La obesidad se ha convertido en una de las vertientes principales y con más apariencia inocua de las políticas identitarias woke, mediante la transformación de las personas con sobrepeso en un nuevo colectivo oprimido, posible sujeto revolucionario. Todo ello, dentro por medio del tratamiento y la articulación habituales de toda faceta accidental o voluntaria que ahora es considerada identidad invariable de cada ser humano.
Esta tendencia nació en los años sesenta del siglo pasado en Estados Unidos, con la creación de la Asociación Nacional de Aceptación de la Gordura Avanzada (NAAFA). A lo largo de los años, su nomenclatura ha ido cambiando hasta llegar a convertirse en el movimiento Body Positive que, tutelado por el feminismo radical, ha terminado alcanzando un enfoque femenino que funciona como antítesis de los cánones de belleza etiquetados por la izquierda como patriarcales y hetero normativos.
Dentro de la cultura woke el mundo se percibe a partir de la relación de víctima-perpetrador u oprimido-opresor. Y la obesidad, al igual que la raza o el sexo, se usa para consolidar la figura de víctima ideal. Fuera de este mundo ideológico y detrás de cada activista del movimiento Body Positive que se hace viral por vender la obesidad como una identidad aceptada y deseada, están los datos que la presentan como la primera causa de muerte evitable, una patología que se cobra la vida de casi un millón y medio de europeos cada año.
Una competencia real del Ministerio de Sanidad abordada en la práctica por el Ministerio de Igualdad. Recientemente, Ángela Rodríguez Pam lamentaba en un pódcast de nutrición, dónde hablaba sobre «gordofobia» en la política, que sólo hubiera hombres gordos en el Congreso de los Diputados, pero ninguna mujer. La secretaria de Estado de Igualdad y Violencia de Género añadía: «La gente que está en política también encaja en una serie de cánones para hacer comunicación».
La lucha contra estos mismos cánones, que la medicina califica de saludables, inspiró hace un año la polémica campaña de verano del Ministerio de Irene Montero, que bajo el lema El verano también es nuestro, utilizaba sin permiso la imagen de varias mujeres con sobrepeso. Miles de euros de dinero público destinados a blanquear la realidad de la obesidad y a denunciar la «gordofobia» en las playas. Tras la oleada de críticas recibidas por la campaña, Ángela Rodríguez utilizaba las redes sociales del ministerio para asegurar que «sí que es necesario que se nos diga que sí podemos ocupar los espacios públicos. Es una cuestión íntimamente relacionada con los estereotipos y los roles de género».
Las redes sociales se han convertido en una de las herramientas fundamentales para el movimiento a favor de la obesidad. El contenido digital que relaciona directamente a una buena autoestima o al amor propio con la aceptación de la obesidad se ve beneficiado por el algoritmo. Una de las activistas en contra de la «gordofobia» con más seguidores en España es Mara Jiménez, que presentó su segundo libro la semana pasada. Durante el turno de preguntas, la influencer se enzarzó con uno de los presentes, al que Jiménez le preguntó: «Dices tú que se tiene que combatir la obesidad, ¿Qué solución nos das tú?». La respuesta del espectador fue clara: «Sí, una dieta estricta y ejercicio». Segundos después lo expulsaron de la sala. Tras el incidente, los médicos han hablado: detrás de la mayoría de los casos de obesidad se esconde un estilo de vida sedentario y una mala alimentación. Apuntan a la peligrosidad de convertir una vida saludable en un acto de «gordofobia».