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Este artículo se publicó en La Gaceta antes de convertirse en La Gaceta de la Iberosfera, no siendo entonces propiedad de Fundación Disenso.

La ONU se suma a la ‘histeria nazi’ con una advertencia sobre Estados Unidos

En pocas palabras, la ONU se ha sumado entusiasta a lo que el columnista conservador Kurt Schlichter llama ‘nazigasmo’.

Es un ‘early warning’, una ‘advertencia temprana’, que este organismo sólo ha emitido en cinco ocasiones en la última década, sobre Burundi, Iraq, Costa de Marfil, Kirguisia y Nigeria. Y ahora entra Estados Unidos en esa lista incongruente al urgir el Comité de las Naciones Unidas sobre la Eliminación de la Discriminación Racial a las autoridades americanas a que «condenen los crímenes y expresiones de odio racistas en Charlottesville y por todo el país”. Naturalmente, sin citar ninguna expresión concreta como ejemplo. 

Según una nota de prensa de la propia ONU, «en una decisión tomada mediante su procedimiento de «alerta temprana y acción urgente», el Comité que supervisa la aplicación de la Convención Internacional de Todas las Formas de Discriminación Racial declaró que «no debería haber en el mundo lugar para ideas racistas de supremacismo blanco o cualquier ideología similar que rechace los principios centrales en derechos humanos de dignidad e igualdad humanas». 

Y añade: «Además de la investigación criminal del individuo que arrolló con su coche la multitud de manifestantes pacíficos matando a una mujer, los expertos de Naciones Unidas han pedido a las autoridades norteamericanas que tomen medidas concretas para atacar las causas primeras de la proliferación de tales manifestaciones racistas». 

En pocas palabras, la ONU se ha sumado entusiasta a lo que el columnista conservador Kurt Schlichter llama ‘nazigasmo’, la orgía de caza de nazis en la que la diversión está asegurada porque es el atacante, no el atacado, quien dice quién es nazi y quién no lo es. 

Y a juzgar por comentarios aparecidos en los medios y que abarrotan las redes sociales, es difícil ser blanco y no ser considerado un ‘supremacista blanco’ a este lado de la izquierda radical. 

La presidencia de Donald Trump es, cada vez más, meramente la excusa para una ‘guerra cultural’ que lleva décadas larvándose en Estados Unidos, menos unidos que nunca. La victoria electoral dio visibilidad y esperanzas a un enorme sector de la población ignorado por las élites políticas y mediáticas, y aunque es cada día más evidente que el presidente les está dejando colgados de la brocha, la aparición de la ‘derecha alternativa’ es un genio que ya no hay modo de volver a meter dentro de la lámpara. 

La opinión políticamente correcta, por su parte, no se ha recuperado del impertinente acto de desacato de las masas al votar por el candidato que habían previamente demonizado, y no van a parar hasta que le vean fuera de la Casa Blanca, si es que se contentan con eso. 

De nada vale que el presidente haya anunciado un plan para Afganistán que hace la boca agua a todos los halcones de Washington y a los contratistas de Defensa, o que desautarizara públicamente al grupito de partidarios suyos que se manifestaron en Boston por la libertad de expresión, abrumadoramente superados en número por antifas, policía y periodistas.  

Simplemente, es demasiado tarde. La progresía ve la victoria definitiva al alcance de su mano, y está acelerando los tiempos para que no se le escape. No solo Trump debe ser derrocado: la plebe que ha osado contradecir a sus élites debe sufrir una derrota absoluta, total, de la que no puedan volver a levantarse. 

La Noche Digital de los Cuchillos Largos que están aplicando los gigantes de Internet, virtuales dueños de la opinión online, está privando de voz a un número creciente de disidentes sin que nadie pueda aducir que se trata de censura, porque son empresas privadas. Claro que la teoría del mercado difícilmente podía imaginar algo como Google, Facebook o Microsoft y su omnímodo poder sobre lo que se piensa, dice y explica.

 

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