Que para Pedro Sánchez todo es imagen e invención, ya lo sabíamos. Por tanto, no podemos sorprendernos de que esta nueva cumbre de la OTAN haya sido para él únicamente un gran “fotocall”. Grande, pero no la madre de todos los fotocalls, habida cuenta de que la imagen que más ansiaba Sánchez era una rueda de prensa conjunta con Joe Biden que la sensatez de los asesores de la Casa Blanca acabaron evitando. Con todo, hay que conceder que nuestro presidente se ha hecho un bonito álbum que mostrar a sus nietos cuando le lleguen. Lástima que no se percatara -o no le importara- que la bandera nacional estuviese boca abajo, signo de derrota y humillación.
A su vez, el ministro de Exteriores, Albares, nos cuenta que “esta cumbre es un acontecimiento tan importante como la caída del muro”. Y aunque más comedido que Leire Pajín en su día, cuando habló del saludo en la ONU entre Obama y Zapatero como un “acontecimiento cósmico”, denota la misma falta de respeto -o pura incultura- sobre la Historia con mayúscula. Porque esta cumbre, por mucho que se quiera decir, pasará a los anales sin pena ni gloria. El hecho de que en el primer almuerzo se sirviera de entrante ensaladilla rusa, sólo podía ser un mal augurio.
Pero vayamos por partes. La declaración final y el nuevo concepto estratégico ponen el énfasis en la Alianza como un colectivo de defensa de los valores democráticos. La defensa de los valores era algo que le hacía tilín a Biden y así ha quedado recogido con la aquiescencia de los aliados de América. Ahora bien, al mismo tiempo, los nuevos candidatos a ser miembros de pleno derecho, Suecia y Finlandia, eran literalmente chantajeados por Erdogan, ese dirigente turco que difícilmente puede ser calificado de demócrata, y les ha obligado, bajo la amenaza de vetar su ingreso, a que “confiesen” en un comunicado conjunto que sus políticas de derechos humanos y asilo, estaban equivocadas y que, a partir de ahora, lo que consideraban violaciones de los derechos humanos en realidad es pura lucha antiterrorista por parte de las autoridades de Ankara. No es un buen comienzo para una organización que quiere presentarse como el adalid de las libertades en el mundo.
En segundo lugar, el tan esperado Nuevo Concepto Estratégico huele a muerto. Es un salto al pasado aderezado por una verborrea elegante y burocrática. Señala al gran malo de la película: Putin y asegura que, para poder disuadir a Rusia de otras agresiones, la Alianza reforzará todos sus elementos, flancos, frentes, teatros, fuerzas, mandos y todo lo que se nos ocurra. Más fuerzas, vamos. Pero, eso sí, calla de dónde va a salir el dinero para pagar todo ese esfuerzo. Particularmente en un escenario de más que probable recesión en los próximos meses. Es más, al decir que se va a reforzar todo lo existente y por existir, la Alianza renuncia a indicar prioridades. Prioridades que al final serán marcadas por cada nación miembro.
Además de Rusia, la otra amenaza al orden mundial y, por lo tanto, al especio euroatlántico, es China. Desgraciadamente, a la visión imperial e imperialista de Xi se le concede muy poco espacio porque toda la agresividad de la OTAN se acaba en los Urales. A Pekín se le pellizca pero se le tiende a la vez la mano porque la OTAN cree a pie juntillas que a través del diálogo llegaremos a una entente cordial. Más ingenuos no se han podido mostrar los autores de este texto que supuestamente iba a cambiar la vida de la OTAN.
Como no podía ser de otra manera, este documento estratégico de la Alianza acaba haciendo una mención especial al impacto del cambio climático (pero no se atreve a proponer todavía tanques eléctricos) y el duro y terrible impacto que las guerras tienen sobre las mujeres. Algo había que decir sobre los asuntos de género. Pero es lo que tiene la guerra. Acostumbrados a verla en los jueguecitos de la PlayStation, se nos ha olvidado cómo la definió el General Marshall mientras incendiaba Georgia: “La guerra es el infierno”. Es más, ausentes del combate durante décadas, los occidentales nos habríamos creído que el código de conducta militar que nos hemos autoimpuesto, a través del moderno derecho de la guerra y las convenciones sobre el uso de la fuerza militar, era un marco de comportamiento que todos respetarían. Pero sabemos que no.
Esta cumbre de la Alianza ha sido un juego de fuegos artificiales. Los norteamericanos nos hablan como si estuviéramos en guerra. Pero no lo estamos. Lo que ha hecho la OTAN ha sido reforzar las fronteras de sus miembros próximos o colindantes con Rusia. Algunos aliados, empezando por Estados Unidos, han enviado armas y dinero a Kiev, pero no las suficientes ni las necesarias en calidad y cantidad como para dar un vuelco al equilibro de fuerzas sobre el terreno. Lo que se persigue es desangrar a Moscú con la sangre de los ucranianos. Moralmente una estrategia poco edificante, en mi humilde opinión. Frente al aguerrido Biden, otros aliados no menores (Alemania, Francia e Italia) han hablado de la necesidad de encontrar cuanto antes una salida diplomática. Esto es, convencer a Zelenski de que se contente con lo que le queda de país. La unidad de hierro aliada ha quedado una vez más en entredicho en Madrid. Es sólo cuestión de tiempo que se resquebraje por completo.
¿Y para España? Después de engatusarnos una vez más con el poder de Pedro Sánchez para convencer a los aliados de que Ceuta y Melilla tenían que ser aceptadas como territorio OTAN amparado por el artículo 5 de defensa colectiva, ni una sola mención a las dos ciudades españolas. Tan sólo un preocupante aviso de la emigración que se nos viene encima sin ninguna recomendación para pararla. Eso son problemas del Sur y la OTAN está a lo que está, a recuperar sus monstruos del pasado.
Salvo por alguna referencia al ciberespacio, si este Nuevo Concepto Estratégico estuviera fechado en los años 50, no lo notaríamos. Y es que lo que no puede ser no puede ser. Y la OTAN, con su afán expansionista, ha creado una Alianza más dispar y fragmentada. Más valdría que se hubiera estudiado cómo combatir las amenazas entre aquellos que sí la sienten de parecida manera. Esto es, cómo apoyar subalianzas dentro de la Alianza. Pero la burocracia es lo que tiene, que como los viejos rockeros, nunca muere.
En 1997, cuando se celebró la otra cumbre de la OTAN en Madrid de la que nadie se acuerda, no se cortó el tráfico ni el alcalde pidió a los madrileños que nos quedáramos en casa. Más valdría haber hecho vida normal estos días. Demasiada foto y ruido y ninguna nuez. Pero eso, a la gloria de Sánchez, no le importa.