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Este artículo se publicó en La Gaceta antes de convertirse en La Gaceta de la Iberosfera, no siendo entonces propiedad de Fundación Disenso.

La nueva Guerra Fría: ¿Ha perdido Trump el control sobre la política exterior?

Hay una cuestión en la que solo puede hablarse de estrepitoso fracaso: el supuesto acercamiento a Rusia.

Estados Unidos ha aprobado confirmar y ampliar las sanciones contra Rusia y está incrementando su ayuda bélica al Gobierno de Kiev, pese a las promesas del entonces candidato presidencial republicano.

Trump ha logrado ya las mejores cifras de creación de empleo y reducción del paro en décadas. Está cumpliendo su famosa norma de eliminar dos regulaciones por cada nueva regulación que se aprueba. Es posible, y aun probable, que el Obamacare acabe siendo derogado y sustituido. Se ha reducido sensiblemente el número de ilegales que entran en Estados Unidos por la frontera con México, y quizá se acabe incluso construyendo el famoso muro con el vecino del sur.

Pero hay una cuestión en la que solo puede hablarse de estrepitoso fracaso: el supuesto acercamiento a Rusia. Es como si la política exterior de Estados Unidos fuera por su cuenta, en piloto automático, inmune a la plataforma o los deseos de quien en cada momento ocupe la Casa Blanca.

No importan las sonrisas ni la complicidad exhibidas por Putin y Trump en su primer y único encuentro durante la cumbre del G20: la Ley Para Contrarrestar a los Adversarios de América Mediante Sanciones, que es el nombre oficial de esta pieza legislativa, ahonda la sima entre Moscú y Washington.

La relación comercial entre Estados Unidos y Rusia es mínima, y en ese sentido el daño que pueda hacer a la industria americana es despreciable. No así a la europea, que depende del gas ruso, entre otras cosas. De hecho, es poco probable que Alemania, la locomotora europea, ya abiertamente distanciada de Washington y reticente a las últimas sanciones contra Rusia, acepte sin protestas la renovación de una situación que perjudica frontalmente su economía.

De hecho, es cuestión de tiempo que la Unión Europea concluya que América está lejos y Rusia es vecino, con lo que esta absurda ley acabe también acentuando la distancia entre Bruselas y Washington.

La ley no solo aliena a Rusia y la UE, sino que obliga a la primera a buscar clientes, socios y aliados en el este, especialmente China, que ya tiene sobrados motivos de irritación con Washington por sus gestos de desafío en el Mar de China, que Beijin considera, comprensiblemente, su patio trasero y zona natural de influencia.

Más peligrosa aún es la intervención norteamericana en Ucrania, que los rusos ven como verían los americanos una injerencia de Moscú en una Texas recién independizada. Esta semana pasada la prensa informaba de los planes del Pentágono y el Departamento de Estado para proporcionar a Ucrania misiles antitanque y otras armas para luchar contra los separatistas del Donbas, alargando una guerra que ya ha causado más de diez mil muertos. Y, sobre todo, que Putin no puede permitirse perder.

No es probable –esperemos- que Estados Unidos esté pensando con esta injerencia en una repetición de la guerra de Georgia, cuando Moscú mandó tropas para proteger del ejército de Tbilisi a los osetios del sur en una victoria fulminante. En ese momento, de haber pertenecido Georgia a la OTAN, como quería Bush y sigue queriendo el senador McCain, por el Artículo 5 de la Carta de la Alianza, España hubiera entrado automáticamente en guerra con Rusia, un escenario de pesadilla.

El vicepresidente Mike Pence ha estado en Georgia estos días, donde ha garantizado a su Gobierno que Estados Unidos está con ellos y que avanzarán en el viejo compromiso de integrar a Georgia en la OTAN. Pence es un ‘halcón’ de manual, ‘neocon’ hasta el tuétano… Y el hombre que gobernará Estados Unidos si a Trump “le pasara algo”, lo que el establishment lleva forzando sin parar desde el día uno.

Todo lo cual nos lleva a concluir que solo cabe una de estas dos opciones posibles: o Trump mintió con toda la boca durante su campaña electoral y nunca tuvo la menor intención de mejorar las relaciones con Rusia y procurar una política exterior norteamericana sin aventuras bélicas, o, sencillamente, ha perdido el control sobre su política exterior.

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