«Esto va a acabar muy mal» es frase que se repite. Las casandras liberalias andan agitadísimas. Como esto siga así… ¡no nos traen la City!
O Sánchez se va o esto va a acabar muy mal. ¿Tan mal como para que haya coches bomba o tan mal como para pactar con quienes los ponían?
Todo porque en las tertulias saltan chispas y ya no se puede hacer bien la moderación.
Brilla un periodismo distinto. Lo que Bildu llama «agitadores de la ultraderecha», de los que quiere proteger a la auténtica prensa.
El Nuevo Periodismo no era lo que nos iban a traer de Nueva York a cojón de mico, sino el de toda la vida: ir a ponerle la alcachofa a la folclórica.
Se la puso Ndongo a Antonio Maestre, que no hizo el dientes, dientes sino el «¡Agrédeme, agrédeme!», tan parecido al «riégueme» de Carmen Maura al señor de la manguera.
O la maravilla de Vito Quiles con Ábalos, tan bien planchado siempre, pese a todo, que dijo eso de «estoy en casa y me da pereza cocinarme», que podrá mentir, pero en eso no, porque se le ve que hace las cosas para los demás, que si es por él se apaña con cualquier cosilla…
O aquella periodista que se plantó donde Santos Cerdán y encontró a la mujer, tan fina ella, cagándose «en la puta de Oros» (a esa seguramente también la contratamos…).
Ahora debemos al talento comunicativo de otro joven, Josué Cárdenas, la reaparición de Paco Porras, que se suma al análisis de la corrupción y nos anuncia que, efectivamente, «se acerca el final de Pedro Sánchez».
Si en Roma observaban el vuelo de las aves, Porras ha seguido siempre el método adivinatorio del calabacín, tan cerca y tan lejos del pepino. ¿En qué se diferencian? ¿en términos de amargamiento o de adivinación?
Es una de esas cosas que preguntamos a Chat GPT, como por ejemplo: ¿por qué cuando nos dormimos en verano se nos cae la babilla?
En cierto modo, ya empezamos a vislumbrar un mundo no sanchista y sus enormes diferencias con el sanchista. Lo entendemos al ver la «revolución de Oughourlian en PRISA»; un cambio tan drástico como imperceptible que consiste en cargarse a Àngels Barceló para poner a una Ana Pastor.
Habrá diferencias, pero cuesta apreciarlas. Lo moderado se hace progre y lo progre prisaico con una naturalidad de tornasol.
El Consenso sí tiene matices. Hace unos días, dos escritores, en medios distintos, hablaban sobre la muerte. Uno, Cuartango: «Más que miedo, la muerte me produce tristeza». Otro, Juan José Millás, de El País: «No me da miedo la muerte, estar siempre presente es agotador».
El prisaico, ahíto, tenía otra aceptación y recordaba a una cosa que gritaban, con soniquete de cansada protesta, unos albañiles sindicados a la puerta del ministerio: «No son años, de andar en los andamios».
Es curioso. Si uno escribe sobre las viviendas que se construían en los años 60, es un nostálgico. Si uno escribe sobre cómo sabía un cocido en los 60, es proustiano.
Con este clima de entendimiento que habíamos alcanzado, que se podía uno hacer Madrid de pandi en pandi, y ahora se vuelve a discutir en las tertulias… La fractura recuerda a aquella irreconciliable Guerra del Fútbol en la que se enfrentaban dos bloques mediático-político-judiciales.
La sensación es que Aldama nos va a regenerar la democracia y hasta los zoomers (los jóvenes) que son tan listos y en todo ven psy-ops se lo toman en serio.
En España, el cambio político no viene precedido de reacciones a la realidad, sino de agitaciones violentas o subterráneas, designios que se nos escapan y toman la forma, como cuando las Folclóricas jugaban contra las Finolis, de un combate entre las Cloacas y las Sentinas. Borborigmos (con perdón) del Estao.