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Este artículo se publicó en La Gaceta antes de convertirse en La Gaceta de la Iberosfera, no siendo entonces propiedad de Fundación Disenso.

Perdidos Siria e Irak, ISIS podría haber encontrado un nuevo objetivo: EE UU

De forma casi simultánea, con una diferencia de pocos días, tanto las fuerzas gubernamentales sirias como sus vecinas iraquíes pronunciaban una de las frases más hermosas que pueden leerse en un titular: la guerra ha terminado.

Al menos, en lo que respecta a ambos países, la guerra contra el temido Estado Islámico, el ‘coco’ del siglo XXI, fuente de los crímenes más atroces en los territorios que controlaban y de los atentados más sangrientos en Europa. Hace solo dos años, el Estado Islámico de Siria e Irak (ISIS, por sus siglas en inglés) era la fuerza paramilitar más poderosa, organizada, generosamente financiada y eficiente de la historia moderna, tras haber conquistado un pequeño imperio a caballo entre dos estados, cuyos ejércitos derrotó.
Y ahora no tiene allí un palmo de tierra que llamar suyo. Lo que queda en Siria es, más que guerra, una operación de limpieza militar de algunos enclaves que mantiene Al Qaeda y otros grupos armados suníes. Los rusos han empezado a retirar efectivos de la zona.
Pero a medida que se disipa el humo de la batalla y los dos países inician la reconstrucción, las dos preguntas que se plantean los analistas son: ¿qué futuro tiene ahora el régimen sirio de Bashar al Assad, que Estados Unidos y sus aliados se comprometieron a derribar? Y, sobre todo, ¿qué queda del ISIS y cuál es su futuro?
Ambas preguntas merecen tratarse con alguna profundidad, y aquí nos plantearemos la segunda.
Si el ISIS fuera meramente una guerrilla local, rebeldes de la zona levantados en armas contra el Gobierno, el final de la guerra sería también el final del grupo con toda probabilidad. Pero estamos hablando de un grupo multinacional e ideológico, combatientes islámicos radicales unidos por una causa pero procedentes de todos los rincones del globo. Estaban en Siria e Irak, pero ahora pueden estar desperdigados por todo el globo.
Perder su base territorial es, sin duda, un duro golpe para la organización yijadista, pero aún peor es perder con esta doble derrota un enemigo que necesita desesperadamente para mantener su maquinaria de reclutamiento y la tensión del combate.
Necesitan, pues, un nuevo enemigo, y la decisión de Donald Trump de reconocer Jerusalén como capital de Israel se lo ha puesto en bandeja. Para empeorar la situación, Washington ha reforzado aún más si cabe sus lazos con Arabia Saudí y los demás países del Golfo, y se da la circunstancias de que una de las nacionalidades que más combatientes ha proporcionado a la multinacional del terror es, precisamente, la saudí. Y no necesariamente en Oriente Medio.
Un informe hecho público en junio por el Institute for Gulf Affairs (IGA) revela que cientos de ciudadanos saudíes y kuwaitíes residentes en Estados Unidos -algunos con doble nacionalidad; la mayoría con becas de estudios- han combatido estos últimos años en Siria e Irak bajo las banderas del ISIS.
Arabia Saudí es la segunda fuente de combatientes del ISIS, unos 2.500, y si el informe del IGA es correcto, hasta un 16% de ellos estaba en Estados Unidos cuando se enrolaron en el ISIS. Más preocupante: el Gobierno saudí no solo sería perfectamente consciente de la actividad de sus ciudadanos residentes en América, según el informe, sino que habría ocultado esta información a las autoridades norteamericanas.
Si es tal el caso, la declaración del Departamente de Estado norteamericano según la cual Arabia Saudí no ha dejado en ningún momento de colaborar con Estados Unidos en la lucha contra el terrorismo mediante acuerdos de intercambio de información se revelaría desastrosamente falsa.
Estados Unidos se encuentra así con una población de potenciales miembros del ISIS en su propio territorio, entrenados y endurecidos por el combate y radicalizados por su exposición al adoctrinamiento del ISIS, además de haberles dado una nueva excusa para sus ataques.
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