El cesto del escenario no puede considerarse emergente, pero sin embargo insisto en etiquetarlo de esta manera porque sus dos tercios occidentales no han estado tan expuestos a esta espiral de violencia, por lo menos hasta ahora.
Siguiendo esta serie de escenarios emergentes del terrorismo islamista, y aunque no debería considerarse como tal sino que bien podría denominarse renaciente, nos encontramos con el norte de África y la Franja del Sahel.
Para Europa en general, y para España en particular, este escenario es bien conocido porque los diferentes grupos terroristas que en él operan, en algún momento han dejado sentir su presencia entre nuestros compatriotas. Los ataques al Museo del Bardo y el complejo turístico al-Kantaoui, ambos en Túnez; anteriormente el ataque y toma de rehenes de la refinería de gas natural de In Amenas, en Argelia; o el secuestro de tres cooperantes españoles en Mauritania; sin olvidar el derribo del avión de Metrojet sobre la Península del Sinaí, son algunos de los momentos más trágicos para Europa. Sin embargo, desde finales de 2016 y casi durante todo 2017 la actividad terrorista en la gran mayoría de esta parte del continente africano ha estado bajo mínimos. Obviamente, esta reducción de actividad no incluye a Egipto, Libia o los países que se extienden más al sur de la virtual Franja del Sahel, Mali, Niger o Burkina Faso, entre otros.
Con estos mimbres, el cesto del escenario no puede considerarse emergente, pero sin embargo insisto en etiquetarlo de esta manera porque sus dos tercios occidentales no han estado tan expuestos a esta espiral de violencia, por lo menos hasta ahora.
Concretando, ahora sí, en los países que conforman esta parte de África, se vislumbran dos grupos. Por un lado, los que se encuentran al oeste de Libia, y por otro la misma Libia y Egipto.
De los primeros, destacan Túnez y en menor medida Argelia, como los escenarios más potencialmente peligrosos.
El pequeño Túnez, es muy probable que sea el primero que note el regreso de los voluntarios que hace tiempo marcharon a Oriente Próximo a guerrear en su yihad. De hecho, hace dos semanas ya desde AICS dimos la alerta de movimientos detectados de individuos que regresaban, precisamente a Túnez. Para los islamistas, especialmente al-Qaeda, esta llegada de combatientes puede ser muy interesante, por cuanto en un porcentaje significativo pueden unirse a sus grupos, tanto en Túnez como en el resto del Sahel. Obviamente siempre teniendo en cuenta la posibilidad, más que importante, de que buena parte de ellos decidan unirse a los grupos afiliados a Estado Islámico que han vuelto a la acción en Libia.
Ante esta llegada, no masiva pero si relevante en número, de individuos con una amplia experiencia de combate y una radicalización extrema, las Fuerzas de Seguridad tunecinas no se considera que estén preparadas, no al menos técnicamente. Pero además, el país se encuentra sumido en una oleada de protestas de una parte importante de la población contra las medidas económicas adoptadas por el Gobierno, que están produciendo importantes choques entre manifestantes y Fuerzas de Policía en las principales ciudades del país. Este hecho, que puede parecer normal en una sociedad occidental, en el entorno del norte de África, y en especial en países como Túnez, es importante por cuanto facilita el movimiento de elementos desestabilizadores radicales y, especialmente, los procesos de captación entre las capas más desfavorecidas de la sociedad. No es la primera vez que se explica la manera que los islamistas tienen de aprovechar la inestabilidad política para expandir sus tentáculos en cualquier país.
Más hacia occidente se extiende Argelia, uno de los países más desarrollados de todo el norte de África, y que durante los últimos años se ha preocupado mucho en remozar su imagen, mostrando unas Fuerzas de Seguridad muy eficientes en la lucha contra el terrorismo islamista, pero que en el fondo, cuando se rasca un poco esa capa de pintura brillante, aparece una arquitectura de seguridad con importantes deficiencias.
Si hacemos caso a las informaciones distribuidas por el aparato de propaganda estatal, por cierto con abundante material gráfico aunque no siempre de acertado uso, podríamos llegar a la conclusión de que Argelia es el país más seguro de toda la franja mediterránea de África. Durante el pasado año, casi todas las semanas aparecían reportajes de almacenes de armamento encontrados por patrullas del Ejército (vamos, lo que viene a ser un zulo de toda la vida), pero que, visto en detalle, solo guardaban armamento en muchos casos de dudoso funcionamiento, obsoleto y despiezado. Sin embargo, puestos en una balanza los depósitos de armamento descubiertos y los terroristas neutralizados, el brazo del primero pesa 200 veces más que el segundo. De hecho, al mismo tiempo que las Fuerzas de Seguridad argelinas alardeaban de sus éxitos, células pertenecientes a al-Qaeda en el Magreb Islámico se permitían el lujo de lanzar andanadas de cohetes sobre refinerías de petróleo y grabarlo en vídeo para que, y cito textual, “luego las autoridades argelinas no nieguen el ataque”.
El tercer país en discordia en esta mitad oriental de la costa mediterránea africana es Marruecos. Cierto es que el Rey Mohamed VI, quien realmente gobierna el país, ha sabido capear de forma admirable la amenaza islamista, precisamente en un entorno, el marroquí, que ha suministrado un significativo número de voluntarios a las filas terroristas que operan en Siria. De hecho el Kharakat Sham al-Islam es un grupo formado casi en su totalidad por marroquíes que, incluso, dirige un campo de entrenamiento en la región de Latakia, en la parte más occidental de Siria. Y es que Marruecos ha proporcionado cerca de 1800 voluntarios a las filas islamistas. De todos ellos, más de la mitad pueden iniciar el regreso y eso implicaría un grave problema de seguridad.
Pero como decía, es de reconocer la habilidad de mantener al país la margen de la actividad terrorista que la Corona alauita ha demostrado. Sin embargo, esta situación corre un serio peligro de revertirse. La permeabilidad de la frontera de Marruecos, en particular en su parte sur es preocupante, más cuando no es la primera vez que grupos afiliados con al-Qaeda en el Magreb Islámico han entrado en el país, e incluso cometido acciones armadas. Por otro lado, tampoco, las últimas avalanchas de migrantes que intentan entrar a la fuerza en Ceuta o Melilla, también demuestran un control más que cuestionable de estos movimientos humanos y que bien pueden servir de cobertura para terceros individuos más peligrosos.
Dejados para el final tenemos a Libia y Egipto. Del primero poco que decir. Quizá que las cosas se hicieron no demasiado bien hace un año, y ahora vamos a sufrir las consecuencias. Cuando comenzó la operación militar para retomar el control de Sirte y sus localidades circundantes, ya adelantamos en un Informe de Inteligencia de la necesidad de impermeabilizar las fronteras y de no circunscribir la operación a la franja costera. Sin embargo, ninguna de las dos situaciones se materializó. Para las autoridades de Trípoli, cualquiera de ellas, lo importante y crítico, más allá de retomar el control de la segunda ciudad más importante del país, era hacerse con los pozos de petróleo de la cuenca de Sirte, objetivo principal de la operación militar, y a su vez del estratégico puerto de Ras Lanuf (uno de los más importantes para exportación de petróleo). Eso se consiguió, pero para ello se dejó la operación militar sin acabar. Se expulsó a los islamistas del norte de Libia, pero no se les derrotó ni se les eliminó. De hecho, estos se retiraron hacia el sur, casi hasta la frontera con Chad, y esperaron su momento. Hace unos meses que ese momento llegó y ahora están de nuevo a las puertas de Sirte.
Egipto, por su lado, sigue sufriendo las políticas erráticas de Abdel Fateh al-Sisi, el otrora Jefe de la Junta Militar, y azote de la formación islamista Hermanos Musulmanes, y ahora reconvertido en demócrata convencido, más preocupado de su imagen exterior que de solucionar los problemas reales del país. Para al-Sisi ha quedado demostrado que es más importante hacerse un hueco como estadista de postín entre el mundo árabe (en 2017 donó una isla en el mar Rojo a Arabia Saudí), que poner freno al avance islamista protagonizado por la franquicia de Estado Islámico, Ansar Bayt al-Maqdis. De hecho, los asesinatos repetidos de católicos coptos en el norte del Sinaí, los ataques a iglesias católicas al norte de El Cairo, o el avance de los terroristas hacia el oeste, acercándose peligrosamente a la rivera oriental del Canal de Suez, no han sido suficiente para que decida cambiar su estrategia militar en la Península del Sinaí, donde Ansar Bayt al-Maqdis ya controla más de la mitad el territorio. Prueba de esto son los check-points que los terroristas montan en los alrededores de al-Arish (capital de la Gobernación del Sinaí Norte), o los asesinatos que diariamente llevan a cabo de presuntos colaboradores de las autoridades egipcias, debidamente grabados en vídeo y publicados en sus canales mediáticos.
Futuro incierto
Con todos estos datos puestos encima de la mesa, la situación que se avecina no es precisamente muy halagüeña. En Mali la crisis de seguridad tiende a agravarse (por cierto España acaba de tomar el control de la misión internacional en el país). Como ya adelantamos hace casi un año, al-Qaeda en el Magreb Islámico, y en particular su nueva formación dependiente de esta, iba poco a poco a ampliar su zona de operaciones en el país africano, usado hasta ahora como campo de entrenamiento para establecer las medidas de coordinación entre los cinco grupo que forman esta sub-franquicia. Esta valoración se está cumpliendo, como todos sabemos, y las previsiones son de un progresivo avance hacia el norte, para establecerse en el sur de Argelia, objetivo final de la organización terrorista.
Por otro lado, Europa no parece estar preparándose para un problema que se aproxima de manera imparable, los retornados.
Los riesgos para la seguridad en este momento, y en el futuro más inmediato, no se considera que residan en que individuos incontrolados puedan llevar a cabo acciones hostiles, no al menos en España, sino en los retornados que viajan a sus lugares de origen.
Ya se ha hablado en anteriores ocasiones de este asunto, y los hechos poco a poco van confirmando esas proyecciones. La salida a través de Turquía es más que difícil (hace poco más de un mes se detuvo en la frontera turco-siria un grupo de cerca de 150 personas, entre combatientes islamistas y familiares de estos, que pretendían entra en el país para regresar a centro Europa). Por ello, reitero que la única opción sigue siendo la vía española. Los puertos que unen el norte de África con la costa mediterránea de España, con ciudades tan importantes como Almería, Alicante o Valencia, es muy probable que adquieran un rol crítico para estas mafias de tráfico ilegal de personas que se ha vuelto a reactivar.
Es necesario cambiar ligeramente los procedimientos y pasar a ser más proactivos, antes que reactivos, adecuando los procedimientos a la nueva amenaza, o a la nueva operativa de esta amenaza. Para ello, es necesario ampliar la zona de interés de Inteligencia, y en particular la zona de obtención de información de los Servicios de Seguridad.
Si no somos más rápidos y más inteligentes que ellos, tienen las de ganar. Otra vez.
Salvador Burguet
CEO AICS