Es bueno recordar que la izquierda ha traicionado a los trabajadores y la derecha a la nación, ahora que el Gobierno defiende que las empresas no estén obligadas a pagar las horas extras mientras Feijoo tiende la mano a las oligarquías separatistas vasca y catalana.
La pregunta es cuándo ha dejado de hacerlo el PSOE, que congeló las pensiones, reformó la Constitución (Zapatero-Rajoy) para limitar el déficit público y ha sido el partido más amable con la banca, las multinacionales y los gigantes del Ibex. A fin de cuentas, los grandes bancos le bailan el agua cuando hay que refinanciar la deuda de Prysa o celebrar el 8M y el orgullo. Y cuándo ha dejado de hacerlo el PP, el del Majestic, si antes de los indultos y la amnistía regaló un 155 de mentirijilla, no fuera a ser que el separatismo dejase de gobernar en Cataluña y don Mariano tuviera que interrumpir el visionado de una etapa de la vuelta a España por semejante problema, un coñazo, como el desfile del día de la Hispanidad.
El caso es que un día después de que Sánchez anunciara en Mauritania la necesidad de que lleguen 250.000 inmigrantes cada año a España, el amplísimo coro de palmeros distribuido en tertulias, radios y periódicos que brincaba de gozo repitiendo que el Papa Francisco considera un pecado grave no acoger a inmigrantes, se tragó el discurso de Vox pronunciado por el propio Sánchez al milímetro: los inmigrantes ilegales serán devueltos a sus países para no incentivar el efecto llamada. La cuestión —dice— es imprescindible, de modo que al final es el PSOE quien nos acaba explicando las rutas de la inmigración ilegal y las consecuencias para la seguridad en nuestros barrios. También la ocupación. Pero no tan rápido.
El relato bipartidista (sanchista y antisanchista al mismo tiempo) sostiene que el PSOE nos ha traído los «avances sociales», pero jamás explica quién se hace responsable del paro más alto de Europa o de que el alquiler de vivienda supere el 100% del sueldo de los trabajadores jóvenes en cuatro regiones. Y eso que son quienes más han gobernado desde la Transición (catorce años Felipe, siete Zapatero y, de momento, seis Sánchez) sumando 27 años de felicidad y progreso.
Que Sánchez no tiene más principios que la permanencia en el poder a toda costa ya lo sabíamos. Sin embargo, su nihilismo indisimulado nos sugiere un ejercicio de introspección en la orilla contraria, donde conviven derechas de todo pelaje revueltas por un antisanchismo que sepulta cualquier debate serio de ideas bajo la coartada —como en 1996 o en 2011— de la urgencia en expulsar al socialismo del poder. Sillones por principios.
Ese clima de prisas —la economía lo es todo, Rajoy dixit— favorece a quienes no aspiran a cambiar las cosas, sino a salvar los consensos de género, migratorios y el papel de las fuerzas secesionistas. De algún modo, la irrupción de Vox en diciembre de 2018 rompió los viejos esquemas que perpetuaba el eje izquierda-derecha, hoy vigente pero obsoleto para entender una realidad que entre unos y otros se encargan de embarrar con trampantojos como el del antisanchismo.