Picar piedra. En el argot del ligoteo, esta expresión significa, sencillamente, hacer un duro y a veces largo trabajo de seducción para conquistar con fines sensuales a una persona. Respecto al periodismo independiente, se trata no ya de conquistar, sino de fiscalizar al Gobierno, con el riesgo siempre presente de acabar con los huesos en el submundo mediático de la ultraderecha, esas webs. Qué digo, de fiscalizar hasta al fiscal general, empedernido y no muy hábil wasapero a las órdenes del número uno, Sánchez Castejón.
Sin noticias de Feijoo. Si la semana pasada le vimos tontear con el progresismo rancio (memoria estalinista de la Pasionaria) y el sindicalismo de mordida y canturreo de La internacional, los últimos días parece que ha descansado. O quizás haya estado cavilando cómo, guiado por la tenue luz conservadora, arrimar a Junts al salón con chimenea de la derechita temerosa. Lo de este hombre es modulación, un galleguismo decimonónico que ya observamos en Rajoy, ver caer tras la ventana el hipnótico sirimiri que todo acabará arreglando. Aunque la nación se desintegre bajo el régimen sanchista, lluvia ácida.
Vértigo. No digo que al Partido Popular le haya interesado siempre la verdad, este es un asunto que afecta a cualquier político profesional, salvo honrosas excepciones. Elevar a lo público problemas tan graves como la inmigración ilegal, el desmantelamiento de las soberanas fronteras de España, la okupación legalizada o la insostenibilidad de un sistema derrochador causa vértigo en el político medio, acomodado a su escaño. Sin embargo, y sigo con los populares, veo ahí a García Albiol como ejemplo valiente. En todas esas gruesas verdades coincide con VOX, o sea, tiene pegada ya la etiqueta de ultra, adjetivo que pone a temblar al gallego melancólico, Feijoo.
Bailando. Hay otros partidos menores que merecen nuestra atención, aunque sus actividades lleven al ánimo nacional y moral a una profunda depresión. Me refiero, por ejemplo, a los aguerridos de vascongadas, pasado de terror social y hoy bastón de Sánchez. Esta semana, el parlamento de Vitoria, convertido en reunión vikinga, se animó a bailotear. ¿Qué celebraban, sino reírse de aquel mantra (o mito) zapaterista de la ETA derrotada?
Adiós, viejo imperio. El té de las cinco será pronto servido sólo para hombres sentados en el suelo, convenientemente endulzado y en vasitos, nada de porcelana y comentarios sobre la tormenta en el Canal de la Mancha («el continente se halla aislado»). Un mundo desaparece: ni pompa ni circunstancia, tampoco está la adorable y gafe Miss Marple para hallar un crimen allí donde fuera, ni Maese Shallow diciéndole a Fasltaff «las cosas que había visto» a riesgo de parecer demasiado actual. Lord Byron, en caso de vivir hoy, no necesitaría pasear por el Magreb y yacer con niños. La pérfida Albión está siendo invadida, y los invasores no vienen precisamente del helado norte. Se hace eco La Gaceta de un informe publicado por The Times. Habla ese papel de la existencia de 85 tribunales de la sharía en Reino Unido, que funcionan como instituciones informales, aplicando leyes islámicas en asuntos familiares. Esto no debería sorprendernos mucho. Muhammad es el nombre más popular (número de niños registrados) en Inglaterra y Gales, según los últimos datos de la Oficina Nacional de Estadística (ONS). Y Londres, Birmingham, Leeds, Blackburn, Sheffield, Oxford, Luton y Brighton (ya sin mods ni rockers a hostia limpia) tienen a alcaldes musulmanes. Lo lamento mucho, y no lo digo por la primitiva tarta de ruibarbo, el vulgar fish and chips o el deprimente porridge.
Contra la cultura. El ministro Urtasun, una especie de pijo cuya cabecita parece sólo ocupada y preocupada por clichés ideológicos, prosigue su lucha contra el toro, ese acervo de un pueblo que él no soporta. Tiene el chico un elitista sentido de lo que es o no cultura: engendro al servicio de la ordinariez warholiana, de la burricie intelectual. Se me ocurre traer, cual contestación al afectado Ernest, unas palabras de Albert Serra sobre su reciente y exitoso documental Tardes de soledad: «Me hace gracia cuando la gente dice que es una película sobre la masculinidad… con ese toro, la masculinidad tóxica… y yo digo ¿pero qué dices? Si es más humano que tú, esta gente es más humana que tú, inútil. ¿Sabes por qué? Se ve que tienen esa poesía de lo popular y de lo humano profundamente enraizada en algo colectivo».