«Ser es defenderse», Ramiro de Maeztu
Sevilla, 1986. Periodista. Ahora en el Congreso.
Sevilla, 1986. Periodista. Ahora en el Congreso.

Banderas y banderitas

6 de diciembre de 2024

Así titulé el primer artículo que firmé en un periódico. Fue una carta al director y el diario que la publicó era uno de esos gratuitos que entonces, hablamos de agosto de 2004, proliferaban en España. Creo que fue 20 Minutos. El caso es que tras unos años en el desierto, el Sevilla Fútbol Club volvía a disputar una competición europea. Su presidente, José María del Nido (el padre, no su pasante), había presentado la camiseta que el club vestiría para disputar la copa de la UEFA e incluía la bandera de España en el cuello.

Fue —huelga decirlo— el primer equipo español en lucir la rojigualda en competiciones internacionales, pero aquello no gustó a todos. Recuerdo que me indignó la reacción de los ultras del Sevilla, los Biris, de ideología andalucista y extrema izquierda, que organizaron una campaña contra la bandera nacional. Escribí con 18 años —y ahora me reafirmo en aquella intuición apasionada y adolescente— que hay banderas y banderitas, y que la rojigualda jamás se podría equiparar a la verdiblanca que, no nos engañemos, fue un invento de Blas Infante a partir de las telas verdes que trajo de un viaje a Marruecos y luego cosió su esposa.

Como todas las cosas artificiales que no responden a la naturaleza ni a la identidad de un pueblo, a Blas Infante nos lo metían con calzador en las escuelas y medios de comunicación. Cada 28 de febrero los curas de mi colegio nos sacaban al patio a cantar el himno andaluz perfectamente alineados en filas, que ríete tú de los campamentos de la OJE. Jamás hicimos algo semejante el día de la Hispanidad, que es cuando España llevó la cruz por el mundo. Ni siquiera el grisáceo 6 de diciembre. Sólo celebramos la fiesta de Blas, un hombre que se convirtió al islam y construyó una identidad confrontada a la española a través del mito de Al-Ándalus. Entre la cruz o la media luna, mi colegio católico eligió al que abrazó la segunda y es algo que jamás nos explicaron.

Debe ser mala suerte, pero de esas aulas también salieron Felipe González, Javier Arenas o Manuel Chaves, que siendo presidente del cortijo nos visitó para darnos una charla en la víspera del 28F. Él hablaba y contaba viejas batallas de sus años mozos mientras todos agitábamos nuestras banderitas sin saber que en ese gesto, inocente e infantil, contribuíamos a la construcción del hecho diferencial andaluz.

Aunque entonces no se atrevían a decirnos que Infante es el padre de la patria andaluza, hoy Moreno Bonilla, que habla andaluz y no castellano, está a dos encuestas de echarse al monte. Bajo el embrujo de Rojas Marcos, Bonilla ha llegado más lejos que el PSOE en 30 años: se refiere al andaluz como lengua y ha establecido el 4 de diciembre el día de la bandera. La diada andaluza, en certera expresión de Iván Vélez.

Claro que mucho peor es cuando se ponen campanudos. Mientras desempolva al Sabino Arana sureño con el que aspira a perpetuarse como cacique autonómico, Moreno Bonilla es una de las voces que con mayor vehemencia rechaza el cupo catalán. No acepta que un catalán tenga más que un andaluz, pero no dice nada del extremeño o el murciano, que ya sabemos cómo se las gasta el partido que recurre el estatuto catalán al tiempo que aprueba la cláusula Camps en Valencia. Por supuesto que nada de esto es una incoherencia, sino la lógica aplastante del sálvese quien pueda del sistema autonómico en que cada reyezuelo sólo mira por su taifa.

El caso andaluz es además el paradigma de una gigantesca estafa. El estatuto de autonomía se aprobó gracias a la golfada histórica perpetrada por el Gobierno de la UCD después de que el referéndum del 28F de 1980 no saliera adelante. La Constitución establecía que en todas las provincias la mitad más uno del censo electoral votase a favor. No sucedió así en Jaén ni Almería, que obtuvo un 42,07% del voto afirmativo (119.550 síes sobre una población de 285.139 habitantes). De modo que este imprevisto se resolvió a las bravas redactando de nuevo el artículo 8 de la ley de referéndum para permitir que la consulta fuera ratificada si la mitad más uno de los electores andaluces (en su conjunto y no provincia por provincia) votaran afirmativamente.

Otro de los mitos que no resiste un pase es el que sostiene que el pueblo andaluz salió a las calles a reclamar la autonomía el 4 de diciembre de 1977, hoy día de la bandera de Bonilla. Aquellas manifestaciones las convocó exclusivamente una izquierda que vio la oportunidad de enterrar la rojigualda. Tres fueron los convocantes: el PCE, el PSOE y el PSA. Alianza Popular, o sea, el PP, rechazó las movilizaciones.

Casi medio siglo después este legado lo asume con entusiasmo el propio PP. Y no sólo el andaluz. Hace una semana la vicepresidenta cuarta de la Mesa del Congreso, Marta González, recriminó a los diputados de VOX que repartiesen pulseras de su partido con la bandera de España a quienes accedían al hemiciclo en la jornada de puertas abiertas por el día de la Constitución. González calificó el reparto de «deplorable» y se refirió a las rojigualdas como «banderitas». Nada explica mejor la deriva del PP y de la Constitución que hoy celebran.

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