El presidente (nominal) Alberto Fernández, estratega agudo y muy versado en las artes de la diplomacia, se quejó en su visita a Rusia de la dependencia que tiene la Argentina respecto de los Estados Unidos y el FMI. Aprovechó también, en un gesto de extrema condescendencia, para invitar a que el país fuera para Rusia la puerta de entrada a América Latina.
El kirchnerismo, incorregible perseguidor de espejismos, saca siempre conclusiones apresuradas. Deduce, por ejemplo, de la rivalidad entre Rusia y los Estados Unidos una supuesta hermandad ideológica con el régimen de Putin. También presume que esa afinidad llevará a los rusos a salvar a la Argentina del desastre económico, a invertir enormes sumas de dinero en un país sin clima de negocios ni reglas de juego estables, a prestar fortunas a tasas bajas y sin garantías a un moroso crónico… y un largo etcétera. Su optimismo es envidiable.
Las magistrales jugadas de Fernández se dieron, claro, sin tener cerrado el acuerdo con el FMI para refinanciar su deuda. El gran capitán parece no haber previsto las consecuencias que podía tener el disgusto de sus sabias palabras en el Gobierno norteamericano, de peso casi determinante en las decisiones del Fondo. Es evidente que no previó (aunque fuera previsible) la escalada de la situación en Ucrania ni el alcance del bloqueo financiero ahora impuesto a la potencia eurasiática no sólo por los EEUU sino también por la UE.
Los ucranianos pagan en sangre haber querido jugar fuera de su eje geopolítico, los argentinos lo pagarán en cuotas
Todo esto hace menos probable que salvar a la Argentina de las consecuencias económicas de décadas de mal gobierno esté ahora en el centro de las preocupaciones rusas. La probabilidad de que el faux-pas diplomático de Fernández cause ahora más problemas a la Argentina con el directorio del Fondo, al contrario, aumenta.
De todas formas, en un tono tibio, la Argentina se vio forzada a condenar las acciones militares de Rusia en su conflicto con Ucrania. Las potencias del eje atlantista siguen molestas con el país, pero ahora no parece que los rusos sigan contentos.
Los ucranianos pagan en sangre haber querido jugar fuera de su eje geopolítico, los argentinos lo pagarán en cuotas. Ahora, en el frente interno, el panorama no luce menos tormentoso. El Gobierno tiene dos ideas brillantes para reducir el enorme déficit fiscal, como le pide el Fondo.
La primera es segmentar los subsidios al consumo energético hogareño por zonas, eliminándolos para algunos barrios capitalinos y para unos pocos municipios del norte del conurbano bonaerense. Es más simple que hacerlo por ingresos de los consumidores, aunque causará gran cantidad de planteos judiciales, y no toca a los que el kirchnerismo cree que todavía son sus votantes, pero el ahorro no será significativo.
La segunda es reformar el régimen jubilatorio de los magistrados y diplomáticos. Son los ricos, deben jubilarse con menos. Poco importa que este mismo Gobierno haya reformado ese régimen hace escasos dos años, poco importa que a los jueces se les retenga aportes porcentual y efectivamente muy superiores a los del régimen general, sus jubilaciones son presentadas como «de privilegio». Nada se dice de las dos jubilaciones de privilegio que acumula Cristina Kirchner, esas no se tocan. De todas formas, más allá de que si se retiene a los magistrados más que al resto y se jubilan con menos o lo mismo esa reforma no tiene ninguna posibilidad de pasar por el filtro revisor de los tribunales, no tendría ningún efecto en el corto plazo porque se podría aplicar sólo a los que se jubilen en el futuro.
Pero la Justicia, que no deja dormir a la jefa, además de garantizar el rancio derecho de propiedad, es la archienemiga y su independencia debe ser avasallada.
Los campesinos deben ser más pobres porque son enemigos del proletariado. Los jueces deben ser más pobres porque son enemigos de la madre del proletariado
Tampoco se habla de la contradicción fáctica entre los objetivos que impone el Fondo Monetario Internacional: el Gobierno debe reducir el enorme déficit fiscal, reducir la galopante inflación y estabilizar el sistema financiero. Y sin tocar los gastos que el bloque ultrakirchnerista no le permite tocar, el Gobierno necesita no sólo mantener sino aumentar la inflación para poder reducir el déficit… y la inflación arrastra a los más débiles a una pobreza cada vez más profunda.
Pero resulta que tienen otra idea genial: restringir el uso de criptomonedas. No basta con cerrar el acceso a las divisas fiduciarias para los argentinos que buscan refugio de valor para sus ahorros porque los pesos se evaporan. Al fin y al cabo, esas divisas salen de las muy magras reservas del Banco Central que ya ha empezado a empeñar el oro por la falta de dólares. En el caso de las criptomonedas, nada pierde el Estado, que no interviene en las operaciones. ¿Por qué dificultar el acceso? Porque todos deben ser más pobres para que la casta sea más rica.
El barco no tiene capitán, no tiene oficiales, no tiene timón, no tiene velas (…), pero la casta quiere llenarse de caviar y champagne hasta el momento mismo del naufragio
Los campesinos deben ser más pobres porque son enemigos del proletariado. Los jueces deben ser más pobres porque son enemigos de la madre del proletariado. Pero también los pobres deben ser más pobres porque la casta política, ella, debe ser más rica.
El ajuste es inevitable porque las riquezas ya se esfumaron, pero no lo tiene que sufrir la casta que llevó a esta situación, sino sus víctimas de siempre con las nuevas que haga falta agregar. ¿Cuánto tiempo se podrá estirar esta barbaridad? El que se pueda, pero la casta no va a resignar sus ventajas ni un minuto antes de que todo reviente.
El barco no tiene capitán, no tiene oficiales, no tiene timón, no tiene velas, está hace rato al garete, pero la casta quiere llenarse de caviar y champagne hasta el momento mismo del naufragio.
No sorprende entonces que Javier Milei, que acaba de pasar su primera elección pero ha sabido expresar el hartazgo de millones de argentinos aparezca ya en algunos sondeos como el segundo político con mejor imagen neta. ¿Llegará él, o algún otro, o varios otros, a tirar a los parásitos por la borda y a salvar el barco antes del fatal desenlace?