«Ser es defenderse», Ramiro de Maeztu
La Gaceta de la Iberosfera
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Iván Vélez (Cuenca, España, 1972). Arquitecto e investigador asociado de la Fundación Gustavo Bueno. Autor, entre otros, de los libros: Sobre la Leyenda Negra, El mito de Cortés, La conquista de México, Nuestro hombre en la CIA y Torquemada. El gran inquisidor. Además de publicar artículos en la prensa española y en revistas especializadas, ha participado en congresos de Filosofía e Historia.
Iván Vélez (Cuenca, España, 1972). Arquitecto e investigador asociado de la Fundación Gustavo Bueno. Autor, entre otros, de los libros: Sobre la Leyenda Negra, El mito de Cortés, La conquista de México, Nuestro hombre en la CIA y Torquemada. El gran inquisidor. Además de publicar artículos en la prensa española y en revistas especializadas, ha participado en congresos de Filosofía e Historia.

AMLO en Chakán Putum

24 de abril de 2021

Sin que haya tenido trascendencia en España, hace un mes tuvo lugar en Champotón, Campeche, una solemne ceremonia protagonizada por el licenciado Andrés Manuel López Obrador, Presidente de los Estados Unidos Mexicanos y Comandante Supremo de la Fuerzas Armadas y el Presidente del Estado Plurinacional de Bolivia, Luis Arce Catacora. El motivo de estos fastos plurinacionales y pluriétnicos fue la conmemoración de lo que se ha presentado como la Victoria de Chakán Putum. Según se afirmó, la ceremonia debe servir para reafirmar la lucha contra el clasismo, la discriminación y el racismo, conjugada con la «reivindicación de la grandeza cultural de los pueblos originarios», ejes ideológicos asumidos por la Cuarta Transformación liderada por AMLO. En los discursos, pronunciados mayoritariamente en español, aderezados con unas dosis mayas que hubieron de ser traducidas, se fantaseó con un mundo indígena caracterizado por su honestidad y escasa violencia, en el que se practicaba el amor al prójimo y el respeto a la Naturaleza. Una visión infantil que, naturalmente, busca réditos políticos a costa de deformar sin rubor los hechos históricos.

Más allá de la grandilocuencia desplegada, conviene detenerse en lo que en realidad de celebró hace un mes en la arena campechana. Lo ocurrido hace más de medio milenio fue la victoria de un conjunto de guerreros mayas sobre la expedición capitaneada por Francisco Hernández de Córdoba tierra adentro de la no por casualidad bautizada como Bahía de la Mala Pelea. Antes de llegar a ese enclave, la expedición había hecho escala en lo que se denominó el Gran Cairo, por tratarse de un lugar dominado por pirámides. Fue allí donde los españoles vieron lo que creyeron ser cruces. Antes de llegar al lugar a la citada bahía, necesitados de agua, los españoles volvieron a tierra y visitaron otros templos en una ciudad a la que dieron en llamar Lázaro, por ser ese santo quien ocupaba la jornada en el almanaque. Ya en Champotón, los cristianos fueron atacados por guerreros pintados de blanco y negro que mataron a medio centenar de barbudos, hirieron a otros muchos e hicieron dos prisioneros que fueron sacrificados. Apenas repuesta de aquel desastre, la maltrecha armada navegó hacia la bahía de Florida y regresó a Cuba. Hernández de Córdoba, que volvió moribundo a La Habana, falleció días después en su hacienda de Sancti Spiritus a causa de las heridas recibidas. 

Las luchas entre indígenas eran frecuentes y sangrientas, lo que explica la posibilidad del establecimiento de los pactos que permitieron a Cortés rodearse de indios amigos que le proveyeron de una enorme fuerza bélica

Es evidente que los mayas victoriosos nada tenían que ver con la estructura política que hoy les homenajea. No existe conexión entre aquellos hombres y los Estados Unidos Mexicanos, ni se les puede asignar una resistencia que exceda la del propio grupo involucrado en el enfrentamiento que tuvo lugar el 25 de marzo de 1517. Calificar aquel episodio como el origen de la resistencia indígena es un exceso intolerable, pues presupone la hostilidad global, e incluso coordinada, de todo un mosaico de naciones étnicas habitualmente enfrentadas, ante los hombres que pisaron aquellas tierras sujetos a la obediencia del rey Carlos I. La realidad, como todo el mundo sabe, era muy otra. Por lo que respecta al área maya, esta, como el resto de la tierra sobre la que se asienta el actual territorio mexicano, distaba mucho de ser un territorio pacífico y armónico. Las luchas entre indígenas eran frecuentes y sangrientas, lo que explica la posibilidad del establecimiento de los pactos que permitieron a Cortés rodearse de indios amigos que le proveyeron de una enorme fuerza bélica.

Estos y no otros son los hechos que obvia el cuento campechano al que se ha sumado con entusiasmo Arce, por cuyo discurso desfilaron los habituales mitos y contradicciones característicos de los participantes en estas eclécticas ceremonias. En efecto, las pluripiruetas dialécticas que Arce hizo en las arenas mexicanas -guiños a la medicina natural alternados con peticiones de vacunas antiCovid, lamentos por la deuda… nacional-, chocaron con la realidad histórica que desdibuja determinadas fábulas indigenistas. Pese al sensiblero voluntarismo de sus propagandistas, aquellos pueblos, los que se asentaban sobre las actuales Bolivia y México, no habían establecido contacto entre sí ni tenían conciencia de pertenecer a un continente, sencillamente porque el concepto «continente» exige una visión mínimamente global de la que carecían quienes se creían habitantes de uno de los estratos de un mundo presidido por dioses zoomorfos a los que era preciso nutrir de sangre.

Hijas de las estructuras políticas, económicas y religiosas de los virreinatos, las actuales naciones hispanoamericanas, que todavía albergan en su seno reliquias prehispánicas, han asumido los erosionadores postulados de una etnología que es la antesala del expolio y de la división de las mismas. Una división que, como es sabido, precede al imperio.

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