencia.
Cumbre. Con precisión, Marco Rubio, secretario de Estado de EEUU, clavó en cuatro vocablos el espíritu de la OTAN party en La Haya: «La cumbre de Trump». Y no es para menos. Amo y señor de la Alianza, impuso su ley con una contundencia yanki que pensábamos perdida, enlatada ya sólo en las gloriosas películas bélicas de Hollywood. Todos los aliados, salvo el garbanzo negro Pedro, se rindieron a su ultimátum: elevar el gasto en defensa del 2% al 3.5% del PIB en diez años y todo el rollo de cifras abstractas para alcanzar el mágico 5%. «Día uno, ahora a cumplir», advirtió Mark Rutte, secretario general, sabiendo que el jefe no admite pellas ni suspensos. Bueno, ya sabemos que, desde tiempos antiguos, las cifras son endemoniadas.
Bravissima. En un alarde de sorna diplomática, la siempre graciosa y temperamental Giorgia Meloni salió al paso en La Haya para mostrar «unidad» tras el bochorno de Sánchez. La transalpina aseguró que todos los países, «incluida España», firmaron el mismo compromiso. «Italia ha hecho como España, o España como nosotros, no lo sé, pero los 32 hemos hecho lo mismo», soltó destapando la irrelevancia del disfuncional con traje azul y flor en el pompis. The Times publicaba un artículo sobre nuestro presi apodándolo «Don Teflón», aludiendo a su capacidad para «esquivar escándalos» y salir indemne de controversias políticas y personales, como si nada se le «pegara», en referencia al material antiadherente de las sartenes. Aunque ilustrativo, no es un gran símil. Inglaterra ya no vive en tiempos de Auberon Waugh, hijo del ejemplar Evelyn, y sus hirientes apodos: llamaba a Edward Heath, primer ministro británico de origen humilde, «el tendero». Meloni, en cambio, aprovechó para lucir sintonía con Trump, instándole a usar su «determinación» para forzar un alto el fuego en Ucrania y Gaza, donde la situación es «insostenible». España se hunde en la irrelevancia, cuando no en la idiocia internacional.
Woke. Como en otros asuntos del mundo cambiante, España va descompasada. También, y por supuesto, por su opinión publicada, por sus consensos. Tristeza del periodismo de consumo propio, del postureo que manda el director del medio subvencionado, manso. Trump es todavía una línea roja a la libertad, autocensura del columnista correcto. Sin embargo, algunos felices —o mejor, felicianos— comentaristas vimos en la victoria del americano una buena oportunidad. La de barrer toda la porquería, la insania ideológica con que globalismo y progresismo habían corrompido las sociedades occidentales. Pero, decía, en la patria chica las cosas van todavía en renqueante dirección. Esta semana, PSOE y compañía lograban sacar adelante la tramitación de otra aberración woke: castigar con hasta dos años de cárcel a padres y profesionales que se opongan a las denominadas «terapias de conversión», es decir, tratamientos «trans» en menores. Sólo VOX plantaba batalla a las convulsiones del monstruo, mientras UPN, en un alarde de equidistancia, optaba por abstenerse. La abogada penalista Paula Fraga comentaba en X: «Llaman terapia de conversión a la negativa de terapia afirmativa automática, esto es, hormonar a niños sanos sin indagación y acompañamiento psicológicos previos».
Leal Pumpido. El Tribunal Constitucional, sanctasanctórum de la Carta Magna, modula sus criterios conforme al sanchismo. O sea, lo sanciona. El presidente del gobierno considera «una buena noticia» el aval a la amnistía y añade que «estamos cerrando una crisis que nunca debió salir de la política». Mientras tanto, cuatro apestados del llamado bloque conservador se desmarcan con sus votos particulares de la farsa orquestada por la mayoría nacionalprogresista. Para ellos, la norma es «inconstitucional» y el fallo, lejos de nacer de una «deliberación colegiada genuina», obedece a un cálculo político monclovita. El togado Enrique Arnaldo lo deja cristalino: «No comparto ni los argumentos ni el fallo». La amnistía, o genuflexión del Estado al golpismo catalán, arrolla algunos principios inspirados en el Montesquieu que el PSOE, con su Ley Orgánica del Poder Judicial de 1985, mató: seguridad jurídica, igualdad ante la ley, separación de poderes, independencia judicial y supremacía de la Constitución.
New York, Uganda. Parece ser que un tipo llamado Zohran Mamdani, radical de libro, se ha alzado con la victoria en las primarias demócratas para la alcaldía de la ciudad que nunca duerme. Si en otoño alcanza el sillón municipal, este hombre de 33 años será el primero en ondear la bandera del islamismo como jefe de la Gran Manzana. En cuanto a su edad se ha dicho que encarnaría al alcalde más joven desde 1917, cuando mandó un tal Mitchel; pero el récord, sea como sea, lo va a seguir manteniendo Hugh J. Grant, quien asumió el cargo en 1889 con 30 primaveras. La nueva aportación a la política del establishment neoyorquino, vida de negocios financieros, vernissages y trasiego de Opus One de Mondavi, es un mequetrefe con una agenda que haría sonrojar a Lenin. Mamdani ha triturado en las urnas al exgobernador Mario Cuomo, dinosaurio político al que la cúpula demócrata, con el inefable Bill Clinton a la cabeza, abrazaba cual mesías. Sin embargo, los neoyorquinos han preferido al legislador estatal que, desde 2020, ha hecho de la demagogia su tarjeta de presentación. Por supuesto califica de «genocidio» las acciones de Israel en Gaza, etiqueta que no aplica ni a los cohetes de Hamás ni a la masacre del siete de octubre. Entre sus promesas de campaña, Mamdani ofrece un ramillete de utopías que arrojarían a cualquier contable de medio pelo a las drogas duras o a leer compulsivamente al gurú anticapi Ta-Nehisi Coates mientras acaricia un revólver: congelación de alquileres para un millón de inquilinos, autobuses gratis para los “necesitados” (¿quién define eso?), guarderías universales y tiendas de comestibles subsidiadas, recordemos las colas soviéticas y los aparadores vacíos. ¿Y algún plan para financiar esta orgía de gasto público? Silencio sepulcral. Pero no teman, cuenta el alcaldable con el respaldo de Bernie Sanders y Ocasio-Cortez, profetas del socialismo brilli-brilli, además del oscuro sindicato del automóvil (UAW), siempre dispuesto a apuntarse a cualquier cruzada insurreccional. El partido del burro es una fábrica extractiva de neocomunistas, lo vimos con la Irene Montero americana, Kamala Harris, tan agradable a la prensa ibérica liberal-popular. Que venga una nueva Pasionaria antes que Trump, parecía entenderse entonces. En cualquier caso, las altas esferas del Partido Demócrata tiemblan. Saben que este mesías de la izquierda caviar podría espantar a los votantes moderados y, peor aún, a los gruesos donantes que mantienen viva la maquinaria electoral. Porque, claro, una cosa es predicar la utopía y otra que los ricos de Manhattan estén dispuestos a pagar la factura. Mamdani, retórica incendiaria y ausencia de sentido común, podría ser un juguete contra los republicanos, pero despierta suspicacias y temores. Hay juegos demasiado peligrosos.