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Un año de Trump: menos aborto, más libertad religiosa y mismo globalismo

El presidente de los Estados Unidos, Donald Trump, con cara de asombro | EFE

En este tiempo, el republicano ha adoptado medidas que toda persona comprometida con la defensa de la civilización occidental debería acoger con regocijo


Este sábado 20 de enero se ha cumplido un año del nombramiento de Donald Trump como presidente de Estados Unidos. En medio de un ambiente enrarecido – y crispado – por la insólita hostilidad de los medios de comunicación y de las élites políticas, ese empresario de mirada torva y determinación enérgica tomó posesión de un cargo que le ha valido, por el momento, 367 días de críticas y de loas casi a partes iguales.
Lo cierto es que, en este tiempo, el republicano ha adoptado medidas que toda persona comprometida con la defensa de la civilización occidental debería acoger con regocijo. Así, tras su investidura como presidente, hizo de la defensa del derecho a la vida del no nacido uno de los principales objetivos de su mandato; objetivo que ha guiado, en gran medida, sus políticas. Dos días después de su toma de posesión, por ejemplo, recuperó la ‘política de la Ciudad de Méjico’, que prohíbe el uso de fondos del Gobierno para financiar a oenegés que promuevan o practiquen abortos en el extranjero.
Estos esperanzadores hechos – al menos para su seguidores y el mundo provida – se vieron reforzados inmediatamente. Y es que el republicano designó a Neil Gorsuch, defensor de la vida y la familia natural, como candidato para sustituir al difunto Antonin Scalia como miembro de la Corte Suprema norteamericana. Tras un arduo proceso de ratificación en el Senado debido al contumaz obstruccionismo demócrata, el magistrado fue nombrado miembro de la más alta instancia judicial estadounidense en los albores de marzo.
Más recientemente, en el mes de octubre, el presidente norteamericano mostró su incondicional apoyo a un proyecto de ley que, impulsado por los republicanos, pretende proscribir el aborto tardío; esto es, la eliminación de fetos de más de veinte semanas (salvo en casos de violación e incesto). Tras haber sido aprobado en la cámara baja, se espera ahora que el Senado ratifique el proyecto de ley.
Y más recientemente aún, el 19 de enero, Trump estuvo presente en la anual Marcha por la Vida de EEUU (tornándose en el primer presidente que acude a ella), en la que pronunció un emotivo discurso encaminado a denunciar el terrible crimen que el aborto constituye.

Contra el globalismo

A nadie se le escapa que el eje de la campaña de Trump fue la lucha contra el globalismo, ese movimiento político que pretende acabar con el Estado-Nación y establecer un gobierno mundial. Si bien no ha cumplido del todo esta promesa electoral – sobre todo en los terrenos económico y migratorio –, lo cierto es que ha dejado atrás la actitud servil de sus predecesores respecto a la Organización de Naciones Unidas.
De esta forma, el presidente norteamericano ha decidido retirar a Estados Unidos de la Unesco, hastiado de su sesgo antiisraelí y de su incesante promoción del aborto y de la ideología de género. No en vano, entre las resoluciones más ignominiosas de esta agencia de la ONU se encuentran aquélla que rechaza cualquier ligazón entre Jerusalén y el pueblo judío y aquélla que tilda el aborto de ‘derecho’ y ‘realidad’ que los niños deben conocer.
Sin embargo, la medida del presidente que más ha encolerizado a las elites políticas y mediáticas mundiales es la de retirar a Estados Unidos del Acuerdo de París contra el cambio climático; acuerdo que tildó de ‘injusto’ y contrario a los intereses nacionales norteamericanos. Para mostrar el extendido rechazo a esta decisión, citamos este hiperbólico texto de ‘El País’: ‘Estados Unidos ha dejado de ser un aliado del planeta. Donald Trump dio rienda suelta hoy a sus creencias más radicales y decidió romper con el Acuerdo de París’.
Asimismo, en los albores de su mandato, apartó a Estados Unidos del TPP, ese tratado de libre comercio que incardina a varios países de la cuenca pacífica.

¿Una política exterior cambiante?

En cualquier caso, hemos de asumir que el republicano no ha cumplido todo lo que prometió, especialmente en lo referido a la política exterior. De esta manera, quizá influido por las asfixiantes presiones del establishment, ni ha revisado la alianza norteamericana con Arabia Saudí – ese egregio promotor del fundamentalismo islámico – ni ha buscado un acercamiento a Rusia.
En este sentido, cabe señalar que Trump – proclive, en campaña, a la continuidad de Al Assad en el poder en Siria – ha manifestado en repetidas ocasiones en el último año la necesidad de un cambio de régimen en el país árabe. Una manifestación que contraviene de modo evidente su primigenio compromiso de ‘no interferencia’ en los asuntos internos de Estados foráneos.
Por todo ello, deberíamos concluir que el presidente norteamericano no ha alterado, en lo sustancial, la política exterior de sus predecesores, consistente en la activa participación de Estados Unidos en conflictos extranjeros.

Defensa de la libertad religiosa

Cuando Donald Trump fue investido presidente, la libertad religiosa en Estados Unidos se hallaba en un estado manifiestamente mejorable como consecuencia de las políticas de Obama. Un lastimoso hecho que ha impelido al republicano a tratar de recuperar el vigor de este concepto, que siempre ha sido pilar del país.
Fruto de este loable afán, promulgó en mayo una orden ejecutiva encaminada a preservar la libertad religiosa en EEUU. Así, la directiva del republicano rebaja los límites que hasta ahora han constreñido la actividad política de las organizaciones religiosas, así como permitirá que éstas rechacen ese apartado del Obamacare que compele – o compelía – a los empleadores a proporcionar a sus trabajadores seguros de salud con cobertura de anticonceptivos.
En una emotiva alocución pronunciada en octubre en el contexto del ‘Values Voters Summit’, el presidente norteamericano, además de reivindicar la vital importancia de la familia, reflexionó sobre la necesidad de proteger la libertad religiosa en Estados Unidos y en todo el orbe: ‘La libertad religiosa es consagrada en la misma Primera Enmienda de la Declaración de Derechos (…) Estados Unidos es una nación nacida bajo mandato divino’.
Desde que Trump gobierna el país más poderoso del mundo, la cultura de la muerte ha retrocedido, el globalismo ha visto amenazadas sus viciadas aspiraciones y la libertad religiosa ha dejado de ser una entelequia para tornarse en una palpable realidad. Con la mácula, eso sí, de una política exterior que continúa desprendiendo un insoportable hedor neocón.

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