«Ser es defenderse», Ramiro de Maeztu
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Hughes, de formación no periodística, es economista y funcionario de carrera. Se incorporó a la profesión en La Gaceta y luego, durante una década, en el diario ABC donde ejerció de columnista y cronista deportivo y parlamentario y donde también llevó el blog 'Columnas sin fuste'. En 2022 publicó 'Dicho esto' (Ed. Monóculo), una compilación de sus columnas.
Hughes, de formación no periodística, es economista y funcionario de carrera. Se incorporó a la profesión en La Gaceta y luego, durante una década, en el diario ABC donde ejerció de columnista y cronista deportivo y parlamentario y donde también llevó el blog 'Columnas sin fuste'. En 2022 publicó 'Dicho esto' (Ed. Monóculo), una compilación de sus columnas.

Arcadi a pelo

21 de mayo de 2023

El periodista Arcadi Espada, que presenta libro, fue entrevistado y dejó un titular curioso: «Para nosotros follar con condón era una humillación. Nosotros follábamos y vivíamos a pelo».

La declaración tiene un punto retador. Es un nosotros orgulloso de boomer que se revuelve contra los jóvenes. Pero visto en un periódico (El Mundo), tenía un interés adicional, ese titular tenía una especie de dinámica interna.

De Cataluña viene siempre, aunque ya mecánicamente, ese airecillo de enfant terrible y provocador y Arcadi decía «follar a pelo», una expresión a la que no cualquiera se atrevería.

Ese follar a pelo tenía fuerza y algunos efectos, uno de los cuales era imaginar al periodista en la, digamos, nuda coyunda.

Pero la entrevista estaba ilustrada con una foto del propio Arcadi con su ya característico pelazo, un notable pelazo, una melenita elegante, afrancesada, un poco chic, canosa y con ese aire de estar ligeramente emulsionada por un viento específico y personal; un, digamos, céfiro individualizado que le afectara lo justo para erizar cuatro pelillos discordantes y filosóficos.

Entonces ahí había dos cosas ya: por un lado, el follar a pelo y, por otra, Arcadi con su pelo, es decir, el propio pelo. Y no hacía falta ser Rimbaud para que se produjera una especie de corriente comunicativa en la página entre las dos cosas, el pelo y el follar a pelo, un chisporroteo que unió los dos elementos en una sola cosa, como una fusión de imágenes que resultaba en una nueva: Arcadi follando a pelo con pelo. O sea, Arcadi a pelo, es decir, desprotegido y desnudo dale que te pego (follar a pelo sugiere también follar a calzón quitao) y el gran pelazo agitándose saltarín al ritmo de las embestidas de Arcadi.

¿Por qué ese efecto? Quizás por un exceso de ‘epatamiento’, de atributos, de ingredientes. Tener pelazo ya es mucho tener, ¿por qué añadir «follar a pelo»?

Y lo que primero fue una fusión de imágenes pasaba a ser, en mi impresionable cabeza, un movimiento repetitivo, una especie de zumbido: el pelo de Arcadi agitado ligeramente, pero no ya el pelo de Arcadi, el gran pelo de Arcadi, sino el pelo de Arcadi-follando-a-pelo. ¡Ese pelazo sobre Arcadi follando a pelo, o sea, a calzón quitao! El a pelo adverbial se unía con el pelo físico a la velocidad implícita del propio folleteo.

¡El titular se iba apoderando del lector enviando ondas de ligera procacidad! Era así porque nos obligaba a imaginar la desnudez conejera de Arcadi copulativo y, como si no fuera ya bastante, añadirle el pelo como sujeto dentro del sujeto.

(En el adelanto del libro, sus memorias, Arcadi habla consigo mismo. Arcadi habla con Arcadio; como si no fuera bastante el yo, salta del yo al tú y yo, al diálogo memorioso con él mismo. ¿Por qué no ese desdoblamiento también con su pelazo?)

Qué poquito había sido necesario para que el titular saltara poéticamente de la página y tomara vida propia: solo una coincidencia entre la locución adverbial («a pelo») y la evidencia de la fotografía: el pelo.

Entrelazados ya y desatados, el pelo de Arcadi y Arcadi a pelo eran como dos realidades operativas haciendo meme mental. Uno y otro podían separarse, enfrentarse, combinarse o fusionarse con tanta velocidad, tan rápidamente, tan sexual y orgásmicamente que hubiera una sola cosa: el pelo de Arcadi follando a pelo. Y en esto había algo hilarante por la imposibilidad de prescindir ya de esa imagen, pero también algo triste porque sobre la imaginación alegórica del escritor yendo a pelo, es decir, libre, pasional, sincero y valiente, se impusiera el propio pelazo como pasajero o añadido que arruinaba la alegoría del escritor-generación. No es que perdiera fuerza, sino que se yuxtaponía y la cruda valentía o temeridad que pudiera evocar el follar a pelo quedaba lastrada por el elemento ornamental, coqueto y hasta muy coqueto del pelo o pelazo.

Si el chisporroteo comunicante entre las dos cosas creaba un efecto síntesis, también generaba una discordia que hacía de grieta conceptual. Teníamos la síntesis, sí: Arcadi follando a pelo teniendo ese pelo, pero a la vez la aporía, una salvedad lógica inacabable: ¿se puede follar a pelo teniendo semejante pelo? ¿Se puede imaginar a Arcadi haciéndolo a pelo y que nos lo cuente con esa melena de Henri Levy? ¿Puede acabar en semejante acto de naturalidad sexual despreocupada el ser humano que comience en una melena de ilustrado francés extremadamente racional? Ahí estaba el problema, quizás, lo que la mente, que quería unir (que estaba loca por hacerlo) el pelo de Arcadi con el Arcadi a pelo, no podía conseguir ni tolerar del todo: que el elemento cafre y dionisiaco de follar a pelo naciera o acabara en la melena racionalista; y sin embargo, y en la medida en que esa melena, aun sin el aire filosófico de ¡oh! francés, se repite en tantos hombres de la España actual, hasta el punto que podríamos llamarla melena-Rosauro o melena-Pedraz y que se trata de hombres de acreditado éxito con las mujeres, ¿no va pidiendo guerra esa melena? ¿no hay en ella y en ellos una tensión de atracción y repulsión entre el propio pelo y el follar a pelo? En todo ser melenítico hay, a la vez, la pretensión o el subtexto macho y seductor de ‘follar a pelo’ y la imposibilidad conceptual de imaginarlo, como si no fuera posible reunir las dos cosas. Así, ese titular absolutamente mágico estaba revelando una naturaleza personal, característica, masculina, generacional y hasta epocal (una cierta impostura asociada al sesentayochismo boomer, a su antes y después, a su insalvable ridiculez) mostrando sus tensiones internas y sus realidades contradictorias, lo irreconciliable ya dentro de sí.     

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