El debate final y un presunto ausente. Semana plena de ardor plebiscitario. La postrera cita con la opinión pública, un debate celebrado el miércoles, ha copado la actualidad. En la tele de todos (de todos los gobiernos que han ido pasando desde Felipe González) llamaron a los principales candidatos presidenciales, que debían ser cuatro: Sánchez, Abascal, Díaz y Feijoo. Éste último rehusó la invitación, aunque, cual espíritu gallego, aparecía, desaparecía y volvía a aparecer por el plató. Pasemos revista a cada uno, incluso al espectro, con permiso de las meigas.
Sánchez. Volvió a ponerse el traje azul galáctico, ese de chaqueta demasiado corta y pantalón apitillado, como de azafato en una feria del automóvil italiana. Ya sus andares, de vendedor político, inspiran la escena: «Acompáñeme, que le voy a enseñar la nueva tapicería del Lamborghini. Ecosostenible, feminista y social». Pero, una vez tras el atril de orador, el júbilo comercial trocó en decaimiento, gesto apagado y escasa convicción. Hasta el vistoso traje parecía ya el de un representante de seguros de decesos. De la mandíbula prieta y la mirada torva en el cara a cara con Feijóo apenas quedaba el recuerdo. Vimos, por contra, a un hombre apocado, de hombros flácidos, mórbida retórica y expresión de Calimero. Entre tuteos a Yolanda, que ella correspondía amorosamente, y alguna puya al líder de VOX, del todo sentimental e inofensiva, gastaba sus turnos de intervención como un convidado de piedra. O un reproductor con el cassette Canciones para un mundo infeliz. Esta izquierda tiene un problema de trastorno melancólico. Ha interiorizado tan profundamente el pesimismo científico que acaba revolviéndose contra sí misma. Hablaba Sánchez del negro mundo en que vivimos, de todas las plagas que padecemos en España, y, al escucharlo, se le antojaba a uno que él no había gobernado en los últimos cuatro años.
Abascal. Midió, resistió y venció a ese dos contra uno en que Sánchez hacía de poli bueno y Díaz de poli mala. El socialista, mirando al vacío (es decir, al futuro) como lo hacen los estadistas del siglo veintiuno, lucía chapita Agenda 2030 y citaba de soslayo a la ciencia. Dada su afición a la impostura, sospechamos que se refería a las ciencias ocultas. Ella, inflamada, maldecía la ola de calor mientras calificaba a la derecha de negacionista, término usado para referirse a quienes cuestionan el holocausto judío. El lenguaje político de la izquierda no conoce prudencia ni moral. Digo que Abascal venció porque manejó el tiempo disponible para decir sus cosas, atrevidas, diferentes a la cháchara estereofónica de los otros, reproducida hasta la saciedad. Con ese formato, hizo de oposición, sin riesgo a diluirse por efecto de un centrismo ausente. Resultó gracioso, si no fuera en realidad dramático, que a su intencionada pregunta «¿qué es una mujer?» el tándem gobernante no quisiera contestar. Su mejor momento fue cuando la atormentada Yolanda le espetó «¿Usted cómo se siente?» y él, con naturalidad, contestó: «Yo me siento estupendamente». Resume la respuesta un conservadurismo que es afortunado muro de contención a la amargura y la tristeza en que desean vernos los nuevos apocalípticos.
Díaz. Vestida de blanco veraniego y calzando tacones de ocho centímetros, puso la nota bronca, sensual de bareto, militancia y chinchón. Flirteó (políticamente, válgame Dios y la ley del sólo sí es sí) con Pedro, a su izquierda, y éste le siguió un poco el rollo. Pero se mostraba algo modoso y tieso, ese corbatín de púber. La contienda deseada quedaba a la derecha, camisa escotada y torso nacional. A Abascal dedicó todas sus acometidas, quizás freudianas. Algunas, muy severas: «¿Sabe por qué nos matan a las mujeres en nuestro país? Porque somos mujeres». Bueno, podría haber tirado de algo tipo “¿qué hacías tú en los años 2000?” Aunque la cuestión hubiera introducido el desagradable tema de ETA, en absoluto excitante para quien ha dependido tanto de Arnaldo Otegui. Hombre de paz, no de esos que matan a las mujeres sólo por serlo. La cosa derivó en enseñar unas fotos de recuerdo, si bien no mejoró el ambiente. Yo no soy favorable a que los políticos utilicen imágenes y gráficos de colores. La palabra debería bastar, como en el senado imperial. Yolanda mostró la conocida foto de Feijoo con Marcial Dorado en un yate. Abascal reaccionó cual caballero: «A mí lo que no me parece normal es atacar así a una persona que no está». Y le recordó sus simpatías hacia ciertos autócratas comunistas de América. El marxismo peleón es un licor que, ingerido por cualquiera en mínimas dosis, causa efectos no deseados a los demás.
Feijoo. Durante la noche, fue invocada su presencia en numerosas ocasiones. Usando variados trucos y fórmulas, tanto el moderador como la señora Díaz se empeñaban en que diera alguna señal: ¿Dónde está ahora, Feijoo? ¿Puede oírnos? Al principio no se manifestaba, realmente el candidato del PP se hallaba en otros mundos, lejanos, la constelación Génova o en su propio domicilio. Pero la señora de Sumar, en un momento de realismo mágico, lo vio. Estaba allí. ¿Dónde, Yolanda? En el cuerpo de Abascal. Así, poseído según la visión nigromántica de la vicecomunista, el candidato de VOX tuvo que aguantar estoicamente las repetidas apariciones del popular: ¡Ahí, dentro de Abascal! El debate fue, por tanto, a cuatro, sólo que uno comparecía bajo esa forma etérea. Un fenómeno digno de ser estudiado por Iker Jiménez.