«Ser es defenderse», Ramiro de Maeztu
Este artículo se publicó en La Gaceta antes de convertirse en La Gaceta de la Iberosfera, no siendo entonces propiedad de Fundación Disenso.

Bailando con tanques

4 de junio de 2014

Hace un cuarto de siglo que los tanques chinos arrasaron la plaza de Tienanmen. Al comunismo se le puede seguir el rastro por las cunetas, contemplando la estela de víctimas que ha ido dejando por los dos hemisferios. De muchas de ellas no queda ninguna memoria, ni habrá nunca presupuesto para buscar sus restos desperdigados en gulags o en fosas comunes. Otras se convirtieron en símbolos de una resistencia heroica que todavía no ha encontrado su merecido sitio en la literatura y el cine. Y algunas -las más afortunadas- incluso consiguieron escapar de esa cárcel inmensa, cerrada con una hoz y un martillo. Hoy todavía se desconoce cual fue el destino de aquel hombre que aparece en cada aniversario de la matanza de Pekín.

La revista Time le incluyó entre las 100 personas más influyentes del pasado siglo, bautizándolo como “el rebelde desconocido”, pero ignoramos si sobrevivióa aquella jornada en la que decidióplantarse delante de una columna de carros de combate. Su nombre es igualmente una incógnita. Algunos periodistas aseguraron que se llamaba Wang Weilin, aunque los documentos que aportaron resultaron más que dudosos.

Era 1989. Hacía casi dos meses que Pekín soportaba una protesta generalizada -huelgas y manifestaciones-, alrededor de un movimiento estudiantil que había ocupado la plaza de Tienanmen, llevando el desconcierto a la gerontocracia comunista.

Los primeros días de junio el Ejército empezóa desplegarse por la ciudad. Charlie Cole, fotógrafo de Newsweek, llevaba semanas cubriendo la revuelta y fue testigo de los primeros choques entre tropas y manifestantes.

El día 5 Cole pudo ver desde el balcón de su habitación como seguían llegando soldados: una larga columna de carros de combate marchaba hacia el centro de la ciudad, donde ya se habían producido grandes matanzas. Entonces surgióaquel desconocido de la camisa blanca, portando una bolsa en una mano y una chaqueta en la otra, la viva imagen de lo indefenso que queda el hombre común ante el comunismo. Y a la vez el símbolo de que se puede resistir más alláde lo razonable.  Cole preparóla cámara convencido de que iba a retratar un final trágico, sin creerse que ese tipo se plantara en mitad de la calle y consiguiera detener la columna. El tanque que marchaba en cabeza, después de frenar, tratóde sortearle por la izquierda, pero el hombre se mueve y vuelve a cortarle el paso; luego hacia la derecha, y el testarudo de la bolsa se mueve de nuevo, en un baile imposible, desproporcionado, que acaba con el anónimo rebelde subiéndose encima del carro y exigiendo a los ocupantes que den la vuelta y se marchen por donde han venido. Cómo si los herederos de Mao fuesen sólo una cuadrilla de golfetes maleducados. Poco después llegan policías vestidos de paisano arrastrándole fuera del objetivo de Cole y de la mirada de la Historia, porque no se ha vuelto a saber de él. Informaciones americanas dicen que fue ejecutado dos semanas después, aunque en 1992 el secretario general del partido comunista, Jiang Zemin no podía confirmar el desenlace “creo que nunca se le mató”, dijo en una entrevista. La foto le valió a Charlie Cole el premio World Press de ese año.

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