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Abogado. Columnista y analista político en radio y televisión.
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Así quisieron destruir la Iglesia católica

1 de febrero de 2022

El pasado 30 de enero se cumplieron 89 años del ascenso de Adolf Hitler a la Cancillería del Reich. En su camino al poder, el cabo austriaco se había encontrado con la oposición de la Iglesia católica tanto entre las filas del Zentrum, el partido católico, como entre los propios obispos de Alemania. Cuando la ley habilitante del 23 de marzo de 1933 puso en manos de Hitler, en la práctica, todo el poder legislativo, el dictador se volvió contra la Iglesia con todo el poder del Estado. Los católicos iban a sentir el poder del régimen nazi. Entre 1933 y 1945, el gobierno nacionalsocialista acosó a la Iglesia católica hasta el punto de que no sería exagerado hablar de un tiempo de persecución. Los nazis trataron de decapitar las obras educativas católicas. Prohibieron o arrinconaron a sus organizaciones. Sometieron a censura a su prensa. Incautaron sus propiedades. Cerraron colegios. Despidieron a profesores. Se sirvieron de personajes como Albert Hartl, un sacerdote reducido al estado laical y protegido por Heydrich al que encargaron el espionaje a la Iglesia. Los nazis trataron de secularizar -más aún, de paganizar- la vida cotidiana. Cambiaron el Miércoles de Ceniza por el Día de Wotan y la fiesta de la Ascensión por el Día del Martillo de Thor. Llegaron a decorarse los árboles de Navidad con una esvástica en lugar de una estrella.

La propaganda nazi se centró en acusar a sacerdotes y religiosos de delitos económicos y de abusos sexuales. Trataron de socavar el prestigio de la Iglesia.

Entre 1935 y 1937, el gobierno nacionalsocialista desencadenó una ofensiva política y judicial contra la Iglesia católica en Alemania. La propaganda se centró en acusar a sacerdotes y religiosos de delitos económicos y de abusos sexuales. Se orquestaron investigaciones y juicios que trataban de socavar el prestigio de la Iglesia y la confianza de sus fieles. Las consignas que se transmitían desde el poderosísimo Ministerio del Reich para la Ilustración Pública y Propaganda llegaban a los medios de comunicación, que las repetían adaptándolas al perfil de los lectores de las distintas publicaciones. La censura ocultaba la información que pudiera ser útil a los acusados. El miedo impedía alzar la voz en su defensa. La militancia política de los editores y periodistas hicieron el resto. La ofensiva jurídica, política y mediática fue formidable. Entre 1935 y 1936, los procesos penales por presunto tráfico de divisas trataron de forzar a la Iglesia a relajar la oposición al nacionalsocialismo. Entre 1936 y 1937, los ataques se recrudecieron con acusaciones por delitos sexuales. Las instancias políticas y las judiciales se esforzaron en intentar presentar a los sacerdotes, en general, como degenerados y corruptores de la juventud.

En realidad, incluso desde antes de llegar al poder, los nazis y la Iglesia estaban enfrentados. En 1931, los obispos bávaros habían señalado al clero las herejías del programa nazi y otros obispos de Alemania se adhirieron a sus advertencias. En 1932, la conferencia episcopal de los obispos prusianos prohibió a los católicos afiliarse al partido de Adolf Hitler. El Zentrum era adversario del partido nazi. La oposición abarcaba no sólo la política educativa y cultural, sino que tocaba el fondo mismo de la ideología nacionalsocialista: el racismo. A pesar de las diferencias que hubo entre los propios obispos sobre cómo afrontar el desafío de los nazis y su llegada al poder -algunos eran “posibilistas”- durante todo el periodo nazi destacaron figuras como el cardenal Faulhaber, obispo de Múnich; Von Preysing, obispo de Berlín, y Clemens August Gran von Galen, a quien apodaron “El león de Münster” por su firmeza frente al nazismo.

Con los católicos, los nazis lo tuvieron difícil gracias a la autoridad de los obispos y la actuación del nuncio Eugenio Pacelli, que después sería el Papa Pío XII.

Desde su ascenso al poder, los nazis trataron de controlar todas las facetas de la vida social desde el asociacionismo hasta la prensa pasando por los sindicatos, las corporaciones profesionales y las instituciones educativas. Todo el sistema totalitario afectó, naturalmente, a las organizaciones católicas. A medida que la oposición de la Iglesia se afirmaba, arreciaban las calumnias, las investigaciones y el acoso a los sacerdotes y los religiosos. Algo similar sucedió con las iglesias evangélicas. Mediante dos movimientos de infiltración -los Cristianos Alemanes y el Movimiento Alemán de la Fe- lograron debilitarlas entre 1932 y 1935. Como reacción frente a la influencia nacionalsocialista, surgió la Iglesia Confesante, a la que pertenecieron nombres ilustres como Dietrich Bonhoeffer.

Con los católicos, los nazis lo tuvieron difícil gracias a la autoridad de los obispos y la actuación del nuncio Eugenio Pacelli, que después sería el Papa Pío XII. La “guerra cultural” que el canciller Von Bismarck había librado contra la Iglesia entre 1871 y 1877 había endurecido a los católicos. Los intentos del Canciller de Hierro por dividir a la Iglesia y separar a los fieles de sus obispos había terminado fracasando. La firma de concordatos en distintos Länder anticipó el Concordato de 1933 entre el Reich y la Santa Sede, que los nazis incumplieron constantemente. Trataron de asfixiar a las asociaciones y la prensa católica. Emplearon el poder del Estado para investigar y tratar de amedrentar a sacerdotes y religiosos. Intentaron sumir a la Iglesia en el silencio respecto de los asuntos públicos. En abril de 1935, un decreto del Reich prohibió a los periódicos generalistas la publicación de artículos religiosos. En julio de 1935, otro decreto “sobre el catolicismo político” establecía sanciones, incluso penales, para la “injerencia de los católicos en los asuntos del Estado”.

Aquella campaña que combinó las instancias políticas y las judiciales no logró, sin embargo, los efectos deseados. Hubo católicos que se alejaron de la Iglesia, pero, en general, el pueblo de Dios se mantuvo fiel en la tribulación. Frente a la propaganda, estaba el testimonio cotidiano de los creyentes que, en circunstancias terribles, seguían con las labores asistenciales, con la práctica religiosa y, sobre todo, con la Eucaristía. Von Galen, por ejemplo, denunció en 1941, desde el púlpito, el plan de eutanasia que los nazis venían aplicando. Los nazis llegaron a planear su asesinato, pero temieron la reacción de los católicos que, después de años de acoso, seguían fieles a la Iglesia.

Terminada la guerra, los católicos desempeñaron un papel fundamental en la reconstrucción de Alemania. Ya durante la guerra, el Círculo de Kreisau, un grupo de resistentes de distintas confesiones reunidos en torno a Von Moltke y a Von Wartenburg ideó un renacer del país a partir de los principios cristianos. El propio Von Galen continuó defendiendo a la población civil durante la ocupación de Alemania. En 1946, el San Pío XII lo creó cardenal. En 2005, Benedicto XVI lo declaró beato. No fue el único héroe de aquel tiempo terrible. Cuenta García Pelegrín en “La Iglesia y el nacionalsocialismo. Cristianos ante un movimiento neopagano” (Palabra, 2015) que “más de 12.000 clérigos -lo que supone más de un tercio del clero católico- se enfrentaron de una manera u otra con el régimen nazi en los años de 1933 a 1945. Más de 400 fueron deportados a campos de concentración, de los que fallecieron más de cien. Más de 60 sacerdotes fueron asesinados o ejecutados”. Después del horror del nacionalsocialismo, la Iglesia católica en Alemania seguía en pie. Al final, las puertas del infierno no prevalecieron.

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