Más o menos suponíamos que algo iba a suceder en Estados Unidos, pero, ya saben: la realidad siempre supera a la ficción.
Durante muchos meses, y por supuesto toda la pandemia, asistimos a un debate que nos resultaba algo ajeno y del que poco entendíamos: el voto por correo. Mientras los demócratas se ponían la venda antes de la herida, reclamando que Trump obstaculizaría el “in-mail vote”, y que ello podía suponer un crimen de para con aquellas personas que no quisieran contagiarse del covid-19, los republicanos reclamaban un control mucho más estricto de dicho voto que lo previsto en algunas leyes estatales. La verdad es que siguiendo la situación desde fuera, a todos nos parecía un debate político cogido con pinzas, porque no éramos conscientes de lo que se estaba jugando por debajo de la mesa. Nosotros no, pero Donald Trump sí.
A lo largo de todos estos meses de pandemia, la guerra fría que se ha producido ha sido por el control del “relato”, como dirían aquí los estrategas socialistas
Desde las elecciones de 2016, y de hecho desde 2004, pero con más ímpetu en las primarias demócratas, se oían quejas respecto a la limpieza del recuento de votos, especialmente en el estado de Pennsylvania. Hace escasos días se descubrió una posible trama al más puro estilo de los años 20, en el que un tal “Skinny Joey” Merlino, líder de la mafia, podría ser el factotum y la mano negra detrás de los votos comprados (se pagaría al contado por papeleta), y estaría relacionado con el equipo de Biden. No me invento nada, pregunten a Google. No se sabía qué, no se sabía cómo, y no se sabía para quién, pero estaba claro que algo olía a podrido en Filadelfia.
El caso es que a lo largo de todos estos meses de pandemia, la guerra fría que se ha producido ha sido por el control del “relato”, como dirían aquí los estrategas socialistas. Lo que está claro es que, si bien ninguno de nosotros entendía por qué tanto follón con el voto por correo y el control del United States Postal Service, ambos partidos se lo estaban tomando muy en serio. Pennsylvania, de gobierno demócrata, aprobó en septiembre una ley que permitía la recepción de votos hasta tres días después del cierre de urnas legal (ley posteriormente anulada por la Corte Suprema del Estado) y Trump firmó una orden ejecutiva hace dos años imponiendo unas sanciones inimaginables en caso de interferencia exterior en las elecciones. Biden hablaba de “un plan” para, en un lapsus tan senilmente suyo “robar las elecciones” (en vez de “ganarlas”), y los conservadores americanos se encargaron de repetirlo por doquier.
Es precisamente a las 4 am, y como respuesta a Biden, cuando Trump hacía una declaración en la Casa Blanca, en la que afirmaba que no entendía nada
Algo estaba pasando, ¿por qué nadie creía las ventajas de 15 y 20 puntos que los medios más poderosos del país le daban de ventaja a Biden fueran reales?, ¿por qué los mismos medios profetizaban que los resultados iban a ser tan ajustados, que no se sabría nada hasta probablemente semanas después de la votación?. Las casas de encuestas, empresas privadas (menos Rassmussen, que acertaba más o menos) pagadas por el Partido Demócrata (algunos lo llaman la mayor empresa privada de USA), ofrecían ese pronóstico ridículamente excesivo con un doble objetivo: en primer lugar generar el “hype” necesario para hacer creer a los multimillonarios de Silicon Valley que la victoria estaba asegurada y así poner dinero en el ticket demócrata y llenar sus graneros para los midterms de 2022, y en segundo lugar, dejar el campo preparado para lo que sucedió en la noche electoral.
¿Qué pasaba?. Sencillamente, que cada uno estaba colocando sus peones en el tablero para la última fase de la partida. Si ustedes no estuvieron despiertos aquella noche, no se preocupen, yo les cuento lo que ví.
A las 3:00 am hora de España, Trump había ganado Florida, las Carolinas y Texas, es decir, las grandes plazas e iba con casi un millón de votos por delante de Biden en Michigan, Pennsylvania, y otros estados de los llamados “swing”. Es en ese momento en el que la periodista Vanessa Vallejo, colaboradora de este medio, emite en directo las concentraciones del movimiento BLM y simpatizantes que empiezan a llenar las calles de todo el país. En algunos lugares la cosa se les empieza a ir de las manos. A las 3:30 am sale Biden en una increíble declaración, en la que declara que tienen “muy buenas sensaciones”, que “habría que esperar semanas” y que “cada voto tenía que ser contado”. Nadie entendía nada, y el que menos entendía era Trump, que publicó un mensaje posteriormente censurado por Twitter en el que decía que “querían robar las elecciones”.
A las 4 am, de repente, y sin motivo, dejaron de llegar resultados de los 6 estados en liza. Volverían a aparecer dos horas después, y ya entonces ganando Biden.
Es precisamente a las 4 am, y como respuesta a Biden, cuando Trump hacía una declaración en la Casa Blanca, en la que afirmaba que no entendía nada, que iba ganando por cientos de miles de votos, y que llegaría a la Corte Suprema si era necesario. En este caso no era un peón lo que había colocado, sino una reina, la jueza Amy Barret, que situaba a la Corte en clara ventaja conservadora. Curiosamente, la jueza Barret había sido la abogada líder en el caso de Bush contra Gore en las elecciones del 2000 en las que durante 37 días los medios dieron como presidente electo al segundo.
No sería por tanto un buen augurio que Biden ascendiera al poder sin haber despejado todas las dudas respecto a la limpieza de su elección, dejando un país dividido y enfermo
El resto es más o menos historia: los medios a una y sin voces discordantes se olvidaron de las predicciones de una elección ajustada y semanas de recuento. Algunos medios incluso se atrevieron a decir que eran ellos los que declaraban al vencedor. Se olvidaban de un pequeño detalle legal, la Constitución Americana, en la que define muy claramente los pasos a dar para elegir al presidente de la nación, en la que no se mencionan a los medios, y sí unas fechas concretas, diciembre para que los delegados certificados (no existen aún) elijan al candidato, y enero para el nombramiento oficial y el juramento.
Nada de eso se ha producido y está muy lejos de que se produzca, tal y como están las cosas ahora, ya que en la creación del caso y recopilación de pruebas, los republicanos se han encontrado con una mina de dudas, manipulaciones, fraudes, agujeros de software, testigos jurados, muertos votantes, y máquinas de recuento electoral venezolanas, que Trump, con el carismático Rudy Giuliani a la cabeza, van a llevar hasta donde sea necesario. Para empezar, el alcalde de Nueva York durante el 11S ha dicho que ve “muy difícil” que haya delegados certificados en diciembre. Esa situación arrastraría a una votación de contingencia en la Cámara de Representantes, en este caso cada estado sería un voto, y los republicanos ganarían por 26 a 23.
El problema es que los Estados Unidos se encuentran en estos momentos en una situación desconocida y que va a suponer un examen profundo para la salud de la democracia más antigua del mundo. Gane o pierda, a Trump le votaron 73 millones de americanos y muchos están planteando ante los jueces en declaraciones juradas todo lo que vieron esa noche, no sería por tanto un buen augurio que Biden ascendiera al poder sin haber despejado todas las dudas respecto a la limpieza de su elección, dejando un país dividido y enfermo. Lo que muchos nos preguntamos a estas alturas es por qué no querría unirse a la investigación y convertirse en el presidente de todos.