«Ser es defenderse», Ramiro de Maeztu
Abogado franco-argentino, director del Instituto Superior de Sociología, Economía y Política (ISSEP) en Madrid
Abogado franco-argentino, director del Instituto Superior de Sociología, Economía y Política (ISSEP) en Madrid

Atentado y resurrección

16 de septiembre de 2022

Hace algunos años, un amigo me decía que, en el aeropuerto internacional de Ezeiza, había que cambiar el cartel que decía “Bienvenido a la República Argentina” por otro que rezara “Bienvenido al Gran Teatro”. Afirmaba que sería más honesto para con los extranjeros de ponerlos, ni bien aterrizados, al ton con la sintonía local. 

Trecho hecho a esta parte, desde entonces, la Argentina ya siquiera es un teatro. Un teatro supone que exista decoro, una comedia o un drama y razonables buenos actores que interpreten el guión para beneplácito de los espectadores. 

Nada de ello subsiste en la Argentina. Hemos caído en una decadencia tan profunda, que no queda electricidad para prender las luces del teatro y el escenario del magnífico Colón, uno de los teatros líricos con mejor acústica en el mundo, fue desechado por un bacanal espectáculo de barrio. 

Aquellos que en la última década, estuvieron gobernando con violencia, se quejan hoy de cosechar lo sembrado

Hace unos días, en un confuso episodio, Cristina Fernández de Kirchner salió ilesa de un intento fallido de atentado. A condición de que la justicia argentina pueda aún hacer su trabajo de manera independiente, se conocerán las verdaderas razones y pormenores del caso en unos años. Magnicidio, titularon todos los diarios. Magnicidio repitieron como coro de sapos, salvo algunas voces libres que guardaron silencio, todos los políticos de la Argentina. ¡Magnicidio! Cantaron todas las cumbias en las villas y por todo el país.  

No me detendré aquí a analizar el porqué del disparate de organizar un atentado sin tener mínimos conocimientos de balística, ni experiencia en el uso del arma que, según indicaron los peritos, no había sido armada, pero si gatillada. 

Muchos argentinos, que conservan en su fibra más íntima, una visión sobrenatural del mundo y un apego casi místico por los caudillos, vieron en las imágenes repetidas hasta el hartazgo del disparo fallido, un gesto sobrenatural, un verdadero milagro. —¡No nos toquen a Cristina! ¡Dios te salve, Cristina! y todo tipo de desvarío místico-religioso se puso en marcha al son de los bombos y de platillos, con algún que otro más vulgar “¡Aguante la Cris!”. 

Hubo consenso local para indicar que no hay nada peor en la sociedad que el odio y la violencia. Nunca más, cobró una segunda vida como leitmotiv y no faltó alguno que recordara que la casi desaparición de Cristina hacia revivir las desapariciones de la dictadura. 

Es una paradoja. Aquellos que en la última década, estuvieron gobernando con violencia, se quejan hoy de cosechar lo sembrado. Porque los piquetes, los aprietes, el no respeto de los contratos firmados, los desplantes oficiales en actos públicos, todos los muertos que la corrupción y la miseria han engendrado, el asesinato del fiscal Nisman, y tantos otros hechos, son violencia. 

Un senador kirchnerista lo dejó en claro afirmando “¿Queremos paz social?, paremos el juicio de Vialidad contra Cristina”

No me estoy alegrando del intento de atentado que es repudiable. Estoy diciendo que existe una violencia peor que la violencia contra una persona, que es la violencia hecha a un país. La traición a la patria cometida por el difunto marido y luego la viuda Cristina con sus secuaces, dejando en la hambruna y la miseria a un pueblo entero, es más grave que el intento de atentado por el cual se decretó en la Argentina un feriado oficial. 

Hay otra lectura. Mas allá de quien sea el instigador del atentado y sin caer en conjeturas, es hecho cierto que le viene como anillo al dedo a Cristina. Acusada y contra las cuerdas en varias causas penales, con un pedido de doce años de prisión e inhabilitación perpetua para ejercer cargos públicos en una de ellas, el atentado le permite saltar del banquillo de imputado al de víctima. Un senador kirchnerista lo dejó en claro afirmando “¿Queremos paz social?, paremos el juicio de Vialidad contra Cristina”. Le permite también crear, lo que tanto les gusta a los políticos argentinos, una mística, un aura nueva, una leyenda que nutra al relato oficial. Sumándose al coro de los adulones, no faltó siquiera un obispo que celebró, en la basílica de Luján, cuna de la espiritualidad de la Argentina, una misa partidaria por Cristina para que los argentinos le agradezcamos a Dios de habérnosla preservada. 

Si los argentinos tuviéramos todavía un poco de patriotismo, no haríamos esa oración. Estaríamos rogando para que Dios la reciba en su santa gloria para que el país se libere de tan siniestro personaje. Pero claro, para ello haría falta un obispo, que además de ser obispo, sea católico y patriota.  

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