Escribo esta columna con retraso. En vez de escribirla el domingo por la tarde, como suelo, la he escrito el lunes por la mañana. ¿Pereza? No. Cansancio. Ayer estuve en el acto de Ifema organizado por VOX. Más de veinte mil personas hicieron lo mismo. Pasé ‒pasamos‒ muchas horas de pie, yendo de caseta en caseta, atravesando músicas de compás antiguo y humaredas procedentes de parrillas en las que manos solícitas cocinaban piezas de recia gastronomía ibérica, socarrados por el sol, que también acudió a la cita, y cara a él, buscando huecos y rendijas para acercarnos a la imponente tribuna en la que Santi Abascal abrocharía la fiesta con la bravura, la nobleza y la audacia que lo caracterizan y que acompañan todas sus comparecencias públicas.
Llegué a casa agotado, con mis ochenta y cinco años recién cumplidos a cuestas, unas articulaciones que rechinaban y un sistema cardiovascular que ya no es el que era, pero aún saqué fuerzas de flaqueza para dejar en mi cuenta de Twitter un picotazo que decía: «La presentación de la Agenda España esta mañana en Ifema ha sido el acto político, cultural y emocional más significativo de las últimas décadas. Veinte mil personas han arropado a Santiago Abascal, a Vox y a los líderes llegados de otros países».
Abascal y, antes de él, Ted Cruz, Orbán. Morawieckiy, André Ventura, Giorgia Meloni y otros líderes […], no dejaron títere liberticida con cabeza
No era para menos. Almorcé frugalmente, pospuse la redacción de esta columna y me derrumbé en la cama para dormir una larga siesta con la tranquilidad de quien sabe que no todo está perdido, de que España aún alienta pese a su gobierno y a las milongas que los medios de ocultación de la verdad, que no de información, canturrean a diario, y de que hay una incruenta y numantina guerrilla cultural que no se arredra, una guardia pretoriana de políticos decentes venidos de media Europa, de todas las Américas y de todas las Españas, y una línea de trincheras, sacos terreros y fortines levantada por el sentido común frente a la perversa y codiciosa insensatez de la ONU, de la Unión Europea, de la sinistra, como en Italia se llama la izquierda (y bien que lo recordó Abascal), de los monstruitos de Silicon Valley, Harvard, el Foro de Sao Paulo, el de Davos y el Grupo de Puebla, de los valedores del multiculturalismo, la globalización, la cosificación tecnológica, la falsificación del ecologismo, la imposición del feminismo machista, la reasignación conceptual de las evidencias biológicas, la Gran Sustitución y la restante faramalla del pensamiento mal llamado progresista que pone todas sus mangas y capirotes al servicio del totalitarismo.
Abascal y, antes de él, Ted Cruz, Orbán. Morawieckiy, André Ventura, Giorgia Meloni y otros líderes del rearme internacional de la derecha y de los conservadores, no dejaron títere liberticida con cabeza.
Al término del acto llegó la traca final… Fueron tan sólo unos breves compases del himno nacional. Breves, sí, pero suficientes para que a todos se nos subiera el corazón a la cabeza y se nos bajase la cabeza al corazón.
Menos mal que éste, hablo del mío, no dejó de latir.