Carrusel. La política se ha puesto a dar volteretas. Pedro Sánchez, cara de seminarista que nunca sabe nada, ha pedido perdón en rueda de prensa, como si bastara un infantil pedir perdón, tenía hambre y me comí todas las galletas. Feijóo, a quien el simbólico cargo de líder de la oposición parece quedarle grande, sigue con su galleguismo, no sabemos si sube o baja las escaleras de la Historia. Por su parte, VOX convocó viernes una manifestación en Madrid —lema berlanguiano: «Todos a la cárcel»— que acabó con la UIP disparando gases y pelotas contra el personal, que ya enfilaba camino a Moncloa. Se comentaba, en esas horas nocturnas, que el Falcon presidencial se dirigía a Almería para después volar hacia Marruecos o Argelia. A algunos se nos apareció la imagen de Bettino Craxi, el socialista italiano que fue también primer ministro, huyendo a Túnez en 1994 por los escándalos de corrupción. El «caso Koldo», ya «caso PSOE», quizás en breve «caso España», promete más nombres y gordas sorpresas, carrusel de morbosidad y putrefacción. Cabe hoy una pregunta: ¿A cuántos cargos, empresarios, políticos de todo color y periodistas llegó a registrar el hombre de la grabadora?
La chicha. Hasta la opinión —que no información— sincronizada, medalla de oro olímpica en genuflexiones sanchistas, va acentuando críticamente sobre lo destapado por la Guardia Civil. Tiene lógica, hay que vender parrilla bajo otro árbol, bajo otra sombra. Aunque la chicha, el pescao, está todo vendido: el día mismo que corría por el Congreso la última entrega de la UCO sobre el compadreo entre Cerdán, Ábalos y Koldo, se rechazaban enmiendas a un proyecto de ley que modifica la Ley Orgánica del Poder Judicial. Concretando, tal proyecto contempla nombramientos sin oposiciones competitivas y un mayor control del Ejecutivo sobre la formación de jueces. Y también el aumento de poder del Fiscal General y la dependencia de la Policía Judicial de la Fiscalía. Minucias. Pasará de largo, entre vaga y despistada, la atención del publico sobre ese extremo, instauración de una democracia pesoista, aunque algunos dirán fuertemente constitucional. O sea, una dictablanda, sin tanques pero atada, bien atada.
El asunto. La España del trinque, renovada con cada escándalo como las serpientes mudan la piel, ha estallado de nuevo en un chisguete de titulares, en un tocho de 490 páginas que los sabuesos verde olivo han alzado hasta el Tribunal Supremo. La España existente, o existencial, observaba, entre embelesada y curtida, a un Santos Cerdán dimitiendo del partido que no del escaño, las prisas son malas. El informe es un novelón de trapicheos costumbristas. El tipo, según la UCO, no era un don nadie que pasaba por allí, sino la bisagra, el muñidor de una presunta trama de cobros espurios, de esos que se pactan en reservados de restaurantes entre el humo de los puros, el tintineo de las copas y la perspectiva de una noche puteril. Seiscientos cincuenta mil euros en mordidas, dicen los papeles, mientras las adjudicaciones de obra pública, 637 millones en contratos, caían cual maná sobre empresas como Acciona. Proyectos con nombres grandilocuentes, soterramiento ferroviario en Murcia, Corredor Mediterráneo, dineros de la Europa rica que acababan en ciertos bolsillos. Luego están las grabaciones, ocho cintas que Koldo García, el exasesor de Ábalos, documentalista de un entremés quevedesco, grabó entre 2019 y 2023. Conversaciones que son striptease de codicia y guarrería española, ¿prefieres a la colombiana o a la rumana? La UCO las califica «de importancia capital», y uno imagina a los agentes, con sus carpetas y sus bolígrafos, subrayando frases. En esas cintas, Cerdán no está solo: Ábalos, Isabel Pardo de Vera, ex altos cargos del ministerio y otros bailan en el alambre de un entramado que atufa a organización criminal.
La aventura. Surcaba el mar la niña climática reconvertida en abanderada de Palestina. Con gesto de descubrir las Indias occidentales, se subió Greta al Madleen, barquito de la Freedom Flotilla Coalition, rumbo a Gaza para «romper el bloqueo israelí». Sin embargo, mientras la tripulación entonaba bajo la luna melodías sobre el «genocidio» —no el del pueblo hebreo, sino el de sus nuevos verdugos— y la nave rompía las olas, cargada la cambusa de arroz y pañales, un puñado de drones sobrevolaba su ruta. Los navegantes publicaban en Instagram fotografías del reality, trapo palestino en popa y buenos sentimientos. Pero el lunes, a 185 kilómetros de Gaza, fuerzas navales de Israel pusieron fin a la gansada. El Madleen fue interceptado en aguas internacionales. Soldados hebreos repartieron bocadillos y a Greta se le iluminó el rostro, como muestra una fotografía. Antes de eso, habría lanzado su móvil al agua, no fuera que se lo miraran las autoridades. El buque acabó en el puerto de Ashdod y los activistas, tras breve paso por comisaría, se enfrentaron a la deportación. Thunberg, fiel al guión victimario, no dudó en calificar la operación de «secuestro». Fue deportada vía aérea, quemando queroseno, hasta Suecia con escala en Francia. Sin pasar por el estupro, las torturas, el hambre y los túneles, cuando no la muerte, metodología que su estimado Hamás aplica a sus secuestrados. Respecto a los demás héroes de los cojones, cuatro fueron también deportados y otros ocho, asesorados por la ONG Adalah, decidieron convertir el asunto en un nuevo espectáculo judicial, desafiando a los tribunales israelíes. La Thunberg podría ser ya un juguete roto. Pasaron aquellos tiempos en que era recibida —mundo tarado de lo woke— por la Lagarde y su bolso Hermès, por Guterres, Macron, los capitostes de Davos o el cargante Bono, al cantante me refiero.