«Ser es defenderse», Ramiro de Maeztu
sin ninguna investigación sobre el terreno

La mayoría de Occidente mira de perfil ante la decisión de la CPI contra Netanyahu con acusaciones no probadas

El primer ministro de Israel, Benjamín Netanyahu. Europa Press

Tal como venía amenazando, esta semana la Corte Penal Internacional emitió órdenes de arresto contra el primer ministro, Benjamin Netanyahu, y el ex ministro de Defensa israelí Yoav Gallant por su actuación es la guerra defensiva que Israel lleva a cabo en todos los frentes contra el terrorismo islámico que ataca al país incesantemente desde el instante de su fundación en 1948. Por primera vez desde su reciente creación, la CPI ha decidido hacer lo que se suponía que no podía hacer: perseguir a líderes de una democracia con acusaciones no probadas y sin ninguna investigación sobre el terreno. La CPI también emitió órdenes de arresto para un puñado de líderes de Hamás cuya cualidad principal es que están todos occisos, y con este derroche de ecuanimidad saldó la argumentación que a futuro usarán los fanáticos antisemitas que crecen en Occidente como los hongos.

Algunos líderes mundiales, pocos, condenaron esta aberración sin medias tintas. Otros se pusieron de costado, tratando de caminar por el fino alambre que separa la cobardía de la vileza. Otros, directamente, se decantaron por ir con la turba criminal. De entre estos últimos están los judeófobos convencidos, los judeófobos asintomáticos y los que se acomodan sin complejos con los que se necesita para subsistir. Como resulta evidente, los primeros son los menos.

Las órdenes en cuestión implican que los señalados podrán ser arrestados en cualquier país que respete la jurisdicción de la Corte Penal Internacional, un tribunal mundial creado en 2002. La CPI tiene la facultad de juzgar crímenes que, según sea la opinión de quienes la dirigen, afectan a la comunidad internacional, incluidos los crímenes de guerra. Se rige por un tratado internacional llamado Estatuto de Roma, tiene su sede en La Haya y puede juzgar crímenes cometidos en el territorio de los Estados miembros. Los Estados miembros se comprometen a detener y entregar a cualquier persona que esté sujeta a una orden de detención de la CPI si pisa su territorio, pero la corte no tiene medios para hacer cumplir una detención y depende de las fuerzas de los países miembros. Cuenta con 124 Estados miembros y los territorios gobernados por Hamás y por La Autoridad Palestina fueron admitidos como Estado miembro en 2015, aún sin ser países, cosa que demuestra que nada de esto es una casualidad o una improvisación.

Ni Estados Unidos ni Israel adhieren a la jurisdicción de este tribunal internacional cuyo manejo instrumental de la justicia está puesto al servicio de la ideología hegemónica que viene manejando el resto de los organismos supranacionales desde comienzos del siglo. Un repaso por el historial ideológico, personal y político de quienes lo han presidido da cuenta de los objetivos desde la creación de la CPI.

Este tribunal es una de las tantas batallas culturales perdidas por el sentido común, en nombre de una progresía que lleva las últimas décadas empecinada en implementar la famosa «gobernanza global» centralizada y alejada de todas las instituciones democráticas y republicanas. Se erige sobre la idea de que los países deben renunciar a su soberanía y ser juzgados por un juez extranjero en cualquier momento y en cualquier lugar. Las naciones aceleradamente suicidas del mundo democrático se han adherido a la jurisdicción de la CPI para permitir que jueces corruptos, del África guerracivilista actual por ejemplo, decidan si le permite a una nación soberana defenderse o no de una invasión o un ataque terrorista. Cuando se habla del suicidio de Occidente, es necesario, antes que nada, entender cómo unos líderes imbéciles, corruptos y desnortados permitieron que sus países firmen este tratado delirante y emponzoñado.

Quien hoy es su fiscal en jefe, el abogado británico Karim Khan, viene de una familia musulmana paquistaní y ostenta el controvertido mérito de haber sido defensor de Seif al Islam, el hijo de Muamar al Gadafi, y de Charles Ghankay Taylor, el expresidente de Liberia acusado de masacres terribles y de canibalismo, entre otros detalles. También defendió a William Ruto, actual presidente de Kenia, acusado de la violencia electoral que dejó miles de muertos. Con Ruto le fue bien en los tribunales y casualmente Kenia es uno de los países que impulsaron su candidatura a la CPI. Antes de esto, Khan fue nombrado por el comunista secretario general de la ONU, António Guterres, como asesor especial. Khan ha sido denunciado por acoso sexual a una colega de la CPI, aunque su caso se encuentra convenientemente estancado, tiene más suerte que su hermano que está en prisión por agredir sexualmente a una menor.

Como ocurre con todos los protagonistas de la izquierda política mundial de la actualidad, las acciones de Khan, al volverse desmesuradas, arbitrarias, leoninas e improcedentes sirven para arrojar luz sobre todo el sórdido sistema de presión suprainstitucional que gobierna las democracias liberales. Muy por encima, por cierto, del orden republicano al que pisotean con el totalitarismo centralizado de estos tribunales. Gracias a esta hipérbole sobreactuada de Khan se ha puesto un ojo en quién es y cómo llegó Khan a la CPI. Como gracias a las criminales «políticas covidianas» de la OMS, el mundo se enteró de quién era el «ex» terrorista comunista Tedros Adhanom Ghebreyesus, que sigue dictando los lineamientos de políticas públicas de salud a pesar de que las acciones de su nefasta vida política.

También gracias a estas sobreactuaciones salió a la luz que la agencia millonaria que ONU destina exclusivamente para los palestinos, la UNRWA, compartía espacio y recursos con los comandantes de Hamás, y que sus escuelas ocultaban armas y entradas a túneles donde los terroristas aún hoy están torturando y violando a los rehenes del 7 de octubre. Y también nos enteramos de la endogamia laboral de los puestos de liderazgo de la Cruz Roja y otras organizaciones benéficas con espacios que financian o promocionan la yihad islámica. También es gracias a esta izquierda hiperbólica que nos enteramos de las malversaciones, miserias y corrupciones de tantos y tantos líderes que hoy manejan bancos mundiales, organismos internacionales, ONG caritativas y hasta se encuentran a la cabeza de instituciones religiosas.

Así, la exposición de las órdenes de Khan pone en tela de juicio a la mismísima Corte Penal Internacional de una forma que ni siquiera ocurrió cuando Donald Trump la sancionó, en su primera presidencia, por su arbitrario accionar. Al emitir órdenes contra dirigentes elegidos democráticamente, la CPI pone a los 124 Estados miembros en una situación de enorme vulnerabilidad, obligados a tener que definir si aceptarán las directrices de un tribunal que no les ha presentado pruebas, que insulta los mecanismos institucionales de una democracia liberal y que los obligaría a poner al servicio de los intereses más oscuros a sus propias fuerzas de seguridad.

El desequilibrio es significativo, no sólo porque resulta inquietante que la comunidad internacional no denuncie este intento de equiparación entre Israel y Hamás, sino porque esta impostada ambigüedad impide un análisis responsable sobre la naturaleza de la yihad global sobre el resto de Occidente. El hilo vital que conecta a Irán y sus proxies es su repulsa a la mera existencia del Estado de Israel. Hamás es un grupo comprometido con la eliminación violenta de Israel, incluso a costa de las vidas de los palestinos que se encuentran bajo su dominio. Hamás existe exclusivamente para asesinar a israelíes y a judíos del mundo. La existencia de Hamás, que gobierna Gaza desde hace muchos años, es una transgresión del derecho internacional como lo es Hezbolá en el Líbano, que después de la retirada de Israel en 2006, perdió la justificación para mantener su agresión y sin embargo continuó atacando a diario y armándose contra toda legalidad. Ni las instituciones morales ni las legales tienen relevancia para la yihad global, entonces…¿de qué cuernos habla la CPI?

Las órdenes de Khan son otra careta que se le cae a la corroída moral de la dirigencia occidental , pero sobre todo otra forma de exponer al mundo el hecho de que sus dirigentes entregan su soberanía y valores a cambio de un confortable asiento en el G20 y que no podrán contar con estos dirigentes cuando las turbas salvajes asolen sus calles. La yihad mundial demostró un enorme poder organizativo, usando los carriles de la izquierda, los medios de comunicación y la obsecuencia y cobardía de los políticos cómplices o cobardes. Sólo unos pocos hombres han enfrentado la andanada.

Apenas se conocieron estas órdenes, políticos como Santiago Abascal, Viktor Orbán, Geert Wilders Javier Milei, Petr Fiala, Santiago Peña Palacios, John Thune o John Fetterman condenaron la jugada. No dudaron un segundo, no necesitaron tantear el terreno para especular cómo caería su condena al periodismo progresista o si les convenía políticamente. No lo hicieron porque se trata de políticos que entienden el tablero, la forma en la que se instrumentaliza a organismos internacionales para imponer visiones e ideologías. En síntesis, no lo hicieron porque entienden la agenda, ven más allá de la coyuntura y porque su diagnóstico supera la coyuntura mediocre de la dirigencia moderadita que ha permitido a los totalitarios llegar tan lejos como para manejar la inmensa mayoría de los organismos internacionales. Cualquiera que se dé una vuelta por los curriculums de quienes están a la cabeza de todas las agencias y departamentos de Naciones Unidas entenderá cabalmente la colonización sin precedentes de la que estamos hablando. Es ahí dónde se debe dar la «batalla cultural», y estos hombres lo hicieron.

Después están los políticos que pretenden mantener los zapatos sin manchas zapateando en el barro. Son los que en estos días dijeron que «van a estudiar» y que «bueno/en fin/qué cosa, ¿no?/ iremos evaluando acorde a las circunstancias/ de acuerdo a la legalidad/ según lo pactado pero considerando los pormenores/ en función de la situación». La mayoría de los mandatarios de países europeos y americanos se colocaron en esta confortable posición. Muchos tienen sus países invadidos por grupos que no sólo se manifiestan violentamente contra Israel y los judíos, sino contra su propio ordenamiento y cultura. Estos dirigentes creen que lo mejor es mirar a otro lado o someterse. Nada que no hayamos visto en los últimos 20 años. El máximo diplomático de la UE, Josep Borrell, dijo que la decisión de la CPI debería respetarse y casi todos los líderes europeos se mantuvieron en esa línea. En todas estas jurisdicciones se vigilarán los horarios de los vuelos, esperando la oportunidad de actuar contra un país que ha estado atrapado en una guerra por su supervivencia durante toda su historia.

Las órdenes de Khan también dan por tierra el concepto de “complementariedad”, que significa que el tribunal interviene sólo cuando todas las demás vías de acceso a la justicia están bloqueadas. Israel es una democracia que funciona tan bien que aun en plena guerra tiene elecciones y manifestaciones opositoras en el corazón del país, ¿qué otro país hace esto? Israel tiene una prensa libre que es mayoritariamente contraria al Gobierno, está bajo un escrutinio absoluto de todo Occidente sobre sus instituciones y un poder judicial sólidamente independiente. Los activistas de DDHH han iniciado procesos judiciales en el país, cosa que no se puede decir de ninguno de los países con los que Israel está luchando. Un primer ministro incluso fue encarcelado y la impunidad y falta de transparencia judicial es mucho más grave en Canadá, Francia, Gran Bretaña que en Israel. Ni que hablar de los países que condenan al pequeño país judío como Sudáfrica, China o Turquía. Vamos, que es muy agobiante tener que explicar lo obvio.

Este choque de intereses que han producido las órdenes de arresto de la CPI atraerá más atención sobre la cobarde dirigencia occidental y el tipo de tratados que firma. Muchos comprenderán que la CPI no está interesada en lejanos dictadores de tierras perdidas, sino en el control de las acciones de defensa de los países de Occidente. ¿Qué pasará cuando algún país miembro quiera actuar SERIAMENTE contra movimientos insurreccionales cada vez más frecuentes? ¿Qué pasará si un país quiere actuar contra el separatismo, el yihadismo, la inmigración ilegal o el narco internacional? Pues allí estará la CPI para obligar a países anteriormente aliados a actuar contra hermanos y vecinos para proteger los más oscuros intereses y no defenderse jamás. Lo que quieren para Israel lo quieren para el resto de las democracias liberales. ¿Se entiende mejor ahora la trascendencia de lo que ha hecho la CPI?

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