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Los líderes ruso y chino desprecian el ordenamiento que surgió de la Guerra Fría

La cumbre Putin-Xi Jinping: una burla a Biden, especialista en traicionar a aliados y recompensar a enemigos

Vladímir Putin y Xi Jinping. Europa Press

La pretenciosa reunión de Vladimir Putin con Xi Jinping la pasada semana fue tal vez la cereza del postre de un banquete que se está preparando y del que Occidente es, tristemente, sólo parte del menú. Los dos autócratas más importantes del mundo se sienten «empoderados» por la forma en la que les están saliendo las cosas. No debería ser así, porque las condiciones en las que se desenvuelven no hablan tanto de sus dotes como líderes, sino del pusilánime mejunje de élites que tienen enfrente, un hato de mendicantes sin visión ni dignidad, que les ha dejado la mesa servida.

Putin fue recibido por su «viejo amigo» chino con honores militares, en una ostentosa ceremonia en el Gran Salón del Pueblo en Beijing. La visita consolidó, ante los ojos del mundo, la intención de ambos de trabajar juntos para remodelar el orden «hegemónico» liderado por Estados Unidos, reforzando aquella «relación sin límites» ya declarada en 2022. Como cabe en toda reunión protocolar, hablaron mucho de paz, pero las conversaciones y, sobre todo, el tenor de los funcionarios que ambos mandatarios sentaron a la mesa, habla rotundamente de guerra, de espionaje, de vínculos militares y de planes económicos conjuntos. Putin llevó su nuevo ministro de Defensa, especializado en economía, pero sentó a su lado y frente a Xi al ex ministro de Defensa, que estuvo hasta hace 15 minutos a cargo de la guerra en Europa y que ha estado en permanente contacto con el nuevo ministro de Defensa de China. La comitiva se completaba con los jefes de la compañía de energía nuclear y de la agencia espacial de Rusia.

Los extensos documentos que surgieron de la reunión versan sobre acuerdos en agricultura, tecnología nuclear, industria pesada, exploración espacial y energía. La asociación «sin límites» que ambos han desarrollado en los últimos años se ha dirigido al comercio, sancionado desde la invasión a Ucrania, así como al intercambio de tecnología armamentística, incluyendo chips y maquinaria china vital para el esfuerzo bélico ruso. A pesar de alguna tibia declaración de hace dos años, China respalda narrativamente a Moscú en su guerra contra Ucrania, en tanto que, Rusia enfatiza su apoyo a Beijing contra Taiwán.

Como se vio, Putin y Xi hablan de una paz que se siente «amenazada» a causa del acoso del occidentalismo colonialista. Entre sus diatribas, argumentaron contra los sistemas globales de defensa antimisiles o la disuasión nuclear que EEUU despliega en los territorios de sus aliados, con armas de alcance intermedio y corto. No tuvieron empacho en declarar que seguirán llevando a cabo ejercicios militares conjuntos ampliados, juegos de guerra de los que los medios especializados vienen dando cuenta hace rato y que involucran fuerzas aéreas, terrestres, navales y seguramente espaciales.

La cumbre fue prácticamente una burla hecha en la cara de Joe Biden, un especialista en traicionar a aliados y recompensar a enemigos. Dejando de lado las innúmeras oscuridades personales y familiares de Biden y su alarmante deterioro físico y mental, en lo que se refiere a política exterior, cuesta pensar que lo actuado por su administración sea casual o aleatorio. Sólo por tomar lo que va de este año, la administración Biden ha envalentonado a todos los tiranuelos latinoamericanos, con especial énfasis en apalancar las dictaduras venezolana y cubana. Al mismo tiempo, acosa a sus aliados con una visión cortoplacista que invariablemente enoja a todas las partes, exudando incertidumbre, vulnerabilidad, incoherencia e ineficiencia.

Biden permitió el restablecimiento del gobierno talibán alegando una especie de acuerdo de que el régimen afgano se iba a comportar moderadamente. Los talibanes no deben haber podido creer su suerte, habiéndose ganado un arsenal militar incalculable y la libertad de hacer a su antojo, mientras le prometían al inefable Biden que serían buenos muchachos. Mientras se llevaba a cabo la cumbre de Xi y Putin, el gobierno ruso quitaba a los talibanes de la lista de los enemigos y los talibanes para festejar envenenaban públicamente a decenas de niñas afganas por el delito de aprender a escribir. El presidente Biden invierte las reglas militares de cooperación con sus aliados y en lugar de poner límites a los enemigos los pone para impedir la victoria de los amigos.

La traición de Biden a Israel ha sido atroz, desde el 8 de octubre, cuando aún el país estaba conmocionado y sin reacción luego de la masacre perpetrada por el gobierno gazatí, los funcionarios estadounidenses estaban pidiendo un alto el fuego. Posiblemente Biden haya heredado de Obama la política norteamericana hacia Medio Oriente, Irán y sus proxys, pero su demencia y crueldad lo hicieron exacerbar el accionar terrorista contra el país hebreo. Desde el comienzo de la contraofensiva obstaculizó, ralentizó y saboteó el esfuerzo bélico israelí. Su fanatizado gobierno woke ha impulsado todos los dogmas de la izquierda contra la nación judía. Ha criminalizado la autodefensa israelí, adoptando los números de bajas proporcionados por Hamas, así como es constante cuestionamiento a Israel por violar los derechos humanos, cuando los cuidados del ejército israelí hacia los civiles es superior al que Estados Unidos haya logrado en cualquier guerra, y ni hablar de el accionar de otros ejercitos del mundo.

Biden ha entregado millonarios recursos a Irán a sabiendas de que se trata del financista del terrorismo que ha asolado a su propia tierra y es un socio estratégico de Catar, patrocinante y estratega de Hamás. El caso de la relación con Irán es bien alarmante, no oculta el régimen de los ayatolas el funcionamiento incesante de su incubadora de grupos yihadistas destinados a desestabilizar a Medio Oriente y a Europa. Tampoco oculta su carrera nuclear y sin embargo los gobiernos demócratas, en lugar de impedirlo, les dieron financiamiento y un acuerdo «integral».

También durante el gobierno de Biden, China amplió su descomunal poder en todo el mundo con su plan de la Franja y la Ruta, tejiendo una red estratégica para controlar las rutas marítimas y terrestres. Pero por sobre todas las cosas, China ha sido muy asertiva en cooptar elites, empresas y universidades. China se está fortaleciendo para una confrontación con Occidente, y preparándose por si le toca enfrentar las mismas sanciones que se impusieron a Moscú. La administración de Xi esta preocupada por la posibilidad de que Estados Unidos o sus aliados puedan congelar sus activos y abiertamente ha estado produciendo estrategias para limitar la dependencia del país del sistema financiero occidental. Cuando todavía Putin estaba en suelo chino, Xi se deshizo de una cantidad récord de bonos del Tesoro y de deuda de agencias estadounidenses por casi 54.000 millones de dólares. Es la mayor venta masiva iniciada por China jamás registrada y otros países BRICS, mayormente vasallos de China, se han estado deshaciendo de bonos del Tesoro estadounidense por valor de miles de millones desde 2022. El objetivo es dejar de poseer activos estadounidenses en sus reservas y sentar las bases para no depender de los canales financieros occidentales. En medio de los continuos planes de desdolarización del bloque BRICS, los funcionarios de dichos países acaban de confirmar que están desarrollando su propia moneda.

Pero si bien es cierto que la administración Biden ha sido una desgracia para Occidente, no es menos real que la inmensa mayoría de los mandatarios y burócratas de la alta política profesional mundial no le van a la saga en defectos y en acciones devastadoras. Putin logró aprovechar la imbecilidad occidental de la narrativa climática para ampliar la dependencia de Europa hacia su provisión de energía. También logró extender sus tentáculos en África y Medio Oriente y a pesar de esto ser recibido con honores en los convites occidentales.

Putin era adulado en Europa aún tras la invasión de Georgia y el robo de casi un cuarto de su territorio con la invención de las «repúblicas» prorrusas de Osetia del Sur y Abjasia en 2008. En un video del Foro Mundial del Holocausto del año 2020, que se viralizó en estos días, el presidente Putin dio un discurso central, aplaudido desde la primera fila (en la que estaba estratégicamente ubicado) entre los principales líderes democráticos aún cuando hacía nada más que 6 años se había anexado Crimea. Todos estos hechos de guerra ocurrieron mientras el sempiterno mandatario ruso era aupado por las élites occidentales como si tal cosa. Putin puso a Occidente a prueba en varias ocasiones y siempre aprovechó su oportunidad. Lo mismo hizo China cuando Xi Jinping rompió el tratado ‘Un país, dos sistemas’ de Hong Kong y puso al territorio de rodillas ante Beijing. Occidente sistemáticamente aceptó el hecho consumado y se negó a ver en estas acciones declaraciones de guerra.

Ahora los mejores amigos Xi y Putin están intensificando el espionaje. Ya los ciberataques son tan cotidianos que ni siquiera son noticia, y se multiplican los arrestos por espiar para China y Rusia en EEUU y Europa. La proliferación de «centros de educación y cultura» que se instalan en los países están seriamente cuestionados en su accionar y las denuncias sobre las «comisarías» chinas que persiguen a los ciudadanos en el exterior son moneda corriente. Adoctrinamiento, compra de voluntades, «misiones científicas» que exploran territorios de importancia estratégica tanto militar como energética y la cooptación de medios, la financiación de estructuras académicas y varios etcéteras son parte de un entramado de inteligencia que crece a pasos agigantados.

Sumado a esto, los agentes de Irán están promoviendo, financiando e infiltrando todas las manifestaciones antioccidentales y anticapitalistas del mundo, cada vez más violentas, cada vez más coordinadas, cada vez mayores. Es necesario añadir a este panorama una política migratoria mundial incomprensible, subsidiada a fuerza de empobrecer a los contribuyentes, que no busca generar empleo o riqueza, que no busca integrar comunidades y que ha degradado la vida en todos los lugares en donde se ha implementado en lugar de enriquecerla. Política migratoria que por cierto ha reconfigurado los padrones electorales de los países más poderosos, volviendo a la dirigencia política más atenta y temerosa del humor de estos electorados, que de los peligros geopolíticos que sobre ellos se ciernen.

Las guerras no son, necesariamente, abiertos choques militares. Un diagnóstico de las propias fuerzas y las amenazas externas llevó al mundo a una guerra a la que se llamó Fría no porque no fuera hostil, sino porque evitó la devastación mundial de un choque militar tradicional. La victoria de esa guerra la obtuvo el modo de vida occidental y sus valores en cuanto a ordenamiento administrativo, jurídico y social, junto con el respeto a los derechos individuales. Ese triunfo ocurrió en 1989, y no fue menos costoso y contundente que los de las anteriores guerras mundiales. Fue el triunfo de una idea y de un puñado de líderes de porte excepcional. Pero los vencidos tomaron nota.

Los líderes ruso y chino comparten su desprecio hacia el ordenamiento que surgió de la Guerra Fría y aunque esta semana hayan declarado que: “Estados Unidos todavía piensa en términos de Guerra Fría y se guía por la lógica de la confrontación de bloques” son ellos los que recelan de aquel resultado y se ven a sí mismos como los nuevos diseñadores del tablero geopolítico dispuestos a resistir en bloque la “amenaza a la seguridad de todos los países de la región» que representa el hegemón occidental. Putin dijo a la agencia de noticias china Xinhua que la reunión impulsaría los esfuerzos conjuntos para fortalecer la «integridad territorial y la seguridad de nuestros países» como parte de una «asociación estratégica de coordinación para la nueva era». La misma agencia informó que ambos mandatarios están comprometidos con la salvaguarda del sistema internacional centrado en la Organización de las Naciones Unidas (ONU). Sería conveniente que occidente tomara nota de qué intereses representa ONU actualmente.

Pero Xi y Putin cuentan con la incapacidad de Occidente para ver más allá de sus narices y entender la guerra. Los juegos de guerra rusos y chinos, incluidos ejercicios navales y patrullas de bombarderos en el Mar de Japón, y el sustancial fortalecimiento de China de su ejército representan una escalada espectacular. China oculta su gasto real en Defensa, que en breve puede equiparar al de EEUU. El presupuesto militar divulgado oficialmente por el Partido Comunista chino «es inexacto y no capta adecuadamente el colosal alcance y la verdadera escala del actual nivel de desembolsos militares acometidos por el país asiático, que en los últimos años ha financiado una amplia modernización de las fuerzas armadas de China». A su vez Xi redobló el apoyo de Beijing a Moscú, afirmando que se debe valorar la relación «ganada con tanto esfuerzo» y que China estaba lista para «lograr conjuntamente el desarrollo y rejuvenecimiento de nuestros respectivos países, y trabajar juntos para defender la equidad y la justicia en el mundo».

La respuesta instintiva de los medrosos es fingir que todo esto no ocurre o bien el aislacionismo. Pero meter la cabeza en la tierra es mala política, y en un mundo así de globalizado es simplemente impracticable. Cuando se declara una guerra, la sumisión o rendirse también son acciones de guerra, no existe tal cosa como desistir amablemente. Los ataques están ocurriendo ahora y Occidente no quiere enfrentarlo. La famosa guerra cultural se está transformando, para quienes nos desprecian, en una guerra a la antigua usanza y hay que comprender que avanzamos en un camino que conduce a la guerra real. Sólo si se conectan todas las variables, tan escandalosamente clarificadas esta semana, del peligroso sendero por el que nos deslizamos se podrá evitar el desastre.

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