La invitación a que el Aquarius recale en nuestras costas por parte del gobierno español ha tenido una considerable repercusión más allá de nuestras fronteras, por cuanto el de la inmigración es un asunto que divide a la Unión Europa desde hace tiempo.
Una división que está poniendo seriamente en duda el mantenimiento de la propia unión. Hoy, y sobre todo a causa de este tema, la fractura europea es un horizonte político ciertamente posible.
Un debate letal
Y es que la postura ante la inmigración revela una división más profunda: la que en este momento separa a quienes comparten el proyecto globalista de quienes defienden la soberanía de los Estados.
El enfrentamiento entre una otra se perfila cada vez con mayor nitidez. No afecta solo a la emigración, sino que implica al conjunto de todos los asuntos que están sobre la mesa en Europa: la natalidad, la familia, la ideología de género, la libertad, la privacidad, la defensa, las relaciones exteriores.
La ubicación de los proyectos políticos a la derecha o a la izquierda ya es solo un recuerdo, del que apenas restan unas cada vez más débiles inercias. Ha sido sustituido por el posicionamiento en la defensa de la soberanía o en la entrega de esta a los organismos transnacionales.
El debate de la emigración, generado por quienes han determinado que Europa debe disponerse al servicio del proyecto mundialista, amenaza con la ruptura de la unión.
Un argumentario tramposo
Una y otra vez, el argumentario del globalismo – como en tantas otras ocasiones – comienza con la preceptiva apelación al emotivismo: en este caso, con la visión de cientos de personas que, hacinadas en un barco que atraviesa el Mediterráneo, se juegan su vida por alcanzar Europa.
El proceso lo conocemos, y se llama victimización. A partir de la victimización, el debate racional resulta casi imposible. Sólo importa que el dolor y la pena nos alcance: conseguido eso, el objetivo está asegurado.
Nadie que no sea un completo desalmado puede desentenderse del destino de esos cientos de personas que se encuentran en tan precaria situación. Todos deseamos que sus vidas sean salvadas, no importa el coste. La visión de las mujeres, muchas de ellas embarazadas, y de los niños de corta edad, desvalidos, ahorra todo debate.
Resulta evidente, sin embargo, que la situación está siendo aprovechada por determinadas fuerzas para hacer propaganda. Una propaganda que evita a todo trance centrase en los aspectos de fondo de lo que está sucediendo.
¿Por qué están en el agua? Mafias
Las miles de personas que atraviesan el Mediterráneo cada año no llegan hasta ahí por casualidad. En su mayoría, hoy están saliendo de Libia. Y salen de allí porque el Estado libio ha sido destruido, y lo ha sido de modo deliberado por las potencias que están imponiendo el Nuevo Orden Mundial.
A partir de esa destrucción, el terreno ha quedado abonado para las mafias. Las políticas de acogida más demagógicas (en las que se excluye, de entrada, la necesidad perentoria de que la emigración haya de ser legal, ordenada y regulada desde los países de acogida) favorecen a las mafias, que se encuentran de este modo estimuladas.
Si miles de personas navegan el mar cada año con grave riesgo para sus vidas, ello se debe a la labor de las mafias, que aprovechan las situaciones que otros propician en su favor. Las mafias depositan a cientos de personas en las costas libias para que sean recogidas por los buques de las ONG´s.
¿También las ONG´s?
Esas mafias se ven complementadas por el trabajo de numerosas ONG que, so capa de un trabajo humanitario, desempeñan una verdadera labor de promoción de este tipo de emigración. Muchas de ellas están participadas por la Open Society de George Soros, quien ha admitido abiertamente su papel de impulsor de los procesos migratorios.
Por esta razón, cada día se abre paso con más fuerza la idea de que, cuando menos, las ONG tienen una parte de responsabilidad de los miles de muertes que acaecen en el mar. En este sentido, el ministro de interior, Juan Ignacio Zoido declaró en Bruselas en julio de 2017 que “hay que concienciar a las ONG que se está para ayudar, y no para favorecer o potenciar la emigración irregular.”
No hace falta añadir mucho más.
Matteo Salvini ha querido recordar en pleno episodio del Acquarius, que hay en este momento otras dos naves frente a las costas de Libia (el Lifeline y el Seefuchs) que, con bandera holandesa, están a la espera de hacerse con el cargamento humano que las mafias han depositado allí.
Aunque las ONG sugieren que se ocupan de los barcos que encuentran en alta mar, la verdad es muy diferente. La verdad es que en muchas ocasiones recogen a los inmigrantes frente a las costas norteafricanas y no en alta mar, en situación precaria, para llevarlos más tarde a Italia, tal y como ha mostrado la organización Gefira, que montó un dispositivo de seguimiento de estos buques en el otoño de 2016 y demostró el trasiego desde Libia hasta Italia, que realizan con sospechosa regularidad.
Propaganda gubernamental
Que el rescate del Acquarius ha tenido una dimensión esencialmente propagandística no es algo que ignore casi nadie. Un nuevo gobierno que llega al poder, necesitado – dados sus escasos apoyos parlamentarios – de una política de gestos de calado ideológico: el barco rechazado por Italia le ha brindado una ocasión de oro para hacer gala de sus convicciones progresistas.
Poco importa que se trate de un gobierno que mantiene las vallas de Ceuta y Melilla; que fuera un gobierno socialista quien instalara las concertinas sobre esas vallas, casi nadie lo recuerda.
Lo esencial es que, a falta de realizaciones concretas en el terreno legislativo, el ejecutivo de Sánchez se ve precisado de llevar a cabo este tipo de iniciativas. Sánchez sabe que no puede disponer de nuestras vallas fronterizas en el norte de África, porque lo son también de la Unión Europea, y él está aquí esencialmente para obedecer.
Desde Italia, Salvini ha querido recordar al ejecutivo socialista de Madrid que, en la medida en que el gobierno impulse este tipo de medidas, está colaborando con las mafias y fomentando el que se ponga en peligro la vida de millones de personas. Pues aunque el mensaje se ha dirigido a las ONG que colaboran con la inmigración, no cabe duda de que resulta extensible a Pedro Sánchez: “Que sepan estos señores que Italia ya no quiere ser cómplice del negocio de la inmigración clandestina y que, por lo tanto, deberán buscarse otros puertos (no italianos) a los que dirigirse”.
Asistencia humanitaria y propaganda
En España, no han faltado ayuntamientos que hayan brindado ayuda a los refugiados (epígrafe bajo el que se ha agrupa una infinitud de casos que, en buena parte, no se corresponden con esa condición).
Pero las cifras que proporcionan las instituciones son contradictorias. Por ejemplo, el ayuntamiento de Madrid asegura haber acogido a 3.748 refugiados desde 2016, aunque la UE dice que han sido 2.792 para toda España.
Resulta evidente que se trata de una maniobra puramente propagandística, aunque de fondo hay una cuestión importante: el número de los acogidos se mide por su inscripción en los CIES, que rara vez se corresponde con las cifras reales.
Y ello por una razón: los subsaharianos, indocumentados, son muy difíciles de repatriar, por cuanto se niegan a revelar su procedencia o, sencillamente, la inventan. Por esa razón, y porque tampoco resultan especialmente conflictivos, no tienen problemas en formar parte de las estadísticas. Sin embargo, argelinos y marroquíes, sabedores de que pueden ser fácilmente repatriados, evitan los CIES a toda costa, con lo que las cifras oficiales presentan una notable desviación con respecto a la realidad.
¿Refugiados?
Según ACNUR, un refugiado es un persona que se ha visto obligada a huir de su país por causa de un conflicto, de persecución o por violación de los derechos humanos. Los presuntos refugiados que llegaron a Europa en los últimos años no podrían acogerse sino a la primera de las causas, esto es, a la huida de un conflicto.
Sin embargo, alguna de las características de dichos refugiados se compatibiliza mal con la pretensión de que huyan de la guerra.
Los desplazados (que no refugiados) que llegaron a España el año pasado eran, en una proporción de tres sobre cuatro, hombres entre los 18 y los 45 años. Sólo un 14% eran menores de edad, y un 9% mujeres. Y es que, en muy buena parte, no son refugiados, sino emigrantes económicos.
La condición de estos emigrantes queda de manifiesto con la frecuente negativa de estos a permanecer en los países menos desarrollados del Este europeo, exigiendo asentarse en Alemania, Francia o los países escandinavos. Los que, pese a todo, son enviados a regiones no deseadas, suelen huir más tarde hacia los anteriores.
Sistema de cuotas
La Unión Europea ha venido imponiendo un sistema de cuotas a los Estados miembros al margen de la voluntad de cada cual a través del Tribunal de Justicia de la Unión Europea, el cual ha determinado que la Comisión Europea tiene potestad para obligar a los países miembros en esta materia.
La decisión ha encrespado los ánimos de los Estados que recurrieron la decisión comunitaria, en una sentencia que muestra la creciente politización de los órganos judiciales europeos. La imposición de cuotas de inmigración por parte de los eurócratas ha producido una enorme irritación en los países centroeuropeos, que no han cumplido los asentamientos asignados: ni Hungría, ni Chequia, ni Polonia han aceptado la decisión de Bruselas.
Las quejas de estos últimos están indudablemente fundadas, por cuanto los planes de reubicación previstos por la Unión Europea, incumplen la Convención de Dublín, que obliga a los emigrantes a permanecer en el primer Estado al que hayan llegado dentro de las fronteras de la UE.
Por eso Peter Szijjarto, ministro húngaro de Exteriores, ha calificado esta política de “irresponsable”. Consciente de lo que está en juego, ha clamado que «la verdadera batalla sólo está empezando». Los órganos comunitarios cada vez están más politizados. Y se obstinan en ignorar las necesidades de sus socios más débiles. Hungría ha denunciado que “la política ha violado las leyes y valores europeos».
El sistema de cuotas está muerto, pero la división producida por él, estás más viva que nunca, porque la UE no renuncia, en lo sustancial, a su política migratoria.
La batalla, en efecto, solo está empezando.