«Ser es defenderse», Ramiro de Maeztu
La Gaceta de la Iberosfera
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Rafael L. Bardají (Badajoz, 1959) es especialista en política internacional, seguridad y defensa. Asesor de tres ministros de Defensa y la OTAN, en la actualidad es director de la consultora World Wide Strategy.
Rafael L. Bardají (Badajoz, 1959) es especialista en política internacional, seguridad y defensa. Asesor de tres ministros de Defensa y la OTAN, en la actualidad es director de la consultora World Wide Strategy.

Afganistán y la sociedad del postureo

19 de agosto de 2021

Creo que fue el historiador militar romano Publius Vegetius quien dijo por primera vez que “la forma más rápida de acabar una guerra es perderla”. Traducido a las realidades militares de hoy en día, se podría decir que “la mejor forma de rendirse en una guerra es no lucharla”. Porque eso es precisamente lo que ha pasado en Afganistán: América y sus aliados estaban cansados de un despliegue militar que, a pesar de cuanto se decía, no lograba alcanzar ninguno de sus objetivos; para las fuerzas afganas, sin la ayuda externa, la derrota estaba asegurada por lo que… ¿para qué luchar? Como tantas otras veces en la Historia, no son las armas las que deciden el resultado de una guerra, sino la moral de combate y la psicología. Biden dijo que se iba anticipadamente y la OTAN le siguió sin rechistar; los soldados afganos dejaron sus armas en las puertas de sus casas y se perdieron entre las multitudes. Sólo un presidente no ha aparecido alarmado por los acontecimientos ni ha considerado necesario cortar sus vacaciones a cuerpo real para atender en primera persona la evacuación de sus nacionales. Ese presidente no ha sido otro que, cómo no, Pedro Sánchez.

Nunca fuimos a la guerra, como mucho, tal y como concedió Carme Chacón, enviamos tropas a misiones de paz en terreno de combate

España no debió ir nunca a Afganistán, ni la OTAN se debía haber empeñado en una misión imposible como la reconstrucción de aquel país. Es más, los americanos, una vez alcanzados los objetivos de denegar el uso del suelo afgano a Al Qaeda y haber depuesto a los Talibán, hubieran hecho lo correcto declarando la victoria y regresando a casa. Pero América se quedó, la OTAN quiso reinventarse y volver a tener una cierta relevancia, y España fue por un coctel de extrañas razones. Por un lado Aznar pensaba que una nación seria era aquella que estaba a las duras y a las maduras con sus principales aliados; nuestros militares encontraron una nueva misión en el exterior con la que incrementar sus salarios, obtener partidas extraordinarias e ir tapando los agujeros de unos presupuestos de Defensa siempre al límite. Pero nunca fuimos a la guerra, como mucho, tal y como concedió Carme Chacón, enviamos tropas a misiones de paz en terreno de combate.

Como Irak fue para la izquierda la guerra “mala” y Afganistán, “la buena”, nunca se dio una gran oposición a la misión civilizadora allí. Lo común fue un progresivo olvido. La incapacidad de nuestros líderes para contar la verdad de lo que estaba pasando sobre el terreno, la obsesión con la ayuda militar táctica y el interés por mantener el negocio de muchas ONG confluyeron para evitar ver la derrota que se venía encima si no se volvía a las operaciones ofensivas de cierta magnitud. De ahí el shock porque la caída de Kabul se haya producido en 90 horas y no en 90 días, como presumía Biden.

¿Para qué están los hashtags y los manifiestos sino para limpiar nuestros corazones sin tener que hacer nada real? 

De repente, nos hemos acordado del penoso futuro que espera a las niñas y mujeres bajo el brutal régimen talibán. Y celebrities y líderes políticos se han lanzado en frenesí a repartir manifiestos solicitando inclusividad y respeto a las minorarías por parte del nuevo gobierno fundamentalista a afgano. Plazas como la de Cibeles se han iluminado con los colores de la bandera afgana, tal vez en la esperanza de que un telescopio en Kabul capte la indirecta.

Desgraciadamente, es la naturaleza de esta reacción ante lo que se avecina lo que ha causado en última instancia el auge de los Talibán. Durante años se ha dicho que la sociedad afgana no podía asimilar los valores e instituciones occidentales, haciendo la vista gorda ante la corrupción de muchas de sus autoridades y abandonando toda política de cambio real. Pero, ay, ahora, la culpa buenita, no puede permitirse que ante un horro seguro que no se ha dejado combatir, no se diga nada. ¿Para qué están los hashtags y los manifiestos sino para limpiar nuestros corazones sin tener que hacer nada real? Hay que hablar con el nuevo régimen porque son el poder, dice nuestras diplomacia europea, con Bórreles entusiastas al frente. Ya se han olvidado las sanciones a regímenes a los que no se quería legitimar, como el del apartheid en Sudáfrica.

La caída de Kabul no se produce por fuerzas naturales como un tsunami, sino por determinadas decisiones políticas tomadas por nuestros políticos. Que sean ellos quienes paguen las consecuencias de sus errores, no el resto

Como mucho se pide que abramos las puertas a más refugiados, precisamente a quienes se declina que eran incompatibles con occidente, cuyas costumbres habría que haber defendido allí, en coherencia. Pero como no hay defensa que valga, que vengan. Que vengan a diluir aún más nuestra identidad. Merkel ya cometió ese error en 2005, creando la mayor crisis migratoria desde hace décadas. Repetir el error no es ya cuestión de ignorancia, sino de desprecio a nuestra sociedad. Hay que decirlo bien claro: si veinte años de presencia, tutela y ayuda occidental no ha producido a ningún nuevo afgano, su importación a nuestro suelo tampoco va a producirlo. Los refugiados afganos deben quedarse en la región que es donde mejor estarán.

Pero mucho me temo que esta sociedad no ya del espectáculo, sino del postureo, no se lo va a permitir. Que la factura y los daños los paguen otros, es lo que piensan nuestros líderes, de vacaciones en la Mareta o bunquerizados en Génova. La caída de Kabul no se produce por fuerzas naturales como un tsunami, sino por determinadas decisiones políticas tomadas por nuestros políticos. Que sean ellos quienes paguen las consecuencias de sus errores, no el resto.

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