«Ser es defenderse», Ramiro de Maeztu
LA SEMANA

Del miedo globalista a Simion a la «sostenibilidad» contra el campo de Moreno Bonilla

El presidente de la Junta de Andalucía, Juan Manuel Moreno Bonilla.

La semana ha generado una panoplia de titulares que parece ideada por un guionista adicto a la cafeína y con poca fe en la humanidad. Del móvil de Ábalos a los suburbios londinenses, el mundo se presenta entre la farsa y la tragedia, con el tono decaído que nos es ya tan familiar, tan propio del siglo ofuscado. Sin embargo, no todo concurre con mala sombra. En Tirana, Meloni deja este deseo: «Debemos defender con determinación nuestras raíces, la libertad, la dignidad y la identidad de nuestros pueblos, valores que representan el fundamento de nuestra civilización».

Rumania. Allí se disputa el domingo una presidencia con visos simbólicos. George Simion, líder de la Alianza para la Unión de los Rumanos (AUR), ha irrumpido cual torbellino nacionalista, prometiendo «hacer Rumanía grande otra vez», hit trumpista. Su victoria en la primera vuelta del 4 de mayo, con un 40% de los votos, hizo temblar tanto a burócratas como a defensores del orden europeo, pax romana tan querida por un liberalismo sospechosamente autoritario, visto el caso del antecesor candidato cancelado, Georgescu. Temen los demócratas a ratos a otro disruptor sentado en su mesa junto a Orbán o Fico. Les incomoda más el populismo de derechas que el de izquierdas, y aquí seguimos con Sánchez. Simion, vetado en Ucrania por su oposición a la ayuda militar y su rechazo al dogma europeísta, se postula ganador. Sin embargo, una encuesta de última hora, vaya usted a saber porqué, coloca al centrista Nicușor Dan, alcalde de Bucarest, con ventaja. La diáspora rumana, que votó masivamente por Simion en Italia y España, será clave. Y Von der Leyen contiene el aliento, temiendo que el balcánico país se sume al club de los «desobedientes». ¿Es realmente Simion un peligro o sólo el reflejo de lo que tantos europeos, cansados de despotismo progresista, comienzan a desear? El globalismo, su maquinaria de cuentos, alarmas y sondeos, no las tiene todas consigo. El domingo veremos si Rumania opta por una aventurada rebeldía o por la cargante anestesia.

El trumpista rumano. Este historiador de 38 años, exultra de fútbol y apologeta de la Gran Rumania, ha convertido el descontento en energía electoral, receta muy antigua. Simion, armado con TikTok y una cruz de madera, promete menos Bruselas, menos Ucrania y más «dignidad rumana». Critica la ayuda militar a Kiev, idolatra a Trump y planea nombrar al caído en desgracia Georgescu primer ministro. El discurso oficial europeo ve en él a un peón de Putin. Tampoco vamos a exigir un debate más complejo sobre las políticas manu militari de la UE desde la pandemia, la etiqueta «ultra» sirve y narcotiza.  

Fuego. Cruzamos el Canal de la Mancha para aterrizar en Londres, donde el culebrón del momento tiene tintes de comedia negra. Roman Lavrynovych, un ucraniano de 21 años residente en Sydenham, ha sido acusado de prender fuego a dos casas y un coche propiedad del primer ministro, Keir Starmer. Los cargos a los que el extraño pirómano se enfrenta son incendio premeditado e intención de «atentar contra la vida». El propio Starmer, con esa ridícula pompa que haría las delicias del ironista Chesterton, proclamó en Westminster que los siniestros eran «un ataque a la democracia». Y aquí viene el último giro: la policía británica, con un olfato admirable para los guiones geopolíticos, no descarta que tras el joven esté un «Estado hostil». Léase Rusia. The Telegraph ya ha publicado la foto del sujeto, y uno no sabe si reír o suspirar ante la idea de que un «creador de contenidos digitales» —como se define Lavrynovych— sea la punta de lanza de una conspiración del Kremlin. La investigación promete más capítulos, pero el mensaje está claro: en tiempos de incertidumbre, culpar a Moscú siempre vende. Mientras tanto, el premier laborista se erige en mártir, como si quemar su garaje fuera equiparable a derribar el Parlamento. La democracia nunca estuvo tan sobrevalorada.

Wasapeando en la cumbre. En España, el eco de las filtraciones sigue su marcha cual culebrón, y lo que vendrá, según dicen. Los mensajes de WhatsApp entre Pedro Sánchez y José Luis Ábalos, destapados por El Mundo, son un retrato del PSOE en su versión más maquiavélica, con perdón del diplomático florentino. Según leemos, el primero ordenó a su muy poderoso secretario de organización controlar a los barones díscolos —Page, Lambán, Fernández Vara—, a quienes llegó a calificar de «hipócritas» y «petardos». Tampoco escatimaba en epítetos: Margarita Robles era una «pájara» enfundada en un uniforme militar. Si bien Zapatero lo ve «bastante divertido. Significa que es una persona inteligente y lista». El «amigo» de Delcy ya aparece en nuevas entregas wasaperas, despertando entre la parroquia más morbosidad que otra cosa. Los chats, hallados en memorias USB del caso Koldo, revelan una relación de confianza que sobrevivió a la caída de Ábalos en 2021, con Sánchez lamentando en 2023 haber perdido su «amistad». El socialismo, fiel al manual, minimiza el escándalo y exige investigar la filtración, mientras el exministro apunta que pudo consentir la difusión de los mensajitos. Hay en toda esa literatura un aspecto que me resulta chocante: la práctica ausencia de faltas de ortografía e, incluso, la utilización de algún cultismo.

El rugido de León XIV. El Papa, un yanqui que cada vez incomoda más a los progres por no parecerse tanto al finado Francisco, ha dicho estos días que la familia es la unión estable entre hombre y mujer, y los no nacidos y ancianos son criaturas de Dios con dignidad innegociable. No es que el argentino pensara algo distinto, pero ahora suena todo peor para quienes llegaron a sentir que el mundo era suyo. La crisis del buenismo y las identidades está cambiando la percepción ideologizada de las cosas. León XIV, rescatando en la plaza de Bernini aquel mensaje de Juan Pablo II a los jóvenes —«no tengáis miedo»—, recuerda que la verdad no se negocia. 

Olivares de Jaén. Juanma Moreno Bonilla, al que gusta la «sostenibilidad», planea talar 500.000 olivos centenarios en Jaén y Córdoba para cubrir 5.500 hectáreas con placas solares. La Junta, retórica ecologista, promete plantar 28,5 millones de árboles para compensar el CO₂ perdido, pero el cálculo es insultante: un olivo milenario captura 570 kilos de dióxido de carbono al año; un arbolito joven, apenas 30. ¿Sostenibilidad? Más bien ecocidio. Las organizaciones SOS Rural y Campiña Norte claman contra dicha tala, que asfixiaría a pueblos como Lopera, donde 42.600 olivos sostienen un cuarto de la economía local. Expropiaciones forzosas y contratos bajo amenaza revelan la mano sucia del poder verde, miscelánea de dinero público, intereses privados y corrupción política. Un españolísimo pelotazo, vaya.

Buscando a… Mientras la Audiencia de Madrid sugiere que Begoña Gómez pudo «vender su proximidad» al presidente, marido al fin y al cabo, para proyectar su carrera ofreciendo «favores o influencias», la señora permanece desaparecida de la vida pública. Algún malintencionado deja incluso caer la loca idea de una huída a otras geografías. 

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