A los españoles nos ha gustado siempre mirar a nuestros vecinos para aprender de ellos. Sobre todo de Francia, a pesar de que sea el único país que nos ha invadido desde que España es un Estado moderno. Algunos, aunque menos, han mirado a la Alemania de posguerra, del milagro económico y de la austeridad, para copiar sus mejores rasgos, aunque una de sus grandes líderes comentara en petit comité que España es un país de playas y camareros. Y la verdad es que el covid nos ha ayudado a darnos cuenta de lo duro y lo pobre que es nuestro país sin turismo y sin poder disfrutar de nuestros bares.
Gibraltar y los malos recuerdos de dolorosas derrotas a manos de las tropas británicas, como la de la batalla de Trafalgar con el almirante Nelson imponiéndose al dúo Villanueva y Gravina, han hecho que muchos desprecien cualquier cosa que huela a anglosajón. Sentimiento agravado, para unos pocos, por el hecho de que los Estados Unidos usaran la España de Franco a su antojo y con desprecio. Paradójicamente, el Reino Unido y España comparten una parecida situación estratégica vis a vis en la Europa continental y en sus relaciones “especiales” con el otro lado del Atlántico. Claro, que Boris Johnson se entiende bien con Washington y nosotros hemos preferido a los Castro, Chávez y Maduros de las Américas.
Y, sin embargo, España tiene mucho que aprender de otros. En materia de seguridad, ahora que desfilamos un tanto catetos a la cumbre de la OTAN que acoge Madrid a finales de mes, yo me voy a atrever a proponer que nos olvidemos de nuestro entorno cercano y que miremos a Japón, quizá el mejor ejemplo que pueda guiar nuestros pasos.
Tras la rendición de 1945, Japón adoptó una constitución (y un marco mental) por la que aquel país renunciaba a dotarse de un ejército con su capacidades ofensivas y contentarse con unas fuerzas de autodefensa cuyo gasto no podría nunca superar el uno por ciento del PIB. Igualmente, Japón se contentaba con el hecho de que los Estados Unidos garantizara su seguridad. Esto ha sido así durante décadas y hasta hace poco. Pero los líderes políticos japoneses empiezan a pensar de otra manera.
Al igual que Japón, España necesita recuperar cierta autonomía estratégica y confiar menos en los automatismos de seguridad que prometen las alianzas
No porque el Partido Liberal en el gobierno crea en una ideología nacionalista, revalizadora de elementos tradicionales como el honor o la superioridad japonesa. No. Sino simple y llanamente debido a las nuevas circunstancias estratégicas que afectan directamente a su país. Por un lado, Corea del Norte sigue lanzando misiles, cada vez más sofisticados y letales, sobre el mar de Japón. En segundo lugar, Rusia mantiene la disputa sobre la soberanía de las islas Kuriles. Y aunque el anterior primer ministro Abbe intentó un acercamiento a Putin en un intento de resolución pacífica del conflicto, lo que ve el actual primer ministro Kishida no es sino un dirigente del Kremlin dispuesto a todo, incluso a la guerra, para lograr sus objetivos. En tercer lugar está el crecimiento y las ambiciones de China, incluida la anexión de Taiwan, como potencia hegemónica regional y como ulterior líder mundial. Por último, desde que la política estadounidense se volvió abiertamente transaccional con Donald Trump y se mantiene errática bajo Joe Biden, ningún aliado de América, puede ya confiar plenamente en las garantías de seguridad dadas por Washington.
En suma, los japoneses se encuentran con un entorno que se está modificando progresivamente en su contra. Y con las manos atadas para poder hacerle frente. De ahí que los últimos gobiernos se hayan planteado introducir reformas constitucionales para que Japón se libere de las condiciones impuestas en 1945, en otra era. Quizá el ejemplo más visible de esta nueva orientación, más autónoma y nacional, sea la conversión de su portahelicópteros, el JS Izumo, en un portaaviones.
Cuento todo esto de manera apretada para hacer ver por qué los españoles deberíamos fijarnos en la lógica evolución de Japón. Ante circunstancias nuevas, nuevas recetas, capaces de dar respuesta a los nuevos retos. Y no cabe duda de que nuestro entorno estratégico también está cambiando para España. Y no me refiero a la invasión de Ucrania, sino a la mayor inestabilidad en el Norte de Africa, al cambiante balance militar entre España y Marruecos y al lógico e inexorable abandono del Sur por los aliados de la OTAN que se va a consagrar bajo la complaciente sonrisa de Pedro Sánchez. Si son verdad los rumores de que nuestro flamante presidente del Gobierno quiere acabar sus días como secretario general de la OTAN, lo siento por la organización, pero no salvará a España del abandono a la que la ha metido él sólo con sus decisiones personales.
Al igual que Japón, España necesita recuperar cierta autonomía estratégica y confiar menos en los automatismos de seguridad que prometen las alianzas. Por si no se cumplen, como en el pasado. Japón camina por la senda correcta, España, no. De ahí que debamos aprender de aquella nación. Urgentemente.