«Ser es defenderse», Ramiro de Maeztu
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Este artículo se publicó en La Gaceta antes de convertirse en La Gaceta de la Iberosfera, no siendo entonces propiedad de Fundación Disenso.

Alfredo y Maleni, maneras de marcharse

26 de junio de 2014

Siento por dentro que todos se van, como la canción que cantaban Amaral y Moby. A Rubalcaba le gusta Amaral, y también Los Secretos -los de la música, además de los otros-, porque todo el mundo tiene una cara amable, incluso mesié Faisán, e inspira cierta ternura el personaje cuando ya sólo enseña la espalda, abatido y derrotado, mientras toma el pasillo hacia la universidad con el buen gusto de renunciar a la infame  puerta giratoria. Hay otra cosa buena de don Alfredo, dicen que fue él quien detuvo el proyecto de eutanasia en el gobierno de la catástrofe, el de ZP, quizá presintiendo que en eso de liquidar a los viejecitos se empieza por la voluntariedad y se acaba haciendo obligatorio. Ahora los cuervos que ha criado ya se están relamiendo con sus ojos astutos, de mirada científica. No es es que esté yo aquejado de síndrome de Estocolmo, es que hay una poesía especial en la marcha fúnebre de los vencidos.

Todos se van, cada uno a su estilo. El viejo rey en un arrebato oscuro, inexplicable; Rubalcaba con alguna meláncolica canción pop, rumbo a la calle del olvido; Maleni con sus maneras inconfundibles, atropellando razones y verbos, gritona, maleducada y con diez mil euros mensuales asegurados, mientras en su partido no hacen más que hablar de los niños con hambre que hay en España. Porque algunos -bastantes- es cierto que se van, pero se lo quieren llevar todo en la maleta. O mejor dicho, se quieren llevar hasta lo poco que queda después de décadas de pillaje.

Está abdicando quizá la generación más infame de dirigentes que ha tenido España, y  sólo evitan el linchamiento porque los horrores que han dejado -crecientes fantasmas de ruptura, miseria y violencia- no nos permiten tiempo de pedir responsabilidades. De momento.

Bueno, algunos no se marchan, hay que despegarlos del sillón con agua caliente, como a Magdalena -Lady Aviaco, Maleni, Mandatela- y su aspecto mal disimulado de adicta al bingo. Se ha aferrado a la poltrona con tanto descaro que casi hay que mandar al Samur para evitar un brote de imprevisible alcance. Porque se queja la mujer como si la hubieran condenado al cadalso, a galeras, a las minas de sal, o a trabajar de mileurista, como todos los que le han pagado su fortunita, amasada con la teta del presupuesto.

Y lo cierto es que no hay nada de eso, al revés, ni siquiera el escándalo de los ERE le impide volver a su plaza en el ministerio y distrutar de su renta de ricachona, como si fuera hija de un terrateniente en vez de un pobre militar franquista.

A Rubalcaba, por la naturaleza de sus sucesores, es posible que lo echemos de menos. Podía haber sido Besteiro, si no se hubiera pegado tanto al pirómano de León. Pero a Magdalena Álvarez no, porque confieso que he mentido al principio de esta columna: no todo el mundo tiene cara amable.

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