«Ser es defenderse», Ramiro de Maeztu
Starmer odia a la sociedad en la que vive

El escandaloso silencio alrededor del caso Southport: ¿por qué el Gobierno británico protegió más al terrorista que a las víctimas?

Arrestos tras el ataque en Southport. Europa Press

Finalmente se supo que, lo que la multitud enfurecida suponía, era verdad. El hombre que el 29 de julio pasado asesinó a cuchilladas a tres niñas en una clase de baile era un monstruo de aspiraciones yihadistas que entrenaba para ser terrorista. Axel Rudakubana, de 18 años, mató a Alice Dasilva Aguiar, de 9 años, Elsie Dot Stancombe, de 7, y Bebe King, de 6 y apuñaló a otras 10 personas en la ciudad costera de Southport, en el noroeste de Inglaterra. Apenas ocurrieron los hechos, el Gobierno laborista pretendió hacerle creer a la conmocionada sociedad que no era un caso de terrorismo, que se trataba de un hecho aislado, unos más de los cientos de «casos aislados» que han asolado a la sociedad británica. Una atrocidad aleatoria, que no respondía a ninguna ideología, patrón, religión; nada. Cruzar variables fue considerado un delito.

En aquel momento, manifestantes furiosos se volcaron a las calles de numerosas ciudades. Venían acumulando años de atrocidades en las que personajes con el mismo patrón religioso-ideológico-social habían destrozado la vida de otras tantas cientos de niñas. Algunas manifestaciones fueron pacíficas y otras no. Algunas fueron usadas por delincuentes y algunas desmadradas adrede para deslegitimar la protesta. El Gobierno aprovechó la furia social para poner el foco en las manifestaciones y no en la ola de terrorismo protegido que viene atentando contra la sociedad que acogió a los terroristas. Se desató una descomunal caza de brujas sobre los manifestantes, sobre quienes apoyaban las protestas y sobre quienes protestaban en redes sociales.

Miles de personas fueron enviadas rápidamente a prisión, las cárceles se abarrotaron, se soltaron criminales peligrosos, para encerrar madres y abuelos. La locura autoritaria del Gobierno no reconoció límites. Desde las cuentas oficiales del Gobierno se postearon amenazas abiertas a la población: ‘Think before you post’, le dijeron a quienes reclamaban un Estado de derecho. Muchas personas fueron detenidas porque habían «especulado» sobre la religión el atacante o habían difundido «noticias falsas» de que el atacante era un inmigrante musulmán. La Policía realizó 1.590 arrestos y presentó 1.015 cargos, según el Consejo Nacional de Jefes de Policía. Se realizó una campaña de comunicación para afirmar que el asesino era un gales cristiano de familia ruandesa. Publicaron una vieja fotografía del chacal cuando era un niño, procurando por todos los medios mostrar un Rudakubana que no era.

Pero esta semana, cuando los ánimos se calmaron a fuerza de cárcel, amenazas y tiempo, finalmente se supo que el asesino, al momento de perpetrar la masacre, leía el manual de entrenamiento de Al Qaeda titulado: «Estudios militares en la yihad contra los tiranos», y producía un veneno mortal llamado ricina que fue encontrado en su casa. La ricina se obtiene de la planta de ricino y es una de las toxinas más letales del mundo. Se calcula que es 6.000 veces más tóxica que el cianuro y puede ser mortal si se inhala, se ingiere, se inyecta o se traga. Son detalles reveladores sobre el verdadero Rudakubana.

Sabemos ahora que las autoridades sí sabían quién era el verdadero Rudakubana. Lo supieron al entrar a su casa, lo supieron por meses. Sabían que tipo de monstruo era mientras se desarrollaban las manifestaciones multitudinarias trastocaran la vida política y social del país. Lo que significa que las personas que fueron reprimidas, amenazadas, inculpadas, deslegitimadas y encarceladas no difundían fake news. Era el Gobierno es que falseaba la realidad.

En una conferencia de prensa, la Policía de Merseyside dijo que los eventos del 29 de julio no han sido declarados un incidente terrorista porque no se ha establecido ningún motivo. La jefa de Policía Serena Kennedy dijo que para que las autoridades del Reino Unido consideren formalmente un acto como terrorismo, debe cumplir una serie de pruebas legales.

En principio deben implicar el uso o la amenaza de violencia grave o daños graves a la propiedad, en segundo lugar debe estar diseñado para influir en el gobierno, intimidar al público o a un sector del público y, finalmente: debe tener el propósito de promover una causa política, religiosa, racial o ideológica. Si bien las dos primeras condiciones eran evidentes, la tercera implicaba la necesidad de aceptar que Rudakubana había matado a las niñas para promover una causa “política, religiosa, racial o ideológica” no era conveniente para el falsario gobierno laborista. Asumir la realidad y además informar a la población que el ataque de Rudakubana era un ataque del terrorismo yihadista no estaba en los planes del gobierno. Informar además que el terrorista estaba pensado en escalar los ataques para hacer una auténtica carnicería era inadmisible. El Gobierno de Keir Starmer prefirió preservar su retorcida ideología y mantener en el secretismo la verdad de los hechos.

La verdad sobre Rudakubana fue revelada solo después de que un juez levantara una restricción de información debido a una solicitud presentada por periodistas. El hecho de que las autoridades no hayan sido sinceras agrega gravedad a la masacre de las niñas. La versión sesgada y lavada que se impuso desde el comienzo mantuvo en la oscuridad los motivos terroristas de Rudakubana hasta que fue inevitable revelarlos. Resulta paradójico que un gobierno que pretende legitimarse sobre la verdad y la transparencia sea tan fanáticamente oscuro. La verdad y la transparencia no son una concesión graciosa de las elites, sino un derecho del ciudadano para comprender la sociedad en la que se desenvuelve y tomar decisiones informadas.

En cambio, se ha enviado a personas a prisión por hacer suposiciones, dado que el gobierno retaceaba o falseaba información. El cuidado en no revelar los vínculos yihadistas de Rudakubana para no perjudicar la investigación y el desarrollo del juicio no se aplicó a los manifestantes, que fueron expuestos, humillados y condenados antes incluso de ser arrestados.

Y al final las suposiciones eran ciertas. Los manifestantes contaban con una amplia experiencia en ocultamientos y proteccion del gobierno hacia cierto tipo de criminales: desde el hampa sexual de Rotherham, que operó impunemente desde los años 80 hasta 2013, cuando 1.400 niñas fueron salvajemente violadas y esclavizadas, pasando por el el asesinato de Lee Rigby, el de Sir David Amess; recordando el atentado de Mánchester de 2017 en el concierto de Ariana Grande hasta la masacre de julio de este año en la clase de baile en homenaje a Taylor Swift. El factor común, lo que el gobierno británico impide nombrar, el patrón que une a todos estos hechos estaba grabado en la memoria colectiva. Los manifestantes lo sabían, y se los culpó por ello.

Si el atacante hubiera sido un miembro de una organización de derecha la información hubiese corrido como reguero en minutos. Pero el silencio y el intento de desviar la atención fueron claves. La gente sabía que pasaba algo más. Llevan años de experiencia en el tema.

Hay reglas en la Gran Bretaña actual existe una premisa que es clave: el terrorismo yihadista, a pesar de ser una constante, debe ser la última presunción posible, y sólo si no queda ninguna otra alternativa. Y aún así, relacionarlo con la política de inmigración es una herejía aunque los datos y las estadísticas muestren lo contrario. Cualquier cosa es válida para evitar que los ciudadanos crucen variables, incluso mentir, ocultar, quebrantar derechos y garantías. El Gobierno de Starmer, por ejemplo, quiso tapar el sol con la mano; encarcelando a cualquiera que se diera cuenta y publicara en redes sociales sobre el problema.

Pero el atacante no es un caso aislado. Rudakubana es otro ejemplo más del fracaso de una política ridículamente llamada «multicultural» que no es otra cosa que un mecanismo de redistribución de la culpa y la condescendencia de las élites. Rudakubana creció odiando a la gente que acogió y dio un hogar a sus padres. No es uno sólo, es un ejército que los odia tanto como para apuñalar a sus pequeñas niñas y fabricar un arma biológica que pudiera matar industrialmente a muchas más.

Paradójicamente, la identidad que tanto importa para la ideología que profesa el gobierno, debe ser ocultada cuando se trata de conocer quién es y qué intenciones tiene un terrorista. El credo multicultural implica esta lógica absurda. Multicultura es una palabra bella que en la realidad sólo significa sumisión y premio al resentimiento. Starmer y la izquierda identitarista a la que representa no se van a detener, huyen hacia adelante. Ahora irán por las ·reparaciones» y por seguir culpabilizando, agobiando y mintiendo a la sociedad que acogió a Rudakubana y a tantos como él. Mientras tanto, las víctimas de su ideología se siguen acumulando. Pareciera, si uno fuera mal pensado, que Starmer odia a la sociedad en la que vive tanto o más que el mismísimo Rudakubana.

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