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Este artículo se publicó en La Gaceta antes de convertirse en La Gaceta de la Iberosfera, no siendo entonces propiedad de Fundación Disenso.

'Nuestra producción dramática del Siglo de Oro es valorada fuera de España'

El director de escena Mariano de Paco Serrano (Murcia, 1972) lleva más de 25 años dedicándose al mundo del teatro y ha dirigido, hasta ahora, más de sesenta espectáculos teatrales.

Acaba de estrenar El Caballero de Olmedo, de Lope de Vega, en el Teatro Círculo de Nueva York. Nuestra producción dramática del Siglo de Oro es enormemente valorada fuera de nuestro país. En Nueva York gustan de nuestro buen teatro clásico, conocen y saben valorar la maravilla del verso. Sube a las tablas una historia de amor, honor y destino. Y ya está, nada más y nada menos. Un montaje de clásica contemporaneidad, hecho para un público de hoy y, especialmente, para el público más joven, para quienes la competencia directa de Lope de Vega no es ya Ben-Hur ni Blade Runner de 1982, con sus androides soñando con ovejas eléctricas, sino Netflix, HBO y Musical.ly visto en su Iphone 8. 

-¿Cómo está?

Profundamente ilusionado y consciente de la responsabilidad que supone este estreno en mi carrera profesional. Esto es algo que va más allá de lo soñado. Supone coronar una de las cimas de mi andadura como director de escena y, como tal la estoy viviendo, con grandísima intensidad desde que se produjo la invitación de José Cheo, director del Teatro Círculo.

 El Caballero de Olmedo es uno de los títulos esenciales de nuestro teatro clásico. Y uno de los textos que más satisfacciones le ha dado.

Efectivamente, creo poder decir sin demasiada osadía que es el mejor texto de Lope y uno de los mejores textos nunca escritos. A mí me lo parece, sin duda alguna. Además, el tema principal de la ficción dramática de El Caballero de Olmedo es el del destino, y el destino ha guiado también, desde el comienzo, mi realidad y la de esta puesta en escena que ahora he tenido la buena suerte de volver a acometer.

-Qué le ha llevado a escoger esta obra para representarla ante el público de Nueva York? 

El título fue un encargo del director del Teatro Círculo, José Cheo Oliveras. Productor, actor y profesor, gran conocedor de los clásicos y de los gustos del público de la ciudad. Más de 20 años a la cabeza del teatro le hicieron decidirse por este título a sabiendas tanto de su calidad como de su idoneidad para con los gustos del público neoyorkino.

-¿Qué valoran en el exterior de nuestro trabajo? ¿Qué les lleva a fijarse en un director de escena español?

Cuando trabajas fuera de España te das cuenta de que a pesar de nuestra percepción interna, tanto la creación como los creadores de nuestro país están generalmente muy bien valorados. El arte no conoce fronteras y, como tal, genera una suerte de universo compartido por todos donde los elementos a valorar son el trabajo, el talento, la investigación y la exploración de nuevos lenguajes. Mucho más en casos como el que nos ocupa, en el que se trabaja con los clásicos para adecuarlos a la sensibilidad y los ritmos contemporáneos. Nuestra producción dramática del Siglo de Oro está enormemente valorada fuera de nuestro país, y no sólo en foros y ambientes universitarios y especializados, sino también por el público genérico del teatro. En Nueva York gustan del buen teatro clásico. Agradecen, conocen y saben valorar la maravilla del verso. El director de un teatro en Nueva York no determina su decisión de contratación por la procedencia o la nacionalidad de un determinado director, sino por la calidad de su obra. En este caso concreto, mi puesta en escena de El Caballero de Olmedo llamó la atención por su visión del clásico y aquí estamos.

-Y qué poco nos valoramos nosotros…

Efectivamente, hablando de clásicos, “nadie es profeta en su tierra”… Como en el caso de Don Rodrigo, el hecho de “jugar en casa” no “juega” siempre a nuestro favor. Hace un par de años dirigí en la Sala Negra de los Teatros del Canal, programado por Albert Boadella, “El prisionero” de José Luis de Blas. Un espectáculo brillantemente protagonizado por José Manuel Seda, en un personaje que le exigió un alarde físico e interpretativo y que se desarrollaba en una superficie de 48 metros cuadrados de barro húmedo. De broma, claro, siempre comentamos que si lo hubiera firmado un tal M. de Paco de Düsseldorf e interpretado un Seda´s de Estocolmo, otro gallo nos habría cantado en muchos sentidos.

-Qué diferencias hay entre este montaje y el que llevó a cabo en España?

En el resultado que mostraremos al público las diferencias son notables y ha supuesto una gran experiencia revisitar el texto y el montaje. He mantenido el eje fundamental de la puesta en escena primigenia, basado en el sino trágico, el fatum del personaje del Caballero, subrayando la relación del texto con los elementos consustanciales de la tragedia griega. He conservado la presencia del coro de toros que acompañan el devenir de Don Alonso y del resto de personajes, en especial el de Don Rodrigo, como marca de su destino; y también la adecuación temporal (aunque idealizada y artística) del vestuario que se establece en la cronología que marca la obra. No obstante, es diferente la versión, que firmo junto a Daniel Alonso de Santos y también es diferente el espacio escénico y la iluminación de Israel Franco-Müller, adecuado a las características del Teatro Círculo (trabajado esta vez a cuatro bandas) y la música que, aunque firmada por Tomás Marco (al que nunca podré agradecer lo suficiente su disposición y colaboración) como en la vez anterior, está compuesta a partir de sus piezas para guitarra. Se trata, pues, de un espectáculo totalmente nuevo construido a partir de un mismo concepto del montaje.

El montaje en España fue reconocido y elogiado por su arriesgada propuesta escénica -los actores no abandonaban nunca el escenario-; la música; los símbolos, por ejemplo los toros, que representan el símbolo de fuerza, de la vida y la muerte

El planteamiento escénico llamó poderosa y positivamente la atención. Utilicé la figura del toro como simbología e icono de lo ancestral, viril y carnal, con las connotaciones que comentas sobre la vida y la muerte, y no como representativo de la estética de la “Fiesta” (que en ese tiempo no se conocía como la conocemos hoy. En las fiestas de Medina de esa época había alanceamiento y no corrida de toros). Por otra parte, tenemos el negro del vestuario y de la envoltura escénica; la plástica del color, centrada en el rojo de la sangre y el dorado de la luz del sol; las pieles y las lanzas, y todo ello (creo que aquí también acertamos) en un intento de adecuación de los ritmos de la historia de Lope de Vega con aquellos que rigen el mundo contemporáneo. En definitiva, un montaje de clásica contemporaneidad, hecho para un público de hoy y, especialmente, para el público más joven, para quienes la competencia directa de Lope de Vega no es ya Ben-Hur ni Blade Runner de 1982, con sus androides soñando con ovejas eléctricas, sino Netflix, HBO y Musically visto en su Iphone 8 (que ya estará obsoleto cuando mañana se publique esta entrevista).

-¿Y el amor? Como un amor eterno, una referencia en tono trascendente, de creer en otra vida más allá de la muerte? 

Bajo mi punto de vista, el amor de Don Alonso por Inés es tan grande y valioso porque supone la toma decidida de postura por un ideal (también el de Don Rodrigo aunque finalmente lo absorba el lado oscuro). Su amor determina la aceptación de que el sueño del ser humano, su anhelo más preciado, merece la pena incluso enfrentándose a un destino de muerte para conseguirlo. El Caballero de Olmedo (el de la ficción lopesca, porque la historia real en el que está basada la seguidilla de la que surge la obra: “que de noche le mataron, al Caballero, la gala de Medina, la flor de Olmedo”, es mucho más humana y trivial, y se reduce a una disputa acerca de unos galgos con resultado de muerte) es la historia de una meta por conseguir y la demostración de que, a pesar de lo efímero de la vida, los objetivos nobles engrandecen al hombre y lo dotan de “humanidad” como atributo de sensibilidad que lo separa de las bestias. También, la Eloísa de Jardiel Poncela, desde debajo del almendro, triunfará en la vida postrera por mor del amor entre Mariana y Fernando. De ese amor que traspasa tiempo y espacio para recordarnos que, aunque humanos, las ovejas de nuestros sueños, eléctricas o no, quizá si puedan salvarnos.

Decía también que detrás veía pura tragedia griega. Al empezar a trabajar con el texto se dio cuenta de que tiene todas las claves de la tragedia griega. Cuénteme eso.

Así es: “El Caballero de Olmedo” es una gran tragedia. Un atrevido (incluso arrogante a veces) Don Alonso se enfrenta a su destino funesto, consecuencia de sus propios errores, materializados en la intercesión de Fabia, en su desafío (aunque no siempre consciente) a D. Rodrigo, enamorando a su dama pretendida en su propio terreno de juego y en la resolución de su dilema trágico, que determina su decisión de viajar de noche a Olmedo, para dar noticia de su estado a sus preocupados padres, determinan el cambio de su fortuna, que lo llevarán hacia un desenlace mortal y catastrófico. El coro de astados que lo sigue en la puesta en escena subraya estos elementos y potencia el carácter trágico de la historia, dejando en un segundo plano los elementos cómicos de la misma.

  A la hora de representar un clásico se suele caer en adaptaciones que lo desvirtúan cuando los clásicos tratan temas atemporales y no hace falta actualizar nada. El contexto dramático y social de la historia es el mismo que puede ser hoy en día. (En El Caballero de Olmedo las historias de amor, capa y espada, toros…).

En la publicidad de la obra para el estreno en Nueva York, añaden debajo del título original el siguiente mensaje: “A story of love, honor and fate”. Y así es, “El Caballero de Olmedo” es una historia de amor, honor y destino. Y ya está, nada más y nada menos que eso. Y si quisiéramos utilizarla pasa contar otra cosa acabaríamos por fracturarla y hacerla opaca, ilegible e ininteligible. Afortunadamente, la literatura dramática universal y los clásicos españoles en particular, cuenta con títulos para hablar de todos, o casi todos, los conflictos del ser humano. Yo animo a leerlos y a encontrar el que mejor nos cuadre para hablar de lo que queremos hablar. A pesar de la belleza de sus palabras, de la maravilla de sus versos y de su perfecta construcción dramática, sería absurdo y atrevido montar “El Caballero de Olmedo” para hablar del derecho de autodeterminación de olmedanos y medinenses.

-Los clásicos nunca se agotan. Por eso es un placer acudir a su lectura y a sus representaciones porque ofrecen muchas claves. Al final el teatro del futuro está en Grecia, Siglo de Oro, Shakespeare. Y, se dice, ‘todo está en Shakespeare’, pero la potencialidad visionaria de nuestros clásicos qué?, cómo se adelantaron a esta actualidad…! 

El teatro es inagotable y su futuro, claro está, se sustenta en sus antecesores. En aquellos seres de talento que contaron y vivieron la vida antes que nosotros y que supieron transmitirla en sus escritos. No hace mucho, después de un ensayo de El Caballero, conversando en Nueva York con el Profesor Dean Zayas, maestro de maestros en estas lides, me confesaba que su capacidad de apreciación y su conocimiento de las emociones y los comportamientos humanos, e incluso su capacidad de adivinación de conductas futuras en determinadas personas y acciones, se debía a su larga e intensa investigación y conocimiento sobre los clásicos, preponderantemente en los clásicos españoles del Siglo de Oro. Porque en ellos está todo dicho y escrito. Todo está, o casi todo está en Shakespeare, sí. Pero todo está en Lope, Calderón, Quevedo, Rojas,  Tirso o Cervantes, y antes en Sófocles, Eurípides o Aristófanes, etc. Es suficiente con leerlos y verlos representados para darse cuenta de ello.

-Siempre ha comentado que “el disfrute de la palabra” es lo que más le seduce a la hora de abordar un texto, como cuando llevó a cabo La Celestina, en Almagro, interpretada por Gemma Cuervo. 

Sin duda alguna el teatro que me gusta hacer es el que surge de la palabra y pasa por el actor. La experiencia de dirigir a una Gran Dama del teatro como Gemma es de esas que te marcan para siempre en la vida y te hacen crecer como profesional y como persona. Ver a Gemma Cuervo decir que “mayor es la llama que dura ochenta años, que la que en un día pasa, y mayor la que mata un ánima, que la que quema cien mil cuerpos” supone una doble lección dictada a una por parte de Fernando de Rojas y de Gemma Cuervo. Me encanta el teatro clásico y me encanta trabajar el verso. La vivencia neoyorkina ha sido especialmente interesante en lo que se refiere al trabajo con los acentos de los actores y el verso clásico. En el reparto había actores puertorriqueños, dominicanos, uruguayos y españoles. El trabajo para adecuar los ritmos del habla a la correcta prosodia del verso ha sido absolutamente apasionante y minucioso. Creo que lo hemos conseguido y todo ello gracias al talento, la experiencia y el buen hacer del elenco, del equipo al completo y, en especial, de mi ayudante de dirección, Daniel Alonso de Santos, gran conocedor de la técnica, la estética y la didáctica del verso clásico.

– En una charla anterior recuerdo que me comentaba que “Ser director de escena es nutrirte de otras artes. Trabajas con sentimientos y eso aporta un plus de satisfacción. Encontrar ese punto de concordia entre actor y público es una de las empresas más bonitas. Modelar el material humano, esa unión entre la historia y la persona”. Sus montajes son aplaudidos y reconocidos por la crítica, la profesión (premio José Luis Alonso) y el público. Le gustan los retos. 

Cuesta mucho vivir y cuesta mucho trabajar. Nada es fácil, ni en el teatro ni en el resto de los ámbitos de la vida, pero la constancia, el trabajo sincero y la ilusión en lo que haces ayudan a que el resultado sea satisfactorio y te haga subir otro peldaño más. También la buena suerte, pero ésta, las más de las veces, hay que buscársela.

 Esto de subir a las tablas una obra es un ‘sinvivir’ (logística, empresa, economía, actores, ensayos…) pero, ¿y lo mejor de este ‘sinvivir’?

Lo mejor de este “sinvivir” es que uno, viviendo sin vivir en él, y esperando alta vida, muere cada día, pero no muere, y crece y sigue viviendo. Esto es vivir. Quién lo probó, lo sabe.

– Director de escena, abogado, gestor cultural y profesor. Miembro fundador y Gerente de la Academia de las Artes Escénicas de España, me decía en aquella charla que consideraba “que faltaba el concepto de ayuda en la sociedad, en el individuo y en la estructura general. Darnos cuenta de que abrir puertas es más rentable que cerrarlas. Estamos acostumbrados a ayudas concretas y creo que lo que falta es una filosofía de colaboración”. ¿Cómo está actualmente el sector de las Artes Escénicas?

Bien. Bien. Creo que está muy bien y con tendencia ascendente. Tomando conciencia de sector. En cualquier caso, nosotros, los profesionales del mismo, somos los encargados de trabajar para que cada día esté mejor y más saludable. La pequeña aportación de cada uno y de todos unidos hará que el conjunto mejore y alcance velocidad de crucero. En este sentido, la labor de la Academia de las Artes Escénicas de España está siendo muy importante en muy poco tiempo. Una institución como la Academia, dedicada a defender y preservar la excelencia de las Artes Escénicas y sus profesionales y el reconocimiento de su trabajo ante la sociedad era absolutamente necesaria para la mejora de nuestras condiciones y prestigio.

– Es una tarea ardua. Casi es como describir a Sísifo, pero le satisface plenamente. ¿Puede decir que se encuentra en un momento dulce de su carrera?

Estreno en Nueva York “El Caballero de Olmedo” de Lope de Vega, soy Gerente de la Academia de las Artes Escénicas de España, tengo dos hijas maravillosas, y unos padres que vienen al estreno. Estoy en un momento decididamente dulce.

– ¿Verá como todos sus estrenos sentado en el patio de butacas? 

Allí estaré, en primera fila, y os invito a todos a que me acompañéis. ¡El teatro español del Siglo de Oro, Lope de Vega y “El Caballero de Olmedo” lo merecen!

 
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