La nueva izquierda estĆ” obsesionada con la sexualidad y con la creación de nuevas identidades sexuales para poder explotarlas polĆticamente en su beneficio. Es el manual de Mouffe y Laclau que data de 1985.
Hace cinco aƱos se organizó el I Encuentro Internacional sobre gĆ©nero, sexo y educación. Varios expertos mĆ©dicos, cientĆficos, psiquiĆ”tricos, sociológicos y polĆticos estuvieron impartiendo cĆ”tedra durante varios dĆas. Fue un mĆ”ster en este tema, en especial teniendo en cuenta que entre los ponentes estuvo Walt Heyer, un hombre que pensó que era mujer, se amputó el pene y se dio cuenta del grave error que habĆa cometido. Lo hizo hace varias decenas de aƱos, por lo que los testimonios de personas que han transitado ese camino siempre han estado ahĆ para ser escuchados.
Otra de las ponentes fue la doctora Michelle Cretella, la por entonces presidente de la Asociación Americana de Pediatras. Explicó la composición cerebral de hombres y mujeres y sacó a relucir las falacias lógicas habituales por los partidarios de convertir la disforia de gĆ©nero en una identidad sexual mĆ”s. Expuso unos datos inolvidables: segĆŗn reconoce el manual de psicologĆa DSM-V (el principal en este campo cientĆfico), la disforia de gĆ©nero desaparece en el 98% de los menores de edad hombres; el porcentaje en menores de edad mujeres era del 88%. Es decir, en el 93% de los menores de edad que presentan disforia de gĆ©nero, esta confusión desaparece con el desarrollo natural del cuerpo y la regulación hormonal tras el convulso periodo de la pubertad. Los datos son abrumadores: sólo el 7% de los menores que presentan esta anomalĆa serĆan realmente personas con disforia de gĆ©nero real.
Con estos datos es fĆ”cil entender la obsesión de esta izquierda, y parte de la no izquierda, con los menores y su Ā«educaciónĀ» sexual. La creación de un laberinto mental y hormonal para generaciones de espaƱoles con el objetivo de que nunca salgan de ahĆ y que, sea como sea, existan unas estadĆsticas (falseadas) que justifiquen su labor polĆtica de atomización y creación de nuevas identidades. Apenas existen oficialmente unas 15.000 personas consideras transexuales en EspaƱa (el 0,03% de la población).
La situación de las vĆctimas
A los sujetos susceptibles de ser explotados se les estĆ” considerando enfermos y, por lo tanto, son despreciados. Que la disforia de gĆ©nero sea considerada como un trastorno no es, en absoluto, algo peyorativo ni mucho menos condición para oprimir o reprimir a nadie. Trastorno tambiĆ©n es la ansiedad o la depresión, y la sufren millones de espaƱoles. Al ser mĆ”s comunes, los que lo sufren no son fĆ”ciles de manipular como sĆ lo es un nĆŗmero muy reducido de personas. De manera especial con las herramientas polĆticas, mediĆ”ticas y educativas.
Los que defienden este proceso de colectivización (la disolución de la identidad Ćŗnica e individual en la masa) esgrimen que la transexualidad ya no es considerada un trastorno por la OMS. Es un argumento bastante sui gĆ©neris, sobre todo si se tienen en cuenta los tiempos en los que se ha hecho y viniendo de una institución que modificó las definiciones de Ā«pandemiaĀ» y Ā«vacunaĀ» antes de la crisis sanitaria por el virus. Con esta argumentación sobre la mesa, es fĆ”cil llamar a los que no piensen como ellos opresores, inhumanos, anticientĆficos, etc. Evitan, como sea, es que las personas que sufren este trastorno puedan ser escuchadas y atendidas por profesionales que puedan ayudarles a comprender lo que estĆ”n viviendo. La legislación actual de Montero tambiĆ©n condena cualquier tipo de ayuda en este sentido, tanto al que la presta como a la persona que busca y consiente.
No se trata de un colectivo estigmatizado. Son personas y, por extensión, personas con un cuerpo, una psicologĆa y unas vivencias irrepetibles. Las razones por las cuales una persona se ve inmersa en este proceso son infinitas. Tratar esto desde un punto de vista polĆtico es frĆvolo y esto, precisamente, es lo que esgrimen para acusar a los que nos oponemos. No es frĆvolo desmontar los argumentos polĆticos partidistas, sĆ es frĆvolo hablar exclusivamente de sentimientos cuando son algo subjetivo y fĆ”cilmente manipulables si una persona se encuentra en estado de vulnerabilidad emocional. La legislación previa ya reconocĆa a estas personas y, como nadie niega el calvario que puede suponer la disforia de gĆ©nero, el procedimiento era muy estricto: seguimiento psiquiĆ”trico de aƱos y, en los casos mĆ”s graves, se aceptaba la modificación de genitales (que no el cambio de sexo, eso es imposible ya que estĆ” condicionado por los cromosomas desde el mismo origen de la vida).
Por otro lado, la transexualidad como concepto borra a los homosexuales y a las mujeres, al entender que los sexos hombre y mujer son meras percepciones y no realidades biológicas realmente existentes. Los problemas que acarrea este planteamiento son inimaginables, aunque algunos ya los estamos viendo en el deporte, por ejemplo.
Un negocio con apariencia sanitaria
DetrĆ”s de esto hay dinero, mucho dinero. Para que una persona Ā«transicioneĀ» (esto es, entender que una persona es del sexo opuesto al 100% segĆŗn los cĆ”nones actuales) debe ser sometida a unas 16 operaciones de cirugĆa estĆ©tica. A esto se le debe sumar las atenciones psicológicas para aceptarse a medida que eso ocurre. Sin olvidar la hormonación. Un menor de edad que desee bloquear su pubertad o un adulto que quiera iniciar ese proceso necesitarĆ” la hormonación de por vida, ya que su propio cuerpo tenderĆ” a producir las hormonas que su sexo determine. SerĆ” un cliente/paciente de por vida.
Para ilustrarlo, el ejemplo de IPPF (International Planned Parenthood Federation, la principal empresa abortista del mundo), que derivó gran parte de su negocio a la hormonación después de que las medidas antiabortistas de Donald Trump hicieran realmente daño a su negocio. Es esta empresa una de las encargadas de crear contenidos de educación sexual para la ONU que luego esta institución internacional recomienda a los Estados miembros para ser aplicado. Con esto consiguen clientes para el futuro. Educar de una manera para que luego esas generaciones consuman los productos que ellos venden (farmacéuticas incluidas).