«Ser es defenderse», Ramiro de Maeztu
Hughes, de formación no periodística, es economista y funcionario de carrera. Se incorporó a la profesión en La Gaceta y luego, durante una década, en el diario ABC donde ejerció de columnista y cronista deportivo y parlamentario y donde también llevó el blog 'Columnas sin fuste'. En 2022 publicó 'Dicho esto' (Ed. Monóculo), una compilación de sus columnas.
Hughes, de formación no periodística, es economista y funcionario de carrera. Se incorporó a la profesión en La Gaceta y luego, durante una década, en el diario ABC donde ejerció de columnista y cronista deportivo y parlamentario y donde también llevó el blog 'Columnas sin fuste'. En 2022 publicó 'Dicho esto' (Ed. Monóculo), una compilación de sus columnas.

‘Barbie’ (II), la inutilidad de Ken

9 de agosto de 2023

Hablamos mucho de lo femenino en Barbie, pero lo más divertido, llamativo y agresivo de la pekícula quizás esté en la parte de Ken (Ryan Gosling). Es muy divertido su intento de reconstrucción del patriarcado equino, con su latoso mansplaining guitarrero, el poco o nada alfa combate final entre Kens sin testosterona (Zoolander y sus amigos) y la resignación final a ser nada, menos que nada en Barbieland («I’m Kenough»). En los dos planos de la película, el hombre está visto con poco cariño. En el mundo real es agresivo, machista y dominador; en el mundo ideal o quizás futurista es insignificante.

La posición de Ken, guapo, frágil e inútil, no es tan descabellada y se parece bastante a las predicciones de algunos autores. Bertrand Russell, por ejemplo, habló en Matrimonio y moral de la desaparición del hombre: un mundo sin varones o en el que que el papel del hombre sea ocupado por el Estado. «El fin biológico de los padres es proteger a los hijos, pero cuando lo hace el Estado el hombre pierde su razón de ser». Ahora cabría preguntarse de qué sirve un hombre si tampoco es necesario para procrear, y además ofrece, frente a la tecnología, orgasmos de segunda clase.

La mujer domina el consumo, pero también el mercado del voto. En España sabemos que votan más a la izquierda y que son un factor político determinante y a mimar. En Estados Unidos se sabe, de modo más preciso, que son las mujeres solteras las que votan especialmente a los demócratas. Su mejor clientela.

Como la tasa de divorcio española es alta y el matrimonio es la institución patriarcal por excelencia, enemiga por tanto de la religión estatal instaurada, ¿no es posible pensar en una relación creciente entre el poder político y las mujeres solteras? Un «matrimonio» de mujeres que no se casen ya con Dios ni con el hombre sino con el Estado, que les permitiera laxitud moral para el aborto y luego, en los umbrales existenciales de la cuarentena, acceso al banco de esperma y ayudas para el mantenimiento del hijo.

Este sería (el androestado, el Estado Papito) un buen futuro para una opción política, y a veces no parece ningún delirio imaginarlo. Mientras, los Kens cultivan a la vez su virilidad y su no virilidad, paralizados en algún tipo de postura estética. Sería divertida (ojalá) una segunda parte de la película a partir de la resignación de Ken y sus amigos flipados.

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