De Paquirrín a Antoñito Maestre. El gran problema es que el entretenimiento nacional ya no se alimenta, como antes, de vulgares cotilleos sino de cotilleos políticos. Bajo el sanchismo, las venerables instituciones son ágoras del chisme por boca de quienes las representan, simples cuentistas a jornada completa. Pero todo esto tiene un precedente, un ensayo de éxito. Me refiero a la Cataluña procesista, cuando las jubiladas dejaron de comentar lo de, pongamos, Belén Esteban o Paquirrín y fueron abducidas por la liberación de la patria oprimida. Incluso los acaloramientos balompédicos del provecto barcelonista, ese hombre curtido en el derrotismo cultural, se tiñeron de politiqueo. Los mayores vistieron camiseta amarilla, colgaron una estelada en el balcón y, obedientes corderos, salieron a las calles para formar cadenas humanas o representar coreografías de espíritu juche. Y la telebasura nacional comenzó a desplazar el foco de personajes ligeros, con sus vicios, amoríos y divertidos tropiezos, a otros parecidos, pero más tristes y siniestros. Las nuevas estrellas televisivas guardaban una vinculación apestosa con el nuevo zapaterismo, materializado en un chico llamado Pedro. Así, el modelo catalán, o concretamente barcelonés, fue extendido al entero país. Los esforzados tertulianos han hecho bien su remunerado trabajo: la sociedad ya aparece tan polarizada como algunos deseaban. No ha de extrañar esta catalanización de España ni, por supuesto, las ulteriores concesiones y regalos al nacionalismo de un PSOE pesecizado. Peccata minuta.
Aniversario. En agosto de 2014, el ahora presidente Sánchez publicaba el siguiente tuit, que no merece mayor comentario a la vista de lo ocurrido hasta hoy: “Impulsaremos propuestas de limpieza democrática: reducción aforamientos, fin indultos y endurecimiento penas corrupción”.
Todos racistas. Resulta fascinante la capacidad de la izquierda de cargarse el lenguaje, y quien dice lenguaje dice ambiente. Y quien dice ambiente, dice civilización. Tanto sobeteo procaz de los términos, tal desenfrenado abuso han conseguido desnudar de significado palabras antes gruesas y cargadas de respetable historicismo. Es lo que pasa cuando un ejército de asnos toma el poder, ya sólo escuchamos rebuznos elevados a discurso dominante. Y las consecuencias son graves: si uno cuestiona la llegada de miles de hombres sin papeles, sin historial conocido ni tampoco edad comprobada, es automáticamente tachado de racista. Es decir, se dictamina y ejecuta su muerte civil. Al final, el pobre comentarista al que habían educado bajo la premisa de “ser siempre crítico” acaba arrastrándose por las páginas como un pobre diablo al que han pegado en su gabardina las etiquetas de “machista”, “fascista”, “negacionista” y “racista”. El socialismo real, vaya.
La insoportable levedad del progre. Brian Niccol ha recibido una oferta de Starbucks para ocupar el puesto de nuevo CEO en la empresa cafetera que adoran todas las instragramers del mundo. Suculenta, incluye poder ir a la oficina y volver a su domicilio (1600 kilómetros separan ambos lugares) con un avión de la compañía. Contrasta el caso con el fuerte compromiso de la multinacional, que, impulsando la sacrosanta sostenibilidad, ha introducido vasos y pajitas de papel en sus establecimientos. Hay que disimular.
España, reino sin fronteras. Se comenta que el aeropuerto Adolfo Suárez Madrid-Barajas es un coladero de inmigrantes ilegales. El low cost total: suben en Casablanca (suponemos que con billete gratis, dada su condición desesperada), les sirven una bebida, rompen sus pasaportes y, ya en El Dorado español, son recibidos con atenciones, incluidas tarjetas SIM y móvil si hiciera falta. De allí los llevan a un hotel o a una residencia con todo pagado. El bonito cuento lo adorna nuestra siempre sensible Yolanda Díaz, que se expresaba así en redes: “La España que defendemos es la de la inclusión, la acogida y el respeto a los derechos humanos”. No hace mucho tiempo los españoles, al conocer las noticias que venían de una Francia en que la policía no podía acceder a barrios urbanos enteros, nos contentábamos con no padecer esa situación. Hoy ya se han puesto las condiciones para que, más temprano que tarde, seamos como nuestros vecinos, un Estado fallido. Apuntaba Carlos Marín-Blázquez esta semana en La Gaceta: “Los globalistas ponen alarmas en sus casas pero tú no puedes pedir que se cumpla la legalidad en las fronteras”.
Miel sobre hojuelas. Mientras el BCE dice que Europa necesita más inmigración, el gobierno de España ha puesto, por fin, remedio a la España vacía. Esta semana hemos sabido que el pueblo más pequeño de Galicia, Mondariz-Balneario, ha recibido ya a 180 inmigrantes, a los que se sumarán en breve otros 100. El municipio cuenta con una población censada de 703 habitantes. Las imágenes de la caudalosa llegada de estos nuevos vecinos mostraba a hombres jóvenes y fornidos. Iban acompañados por personal con chalecos de Accem, una ONG financiada con fondos públicos y que gestiona anualmente cerca de 80 millones de euros. El alcalde, César Gil, es del BNG, así que todo irá bien.
La checa actualizada. El delito de odio es una checa posmoderna, establecida en tiempos de libertad digital. Su fin es acabar con cualquier disfunción del sistema mundial de esclavismo feliz. Dar fin a esa manía humana de la libertad de pensamiento y expresión. Ya el fiscal Aguilar, que no hubiera desentonado en un régimen tipo albanés, ha pedido prohibir las redes sociales a quien cometa «delitos de odio«, informa La Gaceta.
¿Y esto quién lo paga? A mediados de los años cincuenta, estando Pla en Nueva York, algunos de sus amigos se lo llevaron de paseo por Manhattan. Ante aquella ostentación de rascacielos y derroche de luces, parece el ampurdanés exclamó: «Y todo esto, ¿quién lo paga?». La pregunta, de una pertinencia muy catalana, se ha convertido en un comodín que desafía al tiempo histórico. Estas mismas semanas, hemos conocido tanto el pacto previo entre ERC y PSOE como su desenlace, la elevación de Salvador Illa a president de la Generalidad. Este nombramiento nos va a salir muy caro, mucho más que el fichaje de Mbappé, por el que, en todo caso, esperamos recibir alegrías y beneficios crematísticos. Pero es que el sillón de Sánchez es de oro y brillantes. Así lo comprueba uno al leer el citado pacto, la cifra que todo españolito va a tener que apoquinar por seguir teniendo un gobierno progresista. Ea, la respuesta a la pregunta plaiana nos la ha ofrecido, clara y transparente, el sindicalista gourmet Álvarez, otro siervo del nacionalismo catalán y las mariscadas longitudinales: hay que subir impuestos, ha dicho.
EEUU. Antes era esa una nación admirable porque no tenía izquierda. Bueno, había contadas excepciones, como el zumbado Chomsky, la aturdidora Joan Baez o el apologeta del castrismo Oliver Stone. Luego estaba lo del patio trasero, cosa cutre de dominación comparada al férreo imperio soviético. Ahora, millonarios con guardaespaldas y mansión hortera se han hecho zurdos y aclaman a Kamala, una Yoli en versión yanki. Es interesante.