Santiago Abascal tenía el miércoles noche un plan muy pesado. Lo que para los demás sería una típica cena con compañeros de trabajo venidos de alguna otra comunidad y con los que tienes que revisar unos datos, en plena ola de calor en julio, para él era un debate con la feliz pareja Yolanda Díaz-Pedro Sánchez. Sabía a lo que iba. Y fue. Cosa que ya se agradece, viendo que Feijoo estaba de baja de campaña por lumbalgia. Se hizo daño levantándose de la silla cuando le entrevistó Susanna Griso. Qué fortaleza. Qué Hércules. Qué tranquilidad para los votantes que los designios de nuestro país puedan descansar pronto sobre tan endeble espalda.
Empezó el presidente de Vox explicando lo que todos sabíamos que iba a pasar: que Díaz y Sánchez, convertidos en un frente y no precisamente obrero, iban a mentir y descalificar al único líder de la oposición presente. No se equivocaba. La vicepresidenta de Pedro Sánchez sacó a relucir los datos maquillados de empleo con los que cada mes intenta tratarnos a todos como a votantes de Sumar desde su Ministerio. Abascal fue a lo mollar: todos los españoles excepto ellos vivimos peor. Las cifras incomprensibles que Sánchez y Díaz nos anuncian, no se reflejan en nuestras neveras ni en nuestras facturas. Poco que añadir ahí.
La dinámica en el bloque de asuntos sociales no cambió demasiado: dos contra uno, pero con un Sánchez medio dormido —no me extrañaría que los asesores le hubieran dado una valeriana tras el debate contra Feijoo en el que parecía haber consumido esteroides—, que dejaba hacer a Yolanda. Díaz, quien cambiaba esa cara de actriz de Pantomima Full con la que habitualmente nos dice «hola», «te voy a dar un dato», o «besiños» por un rostro serio y convertida en lo que probablemente le parecía a ella una pose de lideresa incuestionable y a los demás… no.
«No se ría de las mujeres», le gritaba a Abascal cuando este intentaba explicar la ineficacia de la ley de violencia de género. Pedir que no nos riamos de ella cuando esa misma mañana se había grabado un vídeo diciendo que le gusta «planchar lo de todos» —-¿De todo el Ministerio? ¿De todo el gobierno? ¿Le plancha los calzoncillos a Pedro Sánchez? Eso explicaría muchas cosas—, es de tenerlos cuadrados. El único que se burló de ella fue precisamente su jefe, quien en varias ocasiones tras sus intervenciones la interpeló con un «¿verdad, Yolanda?» al que ella asintió sin resistencia. El remate fue cuando Sánchez, misógino como es, le aseguró ante millones de espectadores que «te conozco bien».
Para mi lo más relevante fue el hecho de que Abascal consiguiera recordar los daños terribles que han causado a la sociedad la ley de violencia de género y la del «sólo sí es sí», convirtiendo a todos los hombres en delincuentes potenciales sin derecho a la presunción de inocencia, y sobre todo de la ley trans, que no sólo borra a la mujer y hace desaparecer su deporte, sino que va a llenar las prisiones femeninas de violadores maquillados que dicen autopercibirse de género femenino, a los que después dejará en la calle antes de tiempo y cumpliendo penas irrisorias. Ante dos personajes grotescos y gritescos —ya sé que no existe, pero ustedes me entienden—, Abascal consiguió lanzar mensajes de sensatez y sentido común. Ante el mantra perpetuo de Yolanda Díaz, que había ido en leggins, no sabemos si para homenajear a Alcaraz o por no perder un segundo entre el debate y el planchado, de que Abascal estaba representando a Feijoo, el presidente de Vox logró explicar que PP y Vox votan en contra de lo que también apoyan en Europa los socialistas y comunistas. Ayer estaba solo ante las cámaras de TVE, pero nos representaba a todos los que votaremos este domingo en contra de la ruina que nos imponen las Yolandas, Pedros y Albertos aquí y allá. Y mejor solo que mal acompañado.