Todo cambia de un día para otro, casi de una hora para otra, en el caso del doble espía envenenado, desde la procedencia de la toxina hasta la forma en que la consumión o el grado de toxicidad.
«Dadme al hombre -es fama que decía Lavrenti Beria, terrible mano derecha de Stalin- y yo buscaré el delito». Y, saltando las siderales distancias que separan en Moscú de los Años Treinta del Londres de hoy, eso es lo que empieza a parecer el caso Skripal: una sentencia en busca de un crimen.
Todo cambia de un día para otro, casi de una hora para otra, en el caso del doble espía envenenado, desde la procedencia de la toxina hasta la forma en que la consumió o el grado de toxicidad. Todo, esto es, salvo el culpable: Rusia, de eso no hay duda.
Quizá cuando lean esto ya hayan cambiado la versión, pero lo último parece ser que la fuente del envenenamiento con el ya famoso compuesto nervioso Novichok podría haber sido una caja de cereales que les trajo a los Skripal un amigo de la familia desde Moscú. Este amigo, se dice, trabaja para una empresa médica rusa.
Pero ayer se nos informaba que el Novichok había entrado en el organismo del doble espía a través del pomo de la puerta de entrada de la casa, un sistema tan arriesgado que, en la autorizada opinión del New York Times, «no podía haber realizado sin la aprobación del Kremlin».
Y ha habido más, muchas más especulaciones.
Boris Johnson, el pintoresco ministro de Exteriores británico, declaró en una reciente entrevista televisada que desde el laboratorio especializado de Porton Down le habían asegurado categóricamente, sin la menor sombra de duda, que el compuesto tóxico procedía de Rusia, justificando así la decisión de expulsar a los diplomáticos rusos, una iniciativa con la que se solidarizaron casi todos los países occidentales.
Pero parece que Johnson ha mentido, porque los laboratorios en cuestión se confiesan «incapaces» de determinar el origen del veneno.
Nada cuadra en todo esto, nada tiene sentido, al menos desde la versión oficial.
Veamos. Tenemos un presunto ataque químico contra un doble espía ruso que lleva diez años viviendo en Inglaterra a cara descubierta y su hija Yulia, que vive habitualmente en Moscú, a merced de sus supuestos atacantes.
El veneno en cuestión, se dice primero, es el Novichok, un gas nervioso que solo puede proceder de Rusia. Es decir, el Kremlin no solo decide matar a un doble espía con diez años de retraso sino que tiene que hacerlo de modo que se sepa que han sido ellos.
Solo que luego nos enteramos de que la preparación del compuesto viene explicada al detalle por su propio inventor en un libro publicado hace años.
Y a un crimen tan confuso e inverosímil -y esta es la parte más difícil de creer- se le achaca inmediatamente un culpable, el propio Gobierno de Rusia -en plena campaña de descrédito por todos los medios y la clase política occidental, con la ‘trama rusa’ y las injerencias varias por medio-, y sin esperar a la investigación imparcial que solicita el Kremlin se ‘castiga’ con una expulsión ‘solidaria’ de diplomáticos rusos por parte de Gran Bretaña, Estados Unidos y sus aliados, España incluida.
¿Tiene sentido? ¿Parece lógico poner al mundo al borde de una guerra con una potencia nuclear, la segunda del mundo, por el ataque no aclarado a una persona? ¿Dónde estaba esta gente en la (otra) Guerra Fría, cuando los servicios secretos de ambos bloques se dedicaban alegremente a los homicidios selectivos?
Y como nada cuadra según la versión oficial, es lícito pensar en razones no oficiales ni admisibles públicamente.
A ver qué les parece esta. En la última reunión de líderes de la OTAN, Donald Trump, que en campaña se había mostrado partidario de disolver una alianza nacida para contrarrestar una amenaza ya inexistente, defiende su continuidad pero obliga a los aliados a contribuir proporcionalmente y no dejárselo todo a América. Así que hay que aumentar el presupuesto de Defensa, algo a lo que los aliados -nuestro país también- se comprometen.
Ahora, el presupuesto de un país no es elástico: hay una cantidad recaudada, se puede completar con deuda, pero no indefinidamente o sin coste, y lo que se aumente en una partida hay que restarlo de otra. ¿Quién vende eso a sus votantes? ¿Cómo decirles que hay que recortar, no sé, en gasto social para destinar más dinero a una partida demonizada como es la de Defensa?
En efecto, nadie quiere gastar en Defensa porque es un dinero que no parece tener resultados tangibles para la ciudadanía; estos solo se ven, solo se aprecian, en caso de peligro bélico, así que, ¿por qué no crear una crisis que haga que la ciudadanía aprecie súbitamente contar con una sólida defensa?
Tal vez les parezca muy traído por los pelos. Quizá lo sea. Pero Rusia se lo toma muy en serio y, lo que es más preocupante, China. Esta crisis está sirviendo para estrechar los lazos de estos dos rivales de Occidente, lo que no resulta demasiado tranquilizador.
«América debe saber que lo estrechamente unidos que están nuestro ejército y el ruso», ha declarado el ministro chino de Defensa, Wei Fenghe, de visita en Moscú. Fenghe, en concreto, subraya que la presión que Occidente está ejerciendo sobre Rusia no hace más que estrechar la alianza militar tácita entre los dos países.
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