El Gobierno argentino acaba de dar otro decidido paso contra la Agenda 2030. Hasta el presente había expresado su explícito rechazo. En esta oportunidad, la Cancillería no se adhirió al ‘Pacto para el Futuro’, un documento de consenso propuesto por la Organización de las Naciones Unidas cuyo objetivo, según describen quienes lo impulsan, es profundizar sobre distintos puntos ya incluidos en la mencionada Agenda 2030.
Entre los aspectos más importantes figuran «la financiación para el desarrollo sostenible, la reducción de la pobreza, la seguridad alimentaria, la erradicación del hambre, la reforma del sistema de comercio y el refuerzo de medidas para luchar contra el cambio climático».
Entre esas nuevas herramientas figuran importantes compromisos como el acuerdo comercial entre el Mercosur y la Unión Europea o el Reglamento 1.115 de Bruselas, que busca elevar los parámetros para la importación de alimentos. La ratificación del Pacto del Futuro se da en un momento clave en las relaciones comerciales entre el Mercosur y la UE, debido a que la semana pasada Brasil defendió que se postergaran las regulaciones sobre alimentos libres de deforestación por ser contraproducentes para la industria local.
Como ya hemos señalado en columnas anteriores, el socialismo del Siglo XXI, tras comprobar el fracaso de la imposición de sus objetivos por la vía violenta, cambió la estrategia y persigue los mismos fines pero con distintos medios: hizo propias banderas políticamente correctas y ese cambio de táctica le venía dando buenos resultados. Sin embargo, ya no son aisladas las voces críticas al intento de imponer una autoridad supra-nacional que discipline el orden mundial. Las recientes declaraciones argentinas sobre la connivencia internacional con la tiranía de Nicolás Maduro o las sinuosas maniobras del globalismo se inscriben en esa dirección y es valorable que el nuevo gobierno tenga el coraje de pararse frente a esos organismos, respaldados por enormes intereses políticos y económicos, y decirles que no les tiene miedo ni respeto.
Todavía es temprano para hacer una evaluación de las consecuencias que traerá la postura argentina pero es innegable la necesidad de frenar la voracidad de estos supra-organismos que pretenden influenciar las decisiones de países soberanos. El tiempo dirá si Argentina, casi en soledad, era el mejor recurso para la inmensa tarea de enfrentar el globalismo o si, en aras de una causa justa, se está exponiendo a consecuencias perjudiciales para sus propios intereses dada su extrema debilidad estructural.
En ese contexto de aislamiento de sus socios históricos, Argentina terminó votando la oposición al ‘Pacto del Futuro’ junto a Rusia, Irán, Corea del Norte, Bielorrusia, Siria, Sudán y Nicaragua.
Siguiendo con los alineamientos, llama la atención el anuncio que hizo la administración Milei sobre la incorporación argentina a la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos (OCDE), entendiendo que también se trata de una entidad que está lejos de los objetivos de libertad que persigue el nuevo gobierno argentino.
La OCDE es un organismo burocrático alineado con la Agenda 2030 y con los Objetivos del Desarrollo Sostenible (ODS) de Naciones Unidas. La Guía OCDE-FAO, por ejemplo, influye sobre las cadenas de suministro en el sector agrícola con el relato de trabajar en pos de ideales de «desarrollo sostenible» y lo que hace concretamente es intervenir, y encarecer, la producción agropecuaria mientras construye un gigantesco negocio paralelo envuelto en la bandera del ecologismo.
«Los países más desarrollados se dieron cuenta de que, con presionar, los demás naciones respondían», explica Martín Litwak, abogado argentino radicado en los Estados Unidos, especialista en planificación patrimonial y fiscalidad internacional
Con instituciones como OCDE, que «sugieren, proponen o recomiendan» alcanza; no necesitan tener alcance legislativo propio. «Así, crearon la noción de ‘paraísos fiscales’ con la connotación sombría que se les da, incentivan el intercambio de información financiera entre países, listas negras y hoy están detrás del impuesto mínimo global a las ganancias de las corporaciones y a la riqueza», agrega Litwak. En síntesis, son un conjunto de países que no defiende la competencia fiscal, una estrategia gubernamental que promueve la descentralización y la limitación del poder público y cuya consecuencia es la de atraer inversión extranjera directa. Resumiendo, esa competencia consiste en minimizar el nivel de imposición fiscal, cosa que estos organismos no avalan ni impulsan.
Porque la experiencia indica que las políticas defensivas sólo tienen efectos a corto plazo. Las reacciones más proactivas a la competencia fiscal consisten, en todo caso, en promover políticas favorables al crecimiento y reformar el sistema fiscal, medidas que al globalismo no le simpatizan.
El blanqueo de capitales propuesto recientemente por el Gobierno argentino también es una decisión controvertida. El público, agobiado por una presión fiscal de las más elevadas del mundo, interpreta que beneficia a personas físicas y jurídicas que han evadido impuestos y que, casi sin condiciones ni preguntas, se las pone en pie de igualdad con quienes cumplieron con sus obligaciones. Además, se sospecha que la medida, al ignorar el origen de los fondos, abre la puerta al lavado de dinero, siempre proveniente del mundo de los negocios ilícitos, sea droga o corrupción.
La explicación es simple: la reactivación económica del país exige el ingreso de dólares frescos hasta ahora huidizos frente a las medidas regulatorias que aún pesan sobre la divisa estadounidense. Mientras haya lo que en Argentina se conoce como «cepo» (esto es imposibilidad de comerciar en esa moneda libremente) serán escasas las posibilidades de inversión extranjera y se supone que los dólares que ingresen por vía de ese mecanismo darán algo de músculo al anoréxico sistema financiero argentino.
En síntesis, hay una enorme tarea por realizar para desmontar la maraña de condicionantes que la agenda woke ha instalado con tanto éxito a través de las últimas décadas y denunciar esta trama es un muy alentador inicio. Pero es importante pelear esa batalla en todos los frentes. La Agenda 2030 no es el único ícono del globalismo. Como dijo Jacques Rueff, un auténtico liberal admirador de la escuela austríaca y uno de los cerebros del milagro francés: «Sed liberales o sed socialistas, pero no seáis mentirosos».