Como sabrán, se ha celebrado el 80 aniversario de la liberación de Auschwitz. Los medios españoles han tratado la efeméride con enviados especiales y con la debida importancia, acompañando la noticia de un comentario editorial.
El tratamiento en la prensa ha sido, sin embargo, llamativo en un punto. Me refiero a los periódicos El País, La Vanguardia y El Mundo.
En todos ellos, se recogían los testimonios de supervivientes y personas relacionadas, de una u otra manera, con la celebración. Y en todos se repetía que Auschwitz, su memoria y testimonios, eran una advertencia contra dos cosas: el antisemitismo y luego, junto a eso, un haz de peligros, a saber: «el auge de la extrema derecha», «la derecha radical», «los extremismos», los «radicalismos», «el odio», «los nacionalistas», «la fiebre del populismo»…
En el diario La Vanguardia leíamos el siguiente titular: «La ultraderecha europea defiende la misma ideología de odio que los nazis», y en el texto se relacionaba el nazismo con actuales «ideologías similares a aquella», «partidos que trivializan y banalizan el Holocausto».
La memoria del Holocausto se utiliza para advertir no del antisemitismo, como podríamos esperar, sino de una serie de peligros que se van difuminando en «extremismos» y «radicalismos»…
Sabido es que el Holocausto sienta un orden político en el mundo occidental, también unos polos de bien y mal, pero incluso la defensa de ese marco histórico no puede descender a una propaganda tan ramplona.
Lean un extracto de un editorial del diario El Mundo: «Sobre cuyas trágicas cenizas se construyó el proyecto democrático más exitoso de la historia de la humanidad (…) que hoy se halla en jaque por el auge de los nacionalismos, los extremismos y los brotes de antisemitismo (…) un mensaje vigente ahora que el orden internacional nacido tras la Segunda Guerra Mundial (…) se ve amenazado por potencias iliberales».
¿Quién o qué pone en jaque? ¿Trump? ¿Orban? ¿Meloni?
Si el edificio está construido sobre esas cenizas, ¿ante qué tipo de abominación nos enfrentamos?
Sorprende la ligereza con la que se utiliza Auschwitz para proteger de la crítica, o de la simple y natural evolución de las cosas, a instituciones o planteamientos que ni pueden identificarse con las víctimas, ni enfrentan peligros comparables. Hay algo perverso y falto de reverencia en unos silogismos que van perdiendo ya también la proporción. Es llevar la imagen demasiado lejos.
Las fuerzas señaladas, esas políticas y opiniones «en auge» (la palabra clave es auge, como si el fascismo, para ellos, fuera siempre lo rampante), esos partidos se caracterizan por unas buenas relaciones con Israel y con el pueblo judío y, si alguna crítica reciben, es por su posición proisraelí en Oriente Medio.
Así que, aclarado que estas fuerzas no son en absoluto antisemitas, sino más bien lo contrario, ¿no es abusivo que se lance Auschwitz contra movimientos políticos que discuten, de manera legítima, en algún punto o en varios el «orden establecido», siendo aquí más importante «establecido» que «orden»?
Sorprende que esto se haga para defender, no ya una arquitectura institucional, sino unas posiciones muy concretas. Apenas un tinglado. Alrededor del Holocausto siempre ronda el peligro de la banalización, algo que a veces no comprendemos bien (se ha banalizado también la banalización). Reducir la memoria crucial de la Humanidad, un acontecimiento de la mayor importancia filosófica, moral y espiritual, a motivo tematizado y arrojadizo contra el oponente político directo no parece muy respetuoso.