«Ser es defenderse», Ramiro de Maeztu
María Zaldívar es periodista y licenciada en Ciencias Políticas por la Universidad Católica de Argentina. Autora del libro 'Peronismo demoliciones: sociedad de responsabilidad ilimitada' (Edivern, 2014)
María Zaldívar es periodista y licenciada en Ciencias Políticas por la Universidad Católica de Argentina. Autora del libro 'Peronismo demoliciones: sociedad de responsabilidad ilimitada' (Edivern, 2014)

Argentina, una sociedad rota

2 de septiembre de 2023

En la Argentina, el liberalismo fue siempre sinónimo de economía: recorte del gasto público, achicamiento del Estado, privatización de empresas, superávit comercial, equilibrio de la balanza de pagos, reducción de impuestos. Pero ha pecado por carecer, en simultáneo, de un discurso de igual contundencia en áreas sociales.

Ahora, tras el repentino surgimiento de Javier Milei en el horizonte político, se ha instalado un álgido debate sobre su proyecto de dolarizar la economía. Dados los gravísimos apremios económicos que atraviesa por lo menos el 50% de la población en diferentes grados de necesidad y su enorme habilidad comunicacional, Milei incorporó esta cuestión a la agenda pública casi como un eslogan y todo el arco político y académico ha tenido que meterse en el barro de la discusión de un tema extremadamente técnico que no resulta sencillo de entender para el ciudadano común. A partir de allí, la recepción o el rechazo de las propuestas pasa por la emoción.

En primer año de universidad se enseña a los alumnos de comunicación que la oratoria es el arte de hablar con elocuencia para persuadir, con argumentos que apuntan a la razón. Cuando el discurso se dirige a los sentimientos, la comunicación se torna arenga o demagogia. Esa es la enorme diferencia entre persuadir y manipular. En un caso, el público entiende y acepta; en el otro, cree.

Argentina es, en esencia, una sociedad rota, compuesta por millones de personas enfrentadas, que solo comparten un territorio pero que carecen del mínimo affectio societatis, esa voluntad consciente de coincidir alrededor de una causa común. Cuando ese eje desaparece, acarrea disolución por imposibilidad en el cumplimiento del objeto social.

Desde los primeros años de su construcción, el país sufrió duros enfrentamientos. Caudillos locales ejercían el poder con ferocidad y autonomía del conjunto, y peleaban el espacio con los vecinos como si no se tratase de enemigos y no de otros argentinos. En 1853, la firma de la Constitución Nacional dio marco jurídico al ordenamiento institucional que, en 50 años, convirtió esa tierra violenta y analfabeta en uno de los países más prósperos de la tierra.

El Siglo XX trajo consigo grandes cambios: un partido radical que inició una suerte de giro populista en las primeras décadas y así abrió el camino al peronismo, que llegó en la década de los 40 y no se fue más pero puso en marcha una lenta modificación social que fue abandonando los valores del liberalismo republicano para abrazar una especie de socialdemocracia cargada de una fuerte impronta personalista. La decadencia argentina comenzaba.

Desde entonces, el clima social se enrareció al punto de enfrentar a los ciudadanos dentro de las mismas familias. Se consolidaron peronismo y antiperonismo como dos expresiones irreconciliables que llegan hasta nuestros días.

El país atraviesa varias urgencias. Está claro que las inmensas necesidades económicas son una prioridad. Millones de personas necesitan comer hoy. Pero también es preciso serenar a esa sociedad, crispada por estas dos últimas décadas de peronismo kirchnerista que azuzó todos los conflictos posibles. Y ahí es donde hoy ponemos el foco porque no hemos escuchado un explícito llamado a la concordia que resulta imprescindible para avanzar en todas las transformaciones que el país debe encarar y que implicarán mucho esfuerzo y sacrificios de parte de la población. Lo económico no será posible sin lo social.

El oficialista Sergio Massa, por su parte, ha orientado su campaña a sembrar miedo ante un posible cambio de escenario. «Somos nosotros o el caos» dicen él y sus voceros, atribuyendo a sus adversarios la puesta en marcha de políticas desfavorables a los intereses de las clases trabajadoras.

Patricia Bullrich, la candidata del frente opositor Juntos por el Cambio (que fundara hace dos décadas Mauricio Macri) se ha mostrado severa para con el delito y levanta la bandera del «orden» como eje de su campaña pero no ha abordado de manera frontal qué haría con la enfermedad social de la violencia instalada en todos los planos.

Las expresiones de Javier Milei son conocidas. Su modo de hablar de «ellos o nosotros» fue el eje de su campaña y de su éxito. La gente que lo sigue le cree y adhiere a las formas y al fondo de su discurso, altamente confrontativo.

Sin la menor intención de conectar al candidato presidencial con los comentarios de sus seguidores pero asociando las formas de comunicar, preocupa el nivel de odio y violencia latentes. Tras el asesinato de un joven militante de la Libertad Avanza en medio del robo de su celular, los partidarios se volcaron a las redes sociales a condenar el hecho y la manera en que los diarios y el periodismo en general abordó el hecho: «Cuando seamos gobierno van a correr todos. Afilen las guillotinas que cabezas para hacer rodar, sobran»; «Hay que fundir a los medios de comunicación, no me importa el libre comercio; el cuarto poder obró siempre en contra del pueblo»; «el periodismo es una amenaza para la seguridad nacional».

Una sociedad enfrentada, con una montaña de carencias que van desde hambre a falta de expectativas, exige una clase dirigente responsable, con una enorme templanza cuyo discurso sea implacable con lo que está mal y componedor a la vez. La Argentina es una esponja que no admite una gota más de violencia. Y la pacificación tiene que bajar de su dirigencia.

Fondo newsletter