«Ser es defenderse», Ramiro de Maeztu
LA GACETA DE LA SEMANA

Del guerracivilismo de Sánchez a las continuas visitas de mandatarios extranjeros a la Casa Blanca

Pedro Sánchez. Europa Press

Amor. A pesar de la acostumbrada mala leche general, lo de José Luis Ábalos y Jessica Rodríguez fue una historia de amor. Si se quiere, con ese punto político que gusta al PSOE: un ministro con conciencia social y una pretty woman rescatada del submundo. No era ajeno el hombre a detalles de rancia españolidad. Estás para ponerte un piso en Triana, quiero decir, en Plaza de España. ¿Que hubo amortización del querer, por lo de las dietas de ella? ¿Y cuándo se ha decidido que el amor no hermosea más en la riqueza que en la pobreza? Luego estaba Koldo, cupido de la cosa, el gran amigo que se desvive por la felicidad de José Luis. Sin embargo, tras dos años transcurridos entre exóticos viajes y no menos exóticas colocaciones en empresas públicas, Jessica puso su amor en fuga, diría Truffaut. Ya lo enseñaba otro poeta encarnado, Gustavo Adolfo Béquer: «El amor es un misterio. Todo en él son fenómenos a cuál más inexplicables; todo en él es ilógico; todo en él es vaguedad y absurdo».

Entre rubios anda el juego. Donald Trump sigue recibiendo visitas de mandatarios extranjeros. Desde que, por segunda vez, es presidente de EUA ha visto en la Casa Blanca a Netanyahu, al rey Abdalá II de Jordania, al nipón Shigeru, al indio Narendra Modi o a Bukele, de El Salvador. Esta semana fue Giorgia Meloni, fenómeno europeo que parece descolocar a los de la cruzada contra Donald, tertulianos y columnistas con pastor y cencerro. Lo escribía Hughes, el psiquiátrico celtibérico de la opinión hinca los codos, o las rodillas, con un único y magnífico motivo de consumo interno: cargarse a VOX. Además, alimenta esto la feliz medida hispana respecto al mundo, una ridícula y vociferante ignorancia. Meloni mostró camaradería y Trump, con su característico estilo, la definió como una «gran primera ministra», destacando su afinidad ideológica. De derechas, vaya, por si alguien se despista demasiado. La romana hizo un bonito alegato en pro de la unidad occidental. La rubia presenta una guerra cultural que brilla por su ausencia en el conservadurismo mayoritario.

Del puerco a los insectos. Comenta LA GACETA que las escuelas infantiles de Barcelona han dejado de servir cerdo en sus menús. Preguntado por el asunto, el Instituto Municipal de Educación del consistorio reconoce que ya no cocinan gorrino en las guarderías de la capital catalana porque «una comida inclusiva que excluye alimentos que comen los no musulmanes es discriminación». En resumen didáctico, el animal cristiano ha sido cancelado cumpliendo un paso más del sueño húmedo salafista, o yihadista: la reconquista de Al Andalus. Por resultar iluminadora, una encuesta publicada por la concejalía de educación de Viena arrojaba que el 41,2% de los estudiantes en las escuelas obligatorias de esa ciudad son musulmanes, lo que los convierte en el grupo religioso más numeroso, superando al 34,5% de estudiantes cristianos. Yo, de profesar la fe en Alá, olvidaría cualquier forma de violencia y me sentaría a contemplar cómo los infieles abandonan sus creencias, tumban sus tradiciones, abren fronteras y, batalla ganada, sustituyen la cocina cristiana, dicho en Cunqueiro, por otra cosa, incluso insectos. He defendido a veces la idea de que, desde hace cien años, (casi) todos los males nacen en Cataluña, crecen y se reproducen después por la entera nación. Para el asunto alimenticio, o mejor cultural, un resuelto catalán llamado Picornell ha montado una pionera una granja de grillos: «Criamos los grillos desde su fase inicial, los alimentamos, los dejamos crecer y posteriormente los procesamos para convertirlos en harina utilizable en todo tipo de recetas», recogía esta semana también La Gaceta. Consultaremos al Corán si comer bichos es definitivamente inclusivo.

El último tango en… Una noche de septiembre de 2020, mientras Manolo discutía con su mujer, la Concha, sobre qué ver en la tele, Pilar Alegría, a la sazón delegada del Gobierno en Aragón, cruzó el umbral del Parador de Teruel. Casi todos los millones de compatriotas, también Manolo y la Concha, tenían su libertad restringida, reducida al domicilio, por el virus chino, maná del progresismo mundial. El hotel en cuestión es un palacete «inspirado en el arte mudéjar, decorado con mármol, azulejos, arcos ojivales y detalles arábigos» (web). Acompañaba la señora a José Luis Ábalos en una visita oficial. Los ecos de una supuesta fiesta, con excesos y destrozos, forma ya parte de la historia del pitorreo nacional. Ella cuenta que pagó su habitación, cenó en el jardín y se retiró, ajena a la orgía que, según dicen, se desarrollaba en alguna suite. «Habitaciones para soñar despierto», publicita todavía el establecimiento. A partir de la noticia, los descalificativos en redes, muy sensibles a la condición humana de la lujuria, le hirieron el alma: «No tengo nada que ocultar», declaró. Teruel, testigo mudo, guarda el secreto de aquel festín en que política y pasión se confundían como en los tiempos de Bertolucci, a destajo, dejando a nuestra Alegría atrapada en un hondo pesar feminista. «A las mujeres no se las insulta por su trabajo ni decisiones, sino por su condición de mujer. Todo el apoyo a Pilar frente al machismo. Nos nos van a callar ni intimidar», combatía en X otro ministro, Mónica García. 

Más madera. La izquierda cínica entró en el gobierno bajo el argumento parlamentario de «acabar con la corrupción». Fue sancionada por unos cuantos millones de indignados televidentes, impopular opinión. Hoy tenemos hasta detalles íntimos del mamoneo, el asunto de las señoritas enchufadas en empresas públicas, la bacanal de Teruel y los negocios universitarios de la primera dama. Pero hay todavía más gruesos misterios por conocer, Dios quiera que los servicios secretos de Israel o la CIA nos echen otro cable. Naturalmente, el manual de resistencia sanchista seguirá guiando a la banda, dada por muerta cien veces, vanas esperanzas del periodismo liberal. Cuanto más feas se pongan las cosas, mayor tensión guerracivilista va a provocar el gabinete, conjunto abultado de ministros que hacen la función de voceros a tiempo completo. Ante un proyectado asalto robespierrista —el gobierno lo llama «pedagógico»— al Valle de los Caídos, contaba esta semana LA GACETA que la tumba de José Antonio Primo de Rivera en el cementerio de San Isidro de Madrid ha sido profanada. El episodio puede parecer anécdota, pero es simbólico. 

Marchamo. Tradición de tradiciones, la izquierda atea tiene por costumbre una relación viciosa con el poder. Sacro objeto de deseo, si no lo detenta, lo asalta —entonces lo llaman «el cielo»— y, una vez poseído, lo patrimonializa. Viste las instituciones a su medida, retuerce leyes y decreta el vasallaje y, así, el Estado acaba siendo una especie de extensión de sus seculares obsesiones, aquel socialismo científico que propuso Marx y dispuso Zapatero.

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