La persecución contra los cristianos en la India ha crecido de forma considerable en la última década. Frente a los 147 ataques registrados hace una década, 2024 concluyó con 840 ofensivas documentadas por la Comisión para la Libertad Religiosa de la Fraternidad Evangélica de la India (EFIRLC). Aun así, las cifras podrían quedarse cortas: según el reverendo Vijayesh Lal, secretario general de la entidad, muchos episodios nunca se denuncian por miedo, intimidación o la presión del entorno.
Este deterioro coincide con el auge del partido Bharatiya Janata (BJP), que gobierna el país bajo el liderazgo de Narendra Modi. De ideología ultranacionalista hindú, esta formación ha sido señalada por diversas organizaciones por su papel en el clima de hostilidad creciente hacia las minorías religiosas. En el mejor de los casos, el gobierno hace la vista gorda; en el peor, alimenta la intolerancia.
Un elemento especialmente controvertido es la existencia de leyes llamadas anticonversión en algunos estados del país. Estas normas, lejos de garantizar la libertad religiosa, son utilizadas como herramienta para hostigar a cristianos bajo la sospecha de conversiones forzadas. Así lo denuncia el Índice Global de Persecución de la organización International Christian Concern, que advierte del uso de estas leyes por parte de turbas violentas que actúan con impunidad.
Todo ello se inserta en una cosmovisión de raíces panteístas donde el ser humano es visto como una parte indiferenciada del universo divino. En este sistema de creencias no existe un Dios personal, y la noción de dignidad individual se diluye: el hombre no es más que una pieza del todo. Según esta lógica, el nacimiento en una casta inferior, por ejemplo, no es injusto ni corregible, sino el resultado inevitable de una ley cósmica inamovible. Y si hoy eres humano, mañana podrías reencarnarte en un insecto.
La influencia de este pensamiento se extiende también a la situación de la mujer, que según denuncia Manos Unidas, sigue siendo vista en muchos sectores como un activo económico más que como una persona con derechos. Su destino suele estar en manos de su familia primero, y de la familia del marido después, quedando atrapada en una cadena de dependencia que comienza con el matrimonio concertado y continúa con la sumisión doméstica.