El director de la Agencia de Naciones Unidas para los Refugiados de Palestina en Oriente Próximo (UNRWA), Philippe Lazzarini, ha reconocido abiertamente lo que durante años se ha intentado ocultar: la agencia está al borde de la desaparición. «Ya no podemos hacer nuestro trabajo, así que nos estamos derrumbando», ha declarado en una entrevista con el diario Die Welt. Las palabras no son fruto de una crisis puntual, sino la confirmación de un declive prolongado por escándalos, vínculos con el terrorismo islamista y una pérdida total de credibilidad.
La situación es tan grave que Lazzarini contempla incluso cerrar la organización. Según sus propias palabras, el dilema es claro: «O dejamos que la UNRWA implosione —eso es lo que está sucediendo ahora mismo— o iniciamos una transición». La «implosión» no es resultado de ataques externos, sino de una larga cadena de hechos que han puesto a la agencia bajo la lupa de la comunidad internacional, con acusaciones que van desde la colaboración con los terroristas de Hamás hasta el adoctrinamiento sistemático en sus escuelas.
El detonante más reciente fue la revelación de que al menos 12 empleados de UNRWA estuvieron implicados en los atentados del 7 de octubre perpetrados por Hamás en suelo israelí. Lazzarini confirmó que fueron despedidos o suspendidos tras una investigación interna de la propia ONU. En otros siete casos, la agencia admite que existen pruebas que podrían confirmar la participación directa de empleados en los ataques, a la espera de nuevas verificaciones.
Lejos de ser hechos aislados, las conexiones con el grupo terrorista son persistentes. Durante años se han acumulado denuncias sobre la existencia de túneles, arsenales y estructuras de Hamás escondidos bajo escuelas gestionadas por la propia UNRWA. El propio Lazzarini ha reconocido estos hallazgos, aunque se justifica alegando que la agencia no tiene capacidad para evitarlo. La realidad, sin embargo, es que ha faltado voluntad para cortar de raíz cualquier connivencia.
Las sospechas se agravaron cuando medios israelíes revelaron que rehenes secuestrados por Hamás podrían haber sido ocultados en instalaciones administradas por la agencia en Gaza. Lazzarini ha calificado la información como «perturbadora e impactante», pero no ha negado los hechos ni ofrecido explicaciones. La falta de reacción ha sido interpretada por muchos como un gesto de complicidad, y no es la primera vez que se acusa a la UNRWA de actuar más como brazo político de los terroristas que como organismo humanitario neutral.
Pese a todo, la Comisión Europea ha vuelto a inyectar fondos a la agencia. Esta misma semana, Bruselas destinó otros 52 millones de euros a la UNRWA, a los que se suman otros 150 millones enviados a la Autoridad Palestina. El presidente de esta última, Mahmud Abás, ha minimizado públicamente el Holocausto y ha elogiado a miembros de Hamás vinculados con atentados terroristas.
Israel ha respondido de forma contundente. El Parlamento ha prohibido a la UNRWA operar en su territorio, incluida Gaza. Las autoridades israelíes acusan desde hace años a la agencia de no ser un actor neutral, sino un ente político que perpetúa el conflicto y promueve el odio hacia el Estado judío desde sus propias aulas.
Aun así, Lazzarini sigue culpando a Israel del deterioro de la situación. Pero cada vez son más las voces que advierten de que la caída de la UNRWA es consecuencia directa de su historial de mala gestión, de su tolerancia con el extremismo islamista y de su negativa sistemática a reformarse. La agencia que se presentaba como garante de los derechos de los refugiados palestinos se ha convertido, con el paso de los años, en uno de los principales obstáculos para la paz en la región. Su derrumbe, lejos de ser un drama humanitario, puede ser el primer paso hacia el fin del chantaje político sostenido durante décadas bajo el paraguas de la ONU.