«Ser es defenderse», Ramiro de Maeztu
LA GACETA DE LA SEMANA

Del «marrón» que está por salir sobre el PSOE al silencio en el mundo del cine

Pedro Sánchez. Europa Press

Vaya semanita. El ventilador de la podre socialista ha comenzado a revolucionarse, y no sólo salpica a la basca parlamentaria de la moción de 2018, sino que promete esparcir con más derroche. Santos Cerdán, autoproclamado «arquitecto» del progresismo, se pone victimista: «Sólo he trabajado para hacer gobiernos de coalición», dice. El PSOE trata de reducir el marrón, de encerrarlo a un caso de tres malas personas que no creyeron en la gloriosa historia centenaria, de Prieto el golpista a Felipe, el de Filesa. Y, aunque estemos en verano y las cosas debieran transcurrir con aquella calma y belleza helenas, el feo asunto ocupa y distrae al personal de lo lindo, excitadísimo periodismo. Hay ejemplos de notable underground, como el de Carles Francino. Desde su alcachofa en la SER avisaba: «Tenemos la responsabilidad compartida de evitar que esta crisis dé cancha a la ultraderecha». Por otra parte contratante, los chicos de Sumar aprovechaban el caos para exigir «medidas sociales». Es decir, más gasto público, más deuda, más impuestos y ruina de la clase media ¡franquista! bajo bendición constitucional. Democráticamente entreteniendo, el colorido Pepe Álvarez (CCOO) insistía en llegar a 2027 como sea. Le debe ir en ello una longitudinal perspectiva de mariscadas entre los camaradas, porque en cuestión de patrimonio inmobiliario va servido. Postrero detalle que traigo esta semana, está el del chándal carcelario de Cerdán. Parece que luce sobre la chaqueta el lema «is the new black», gracejo hispano. La expresión significa que una cosa, por ejemplo ir a la trena, está de moda.

Una hipótesis: ¿La Tangentopoli española? Ojeada al pasado. Un caso que comenzó exactamente como el actual, hace treinta años, a unos 1.500 kilómetros de distancia. En la Italia de principios de los noventa, el terremoto político conocido como Tangentopoli, o «polis de los sobornos», desmanteló un sistema de poder que había dominado la bella bota mediterránea durante décadas. Este escándalo expuso una red de sobornos y financiación ilegal que involucró a políticos, empresarios y funcionarios públicos, punto de inflexión en la historia anímica italiana. Todo comenzó el 17 de febrero de 1992, cuando el empresario milanés Mario Chiesa fue arrestado por aceptar un soborno. Este hecho, inicialmente menor, desencadenó la operación Mani Pulite (Manos Limpias), liderada por Antonio Di Pietro, archifiscal, metido después, en un ascenso popularista que debe sonarnos aquí, a político. Lo que parecía un caso más, un habitual desliz en la república del buen vivir y mejor chanchullar, reveló el sistema generalizado de tangenti que permeaba casi todos los estratos de política y affaires. Los partidos tradicionales, como Democracia Cristiana y Partido Socialista Italiano, fueron centro del escándalo, con figuras prominentes cual Bettino Craxi, carcamal socialista que huyó a Túnez —donde estiró la pata entre sedas, dátiles y azahar—, acusado de enriquecimiento ilícito y financiación ilegal de campañas electorales. (Inciso: sobre el personaje, me gustó lo siguiente de Sacarlini: «L’uomo della Milano da bere, il decisionista a ogni costo, quello che aveva trasformato il PSI in una macchina di consenso e potere economico, aveva un noto debole per le signore».) También esto debería sonarnos algo, el grueso podrido de las democracias cotiza siempre en la financiación de los leviatanes que son los partidos sistémicos. Las investigaciones de Mani Pulite mostraron a un pueblo, viejo y sabio en componendas cotidianas, el modus operandi a gran escala: empresas que pagaban bajo mano a políticos a cambio de contratos públicos, especialmente en sectores como la construcción y la sanidad. Más de 5.000 personas fueron investigadas, y cientos de políticos y empresarios se sentaron en el severo banquillo. La indignación pública creció, alimentada por una prensa que amplificaba, con alegría y regocijo de sus lectores y accionistas, cada revelación. Al mismo tiempo, populosas manifestaciones en la calle exigían justicia, concepto mítico, ya romántico. El impacto de Tangentopoli resultó aparentemente devastador. Los partidos históricos colapsaron, aunque quizás en modo lampedusiano. La Democracia Cristiana se disolvió en 1994 y el Partido Socialista prácticamente desapareció. El vacío político dio paso a nuevos actores, como Silvio Berlusconi, cantante en cruceros, superempresario de la tele, seductor, modelo de éxito. Pero esa es otra historia.

Cine mudo. El «mundo de la cultura», oficial y oficialista, siempre espléndido cuando toca dar cariño público al PSOE, guarda hoy un ¿acaso espiritual? silencio ante las corruptelas ventiladas. Sólo dos personas, José Sacristán y Ana Belén, han roto esa omertà en la ventanuca con visillo conocida como X. Sacristán, solazoso pájaro en su carrera actoral, calificaba los negocios socialistas como «un punto y aparte», «vergonzoso» e «impresentable», insistiendo en que «no se soluciona pidiendo perdón». Hay en esos ripios del artista un ingrediente balsámico, como de baño purificador en las aguas del Ganges, aunque baje lleno de porquería, ratas y cadáveres. La Belén, diva sociata de siempre, pide no empañar lo «positivo» del PSOE, que en su biografía particular debe ser mucho, aunque ya no haya saraos en la bodeguilla de Felipe. Aparte de esos dos ejemplos, el mutismo de la farándula resulta analgésico. El ayer, poético, combativo, fue diferente. En 2019, Bardem firmó un manifiesto proclamando que los socialistas eran «la única opción para frenar a la ultraderecha». En sintonía hollywoodiense, Penélope Cruz, en un acto en Madrid alabó al bello Pedro por «su compromiso con la igualdad y la justicia social». Antonio Banderas, entrevista a El País en 2020, destacó que Sánchez «representa un proyecto de progreso que España necesita». Pedro Almodóvar, mitin de 2019 en Valencia, soltó en plan movida de Tierno que «votar a Sánchez es votar por la cultura, la libertad y el futuro». Y, por citar a otra estrella, Juan Diego Botto aseguró un día en Barcelona que «Sánchez ha dado un impulso sin precedentes al cine español». Legendarias películas las del sanchismo, ese hombre. El cine español ha vuelto al mudo. No es Sjöström renacido, mas, al menos, están calladitos.

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