Al final el trumpismo, la ideología de género y su variante woke la están explicando quienes aplicaron la reductio ad hitlerum a Donald Trump y se sumaron —por acción u omisión— a la revolución woke diseñada en las universidades de la costa este de los Estados Unidos contra la gente corriente. Es probable que llamarle revolución o contracultura sea inexacto, pues nada tiene de subversivo seguir a pies juntillas la ideología de las élites, las películas de Hollywood y los vídeos en bucle patrocinados por las grandes tecnológicas de Silicon Valley.
Los cambios van a tal velocidad que es difícil entender las tendencias culturales, económicas o de pensamiento de nuestros días. No hay mejor ejemplo que la paradoja de Irak: tanto quienes blandían las pancartas del «no a la guerra» en 2003 como quienes apoyaron la invasión han estado a punto —Kamala mediante— de traernos la Tercera Guerra Mundial. Bush, no olvidemos, pidió el voto para Hillary frente a Trump y ocho años después sabemos que unos y otros siempre han estado en el mismo barco.
El globalismo hace extraños compañeros de cama y Steve Bannon ha advertido a Meloni de los problemas que tendría si cae en la tentación de dejarse querer demasiado por el mainstream OTAN. De momento, le recomienda que vuelva a ser la misma que asomaba la cabeza cuando Fratelli d’Italia no pasaba del 3% en lugar de apoyar que continúe la guerra en Ucrania. Bannon cree que Trump la convencerá y, de lo contrario, le sugiere que ponga el dinero junto al resto de líderes europeos para firmar cheques tan grandes como discursos (sic).
Entretanto, vuelven los aranceles y el America first, modelo que en Europa defienden Orbán o Le Pen para sus países. Hace dos telediarios era inimaginable que una potencia como el Reino Unido abandonara la unión o que el sector primario de tantos países europeos exigiera proteccionismo y control de fronteras frente a los tratados de libre comercio impuestos por la UE.
Bannon, aunque niegue ser el altavoz de Trump en Europa, habla con claridad: habrá aranceles y los países europeos tendrán que pagar para colocar sus productos en el mercado estadounidense. Proteccionismo hacia afuera y libre comercio de puertas hacia adentro. La América aislacionista en lo bélico protegerá la industria autóctona y cree que Europa ha abusado de ella, especialmente en el gasto destinado a la defensa, así que el que quiera guerra que la pague. ¿Por qué deben seguir enterrando a sus hijos en nombre de la libertad las madres de Texas o Kentucky, como si vinieran otra vez de Utah Beach, que es donde tantos desaprensivos creen que estamos?
El cambio de paradigma es imparable porque hace una semana no sólo ganó Trump: los medios alternativos derrotaron a los medios tradicionales, cuya línea editorial monocolor reafirma la máxima de McLuhan de que el medio es el mensaje. También salió herida de muerte la ideología woke, uno de los pilares de la administración Biden y banderín de enganche de Kamala.
En los seis primeros meses de mandato Biden impulsó la agenda woke con tal fuerza que ni el más deconstruido aliade podía seguir cuerdo el ritmo de ese disparate fabricado contra la naturaleza humana. Es lo que pasa por leer a Simone de Beauvoir y no a Lenin, que aconseja ir un paso por delante de las masas, pero sólo uno, porque como sean dos entonces la gente no te sigue.
Por el contrario, quienes rodearon a Biden —empezando por la propia Harris— creyeron, ensoberbecidos, que podrían colonizar el planeta proclamando el Día de la Visibilidad Transgénero como si fuera lo mismo que exportar Coca-Cola. El resultado fue demoledor: bajaron en 48 de los 50 estados, ganaron en los distritos más ricos del país y perdieron en los pobres. La América atrapada entre ambas costas dedicó un rotundo corte de mangas a quienes creen que la prioridad era añadir «elle» y «elles» junto a los pronombres masculinos y femeninos o sustituir «madres» por «personas gestantes».
No sólo Bannon sabe que lo woke tiene tanto que ver con la justicia social como el aborto con la fecundidad. Hasta un veterano como Bernie Sanders, escandalizado, ha reconocido que el Partido Demócrata ha abandonado a la clase trabajadora. Pero el gran acto de contrición que está por venir es que Meloni se arrepienta de su compromiso con Zelenski y de haberse quedado en el ECR.