Cuando hace pocos años, ocho o diez, amigos venezolanos exiliados en España del atroz chavismo nos advertían de que esto iba por el mismo camino muchos no creímos que la cosa sería para tanto. Pero las señales estaban ahí y la sagacidad de quien ya ha vivido el horror nos debería haber puesto en guardia. Creímos, ilusamente, en la fortaleza de nuestras instituciones, en el coraje de la derecha, en el amparo de las instituciones europeas, en fin, en todo un entramado de falsas seguridades que el tiempo ha demostrado que eran puro papel de fumar y se han roto al primer embate.
Nada de lo que pensábamos sólido y serio se ha revelado como tal. Los primeros, los empresarios, que deberían haber sido el baluarte en defensa de nuestra democracia parlamentaria y liberal. Toda la banca, con la familia Botín a la cabeza, ha sonreído a Sánchez y a su proyecto con una complacencia terrible, desalentadora. Y de ahí, hacia abajo. Una jefatura del Estado que si no está para poner firmes a quienes intentan dinamitar el régimen de monarquía democrática ya me dirán para qué está; una clase política conservadora timorata, asustadiza, y, lo que es peor, incapaz de calcular los daños que causaba el monstruo que tenía delante incluso cuando la estaba devorando; unas Fuerzas Armadas resignadas a ser poco más que una mezcla extraña de asistentes sociales, bomberos, sanitarios y elemento ornamental en desfiles, procesiones y fiestas nacionales; una prensa, digámoslo todo, cebona, aculada, servil, capaz de vender a su madre por un plato de lentejas.
Todo era mentira, como los escenarios que en Bienvenido Mr. Marshall los vecinos de Villar del Río construyeron para impresionar a aquellos yankees que tenían que gastarse en el mísero pueblecito sus dólares. Qué ingenuidad. Eso creyeron quienes forjaron la Transición. Teniendo contentos a los Estados Unidos y a sus comparsas europeos España tenía asegurado el porvenir. Digamos en descargo de quienes así pensaban que, posiblemente, tampoco había más salidas, pero la verdad es que si analizamos los resultados la España de 1975 era mucho más sólida económicamente, socialmente e que la de hoy, vendida a intereses espurios y prácticamente sin nada que ofrecer que no sea el consabido sol, paella y playa. internacionalmente
Ahora que estamos a un minuto de ser Caracas, con lo que comporta, se conoce el lugar que querían para esta vieja nación que, si Dios no lo remedia, pronto dejará de ser tal. Nos veían igual que a cualquier país iberoamericano, como el patio trasero de los EEUU, como un sitio que está pero no cuenta. Lo mismo, pero desde posiciones mucho mejores que la nuestra, podría decirse del resto de países europeos. Solo aquellos que tienen al frente a personas con una vigorosa visión de la realidad y no se sienten dependientes del Big Brother empiezan a caminar, léase Hungría o Italia. Claro que eso es ultraderecha y, por tanto, malísimo. ¡La Alianza de Civilizaciones es infinitamente mucho mejor!