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Fernando Sánchez Dragó (Madrid, 1936) es escritor. Ha sido en dos ocasiones Premio Nacional de Literatura. Ha ganado el Planeta, el Fernando Lara y el Ondas. Como periodista de prensa, radio y televisión ha hecho de todo en medio mundo. Ha sido profesor de Lengua, Literatura e Historia en trece universidades de Europa, Asia y África. Sigue en la brecha.
Fernando Sánchez Dragó (Madrid, 1936) es escritor. Ha sido en dos ocasiones Premio Nacional de Literatura. Ha ganado el Planeta, el Fernando Lara y el Ondas. Como periodista de prensa, radio y televisión ha hecho de todo en medio mundo. Ha sido profesor de Lengua, Literatura e Historia en trece universidades de Europa, Asia y África. Sigue en la brecha.

Algo huele a podrido en España

19 de septiembre de 2022

Las redes hierven una vez más, pero en esta ocasión no es para menos. Sus usuarios lo hacen, entre el descorazonamiento y el estupor, movidos por la petición de que se indulte al máximo responsable del mayor delito de corrupción en el ámbito de la res pública que jamás se haya producido en un país tan dado a ella desde la noche de los tiempos como éste.

Lo que indigna no es tanto el hecho en sí cuanto la presencia de personas que parecían estar por encima de toda sospecha entre los cuatro mil firmantes del inoportuno manifiesto. Yo también me quedé momentáneamente desconcertado, por no decir noqueado, al ver, hace apenas un día, en esa lista a gentes de tanto prestigio bien ganado y de tanto coraje personal como José Luis Garci y Fernando Savater, por citar sólo a los dos nombres que más perplejidad y desilusión están suscitando. Yo, a título personal, añadiría a otros buenos amigos, como Manuel Gutiérrez Aragón, Cristina Alberdi, Juan Antonio Gómez-Angulo y Eugenio Nasarre, pues es precisamente la amistad lo que más duele en una circunstancia como ésta.

Nunca he permitido que las opiniones, y menos aún si son de índole politica, perturben mis lazos de amistad

No seré yo, desde luego, quien los critique –allá ellos… Sus razones tendrán, aunque a mí no se me alcancen–, pues hacerlo sería traicionar a esa amistad, que es para mí sagrada y que exige lealtad a toda prueba. «Un hombre hay entre mil –Salomón dice– / que os será más amigo que un hermano. / De entre mil hombres todos, menos uno, / te verán como el mundo te ha juzgado, / más el uno entre los mil irá contigo / hasta el pie y más allá de tu cadalso». Lo escribió Kipling. Aprendí de niño ese verso, que me impresionó. y no lo he olvidado.

Nunca he permitido que las opiniones, y menos aún si son de índole politica, perturben mis lazos de amistad, convencido, como lo estoy, y como lo estaba Proust, en cita que repito a menudo, de que «no es la identidad de pensamiento, sino la consanguinidad de espíritu, lo que verdaderamente une a las personas».

Pero esa lealtad y esa consanguinidad no impiden que me sienta dolorido y aturdido por lo que acabo de confesar.

Ayer, domingo, nada más leer en la prensa la noticia del manifiesto, colgué en mi cuenta de Twitter este comentario: «La petición de indulto para Griñán firmada, al parecer, por cuatro mil personas demuestra el grado de encanallamiento al que ha llegado nuestra sociedad. El nombre de algunos de los firmantes, amigos todos y gentes de bien, me descoloca. Ellos sabrán por qué. No diré quiénes son».

Bueno… Aquí lo he dicho, aunque algunos se me hayan quedado en el tintero.

Mi tuit tuvo un éxito fulgurante: van ya más de ciento setenta mil lecturas y de más de seis mil corazoncitos. Señal de que este asunto es un dardo que no sólo me hiere a mí, sino que inquieta y lastima a muchos. De hecho, anda ya por ahí un contramanifiesto masivamente firmado que pide el estricto cumplimiento de la ley. Da la impresión de que la familia de Griñán, cuyos motivos entiendo, no ha acertado al remover las aguas, pues su tentativa puede resultar contraproducente.

Los indultos son un vestigio de los tiempos en los que los reyes, los caudillos y los dictadores lo eran por la gracia de Dios

¿Exageraba yo al hablar de encanallamiento de nuestra sociedad? No lo creo. Los indultos son un vestigio de los tiempos en los que los reyes, los caudillos y los dictadores lo eran por la gracia de Dios. Son, desde luego, incompatibles con ese wishful thinking que es el Estado de Derecho, bandera que suelen enarbolar con ahínco todas y cada una de las cuatro mil personas que, inexplicablemente, han firmado la petición de indulto a sabiendas, pues son sin duda gente letrada y avisada, de que la peor de las corrupciones, siendo todas ellas malas, es la institucional y de que hacerse cómplices, así sea por vía de misericordia, de la que ha sido reconocida y condenada por el Tribunal Supremo no es una actitud baladí.

¿Era necesario, mi querido Garci, mi querido Savater, firmar este manifiesto y hacerlo precisamente ahora, cuando todo cruje bajo nuestros pies? ¿A do la ejemplaridad que a los próceres se supone? ¿No habría sido mejor pasar de largo o imitar, como mínimo, a Pilato?

Corrijamos a Shakespeare… Algo huele a podrido en España.

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