«Ser es defenderse», Ramiro de Maeztu
Este artículo se publicó en La Gaceta antes de convertirse en La Gaceta de la Iberosfera, no siendo entonces propiedad de Fundación Disenso.

Arturo y Mariano, vidas paralelas

15 de octubre de 2014

Tiene todo esto de la sedición catalana ciertos aires de parodia televisiva, un eco algo ochentero de Josema y Millán, o quizá más de Dúo Sacapuntas. Como la materia es profundamente grave, el matiz chabacano y cómico que desprende hay que atribuirlo por entero a los principales protagonistas, o sea, a Mariano y Artur, dos figuras galopando hacia su caricatura con una fruición sorprendente, como dos hombres y un destino ridículo. La providencia a veces gasta estas bromas de dudoso gusto, supongo que para que no nos tomemos tan en serio a nosotros mismos, que demasiado a menudo nos pensamos en el cenit de la civilización y es más probable que a nuestro tiempo le falten algunas décimas para alcanzar el nivel de lo mediocre.

Si a monsieur Sans-Foy o a fray Josepho -dos brillantes satíricos de las redes sociales- se les ocurriera una revisión de las Vidas paralelas de Plutarco, es muy probable que empezaran con el caudillo catalán y el gallego de barba y puro, porque sus biografías políticas se enlazan una y otra vez como las grandes corrupciones en el nombre de Fasana.

Los dos se asomaron al poder a la sombra de personajes que se lo habían trabajado más, tanto como para creerse con el derecho de designar herederos posando su dedo divino. Pero a la vez de soberbios, Pujol y Aznar se mostraron temerosos al elegir el relevo, y no quisieron señalar a una persona de verdadera valía, prefiriendo perfiles grises que les guardaran el sillón, por si fuera necesario -para su política o para su patrimonio- su regreso.

Arturo y Mariano, los nominados, luchan desde entonces y con poco éxito contra la sombra de sus mecenas, tratando de sortear las heredadas corrupciones que brotan a su alrededor y les salpican hasta embarrarlos. Al mismo tiempo ellos han de forjarse una leyenda singular, y como los dos carecen de principios e iniciativa propia, se entregan a los augures de las encuestas, sin entender que la política no se trata de cómo seguirlas, sino de cómo cambiarlas.

Arturo se entregó arrodillado al furor independentista, que acabará devorándolo como a un Ibarretxe cualquiera. Cría cuervos y tendrás muchos. Mariano puso su proyecto en manos de sus asistente -Soraya-, como cualquier registrador de la propiedad delega en su secretaria todo lo que no sea la firma. Lo cierto es que Rajoy es mucho peor que Zapatero, del mismo modo que Artur Mas hace menos malos a Montilla y Maragall.

Arturo se despertó un buen día y le dijo a su señora que debían empezar a hablar en catalán en casa -cosa que nunca habían hecho. Mariano se encontró unos micrófonos y declaró que el PP ya no defendía la vida del no nacido, y que asumía el mantra progre hasta el tuétano. Y los dos juntos a sus secuaces, arturitos y marianos, caminan entusiasmados hacia la liquidación de sus partidos.

Sus trayectorias son tan similares que no hay que descartar que lleguen a un acuerdo, y más ahora que el catalán da un pasito atrás y el gallego le tiende la mano como un pordiosero de novela antigua. Es irrelevante. Puede que los suframos todavía un rato más, pero ya está rubricada su insignificancia histórica, y lo que venga -que no ha de tardar- les tratará con escasa misericordia. En realidad no la merecen. 

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