Siempre que en los restaurantes me preguntan si sufro alguna alergia contesto que sí: al socialismo. Y no hay semana que no me den nuevas razones para que esa dolencia empeore. Sale el melón del Fiscal General del Estado, se pone del lado de los malvados, nos amenaza desde la televisión pública mientras el informador del régimen le hace un masaje, y a mí me cuesta una roncha.
El peludo impresentable a cargo de las infraestructuras, un matón que se ríe en nuestra cara e insulta públicamente a quienes le critican, me provoca vómitos cada vez que sufro los retrasos de sus trenes. Ese mohoso portavoz sociata, que insulta a los periodistas que se atreven a plantarle cara me produce una tos seca. La chupóptera que recauda y nos exprime cada vez más, mientras niega subir impuestos, coloca por segunda vez en una empresa pública a la amiguita de Ábalos; y a mí me pican las partes. Estornudo al ver a la vocera del gobierno mentir una y otra vez mientras denuncia supuestos bulos de la prensa y oposición.
Esa vicepresidenta incapaz de juntar con sentido tres palabras seguidas que nos habla como si fuéramos parvulitos me marea. Son parásitos que mostraron su incompetencia, su codicia sin límites y se llenaron los bolsillos cuando pasábamos por la peor experiencia de nuestras vidas. Encerrados, asustados, empobrecidos, mientras una pandilla de golfos negaba el virus, se saltaba las normas que nos imponían al resto y robaban a manos llenas. Ahora mienten con descaro. Poseen un ejército de mercenarios en los medios de comunicación dispuestos a repetir sus consignas a cambio de un plato de lentejas. Me producen sarpullidos.
Rompen la igualdad entre españoles, riegan de recursos a los golpistas, indultan a mangantes y liberan terroristas por unos días más en la Moncloa o el puestito de turno. Porque ninguno de ellos ganaría en la empresa privada lo que ahora. Irían directos a la cola del paro. Y están dispuestos a lo que sea por no acabar en la calle. Son una plaga de langosta que lo arrasa todo.
Nuestros hijos ven un futuro cada vez más negro. Lideramos el paro, la precariedad laboral y sufrimos los peores resultados educativos. Es casi imposible que se independicen en su propio hogar. Y el colmo es ver a ministras, propietarias de varias casas, que viven de gorra en pisazos que pagamos todos, llevar una pancarta y pegar grititos contra la precariedad de la vivienda. ¡No las sacan a tortas de la manifestación! Se me inflama la lengua.
Somos una sociedad aborregada incapaz de echarse a la calle contra todos estos golfos. Ocupados con los huesos que nos lanzan para distraernos. Me cago en el chorizo mayor, que intentó un pucherazo en su partido, falsificó una tesis, mintió a destajo y tiene a media familia metida en tramas corruptas. Sufro una alergia cada vez más grave, sí. Al socialismo. A sus representantes. Y también a quienes les votan a pesar de todo.